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Voto por primera vez

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Eva Salomé | Montevideo
@|Tengo 40 años y por primera vez voy a votar.

Votar en libertad, es una excentricidad para quienes escapamos de una dictadura. Una rareza que emociona. No es la primera vez que participo de un evento electoral, pero sí es la primera vez que ese evento se puede llamar votación libre y democrática.

Mis primeras experiencias electorales fueron en el 2004, tiempos del referéndum revocatorio contra el entonces presidente Chávez. Cuando llegué al centro de votaciones, el día de la elección, después de horas de fila, me informaron que ya no votaba en el lugar donde me había inscripto, sino en otro. Mi situación no fue una rareza, porque le pasó a muchos. Para mi suerte, el nuevo lugar estaba cerca y pude votar, pero no fue así en todos los casos. Llegar a esa votación fue el producto de meses de protestas y recolección de firmas. En esos años de militancia estudiantil le corrí a gases lacrimógenos más de una vez, mientras tapaba la remera de mi movimiento estudiantil.

En los años siguientes, hacer militancia o tan solo acudir a manifestaciones solo se hizo más y más riesgoso. La llegada de fechas electorales se tradujo en “no hables de política”. Los resultados electorales en un sistema de voto electrónico “envidiable y modelo a seguir” según algunos, llegaban de madrugada anunciando “tendencias irreversibles” con autoridades electorales que mostraban sin disimulo consignas partidarias, en silencio total ante las irregularidades como: impedimento a testigos de todos los partidos, cambios arbitrarios de centro de votación, presencia de comandos del chavismo literalmente en la puerta de los centros electorales, las fallas de electricidad y caídas de Internet precisamente al momento de la transmisión de datos. Participar de aquello era, y es lo único cívico que podíamos hacer, pero no pueden llamarse elecciones libres.

Luego de aquello, ver a los vecinos en la feria repartir listas de partidos opuestos, unos a metros de los otros, en total civismo, es de una rareza afortunada. Confieso que he asistido a las reuniones de varios partidos en mi barrio. A todos les recibo las listas, con la sonrisa plena como si los fuera a votar a todos. He ido de curiosa con mis hijos a los actos de militancia en la placita cerca de casa. No llevé el mate, pero sí mi termo de café -porque caribeño sin café no sabe existir-. Y les pedí a los chicos que miraran a su alrededor. No había un solo militar ni policía en la vuelta. Ni un insulto, ni una amenaza. No cayeron balas al terminar el acto. No se llevaron a nadie preso. No fue un riesgo ir; fue algo normal…

Es la costosísima normalidad democrática.

Por primera vez siento que en verdad voy a votar, que ese voto es libre, que ese voto cuenta. Voy contenta. Después de casi una década en este país y con ciudadanía legal, Uruguay me otorga el privilegio de participar y opinar en el futuro del país donde trabajo, donde crío a mis hijos y donde espero recibir a mis nietos. No es poca cosa. No sé qué hace la gente el día de elecciones, pero en esta casa saldremos a votar temprano, haremos un almuerzo familiar bien de día de fiesta -me tienta el asado al que le caben de previa unos tequeños- porque la libertad y la democracia es un privilegio que se celebra.

¡Nos vemos el domingo!

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