@|En cualquier doctrina filosófica o ideología, el fin buscado, su fundamento es lograr mantener o mejorar el bienestar de la sociedad.
Así debería suceder en política y para ello, deberían trabajar todos los políticos, de todas las ideologías, en todas las circunstancias.
Sin embargo, en nuestro país, hoy no está sucediendo.
Desde las últimas elecciones, la ciudadanía optó por un cambio, eligiendo un gobierno con una visión política constructiva; buscando con apoyo en una Ley de Urgente Consideración alcanzar sus objetivos de ajuste, consolidación, modernización y optimización del funcionamiento del Estado y sus organismos de gobierno.
Ese cambio provocó que el FA, partido que gobernó durante 3 períodos consecutivos, quedase relegado en el manejo del poder, a la función de contralor democrático y participación legislativa. Es la misma función de oposición que tuvo el Partido Colorado en la Presidencia de Luis Alberto Lacalle Herrera en 1990, o del Partido Nacional con Sanguinetti en 2 oportunidades y Jorge Batlle en el 2000.
Finalmente, accede al poder el FA, partido que acuña diversas fracciones y se autodefine como popular, progresista, democrático, socialista, antioligárquico, antiimperialista, antirracista y antipatriarcal, y se ubica a la izquierda del espectro político del Uruguay, contando con mayorías legislativas; quedando en el rol de opositores, por primera vez, los partidos tradicionales de nuestra historia política. Y como había sucedido desde la vuelta a la Democracia en 1985, como lo indican sus fines fundacionales, en un plano de “oposición constructiva” hacia el gobierno electo.
Luego de gobernar a su albedrío, el FA pierde el poder en las elecciones de 2019, asumiendo una coalición de 5 partidos, elegida libremente, continuando la tradición democrática del Uruguay.
Sin embargo, inesperadamente, en una actitud injusta, egoísta y perniciosa el FA se lanza desde los primeros días de gobierno a entorpecer, por todos los medios, el nuevo gobierno electo, arrastrando en su capricho ideológico a medio país y provocando una ruptura social indeseada, injustificada y nefasta para la ciudadanía.
El FA, en su inexperiente insanía opositora, no evalúa ni valora acciones y decisiones y embiste, una y otra vez, como toro de lidia, contra todo lo que proponga este gobierno.
En el clímax de su desquiciado accionar, ya carente de figuras de relevancia política, es tomado de rehén por el sindicalismo, al punto tal de terminar eligiendo como presidente de su fuerza política a quien hasta ese momento presidía el PIT -CNT; figura con clara imagen conflictiva, sin experiencia política, quien encara su trabajo reivindicando la trasnochada “lucha de clases” y prometiendo paros, movilizaciones y conflictos en una inocultable intención de hacer daño al gobierno, olvidando por completo su obligación ética política de “propender por todos los medios al bienestar de la sociedad”.
Una visión perniciosa a la que no estábamos acostumbrados y de la cual la ciudadanía tomará nota para cuando llegue el momento en que la Democracia la llame a emitir su opinión.