2025 con un mundo convulsionado

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Con el inicio de un nuevo año, crece la esperanza de que las cosas sean mejores. Sin embargo, en lo referido a la situación internacional, no hay indicios de cambios para bien. Maduro sigue atornillado a su sillón, Putin no cede en su intento de conquistar un país que no es suyo, la situación en Medio Oriente se alarga, pese a que lo de Siria abre una rendija de expectativas, aunque todavía predomina una razonable desconfianza.

Visitó Montevideo y Buenos Aires, Edmundo Gonzalez Urrutia, considerado el legítimo presidente electo de Venezuela. Fue recibido por los presidentes Javier Milei y Luis Lacalle Pou, en vísperas de la fecha en que presuntamente debería asumir la Presidencia.

Pese a la presión tanto a nivel internacional, como en Venezuela, con María Corina Machado, hoy en la clandestinidad todo indica que Nicolás Maduro asumirá un nuevo período presidencial, con lo cual alarga y empeora su dictadura.

Dictadura que poco le importa lo que piense de ella el resto del mundo; por eso insulta a presidentes extranjeros, ignora los reclamos de Argentina y Uruguay por ciudadanos secuestrados por el régimen e insiste en sitiar la embajada argentina donde hay varios asilados políticos.

El nuevo período ilegal de Maduro se iniciará antes de que en Uruguay asuma Yamandú Orsi e interesa saber cómo se plantará ante dicho régimen. El nuevo gobierno tendrá poco márgen para pronunciarse pese a que en filas frentistas hay fuertes adherentes a esta dictadura violadora de derechos humanos.

El intento ruso de conquistar Ucrania sigue en marcha. Putin creyó que sería una aventura de pocos días y fracasó. Pese a su dura ofensiva, aún no logró su objetivo, lo cual muestra que su poderío militar no lo es tanto. No está ganando la guerra pero tampoco la está perdiendo y, mientras eso continúe, Ucrania seguirá sometida a un feroz embate con un alto costo en vidas civiles y destrucción de ciudades e infraestructura productiva.

La asunción de Donald Trump a la Presidencia el 20 de enero plantea interrogantes respecto a cómo seguirá el conflicto en el que, para la buena salud de la democracia, Ucrania no puede perder.

Durante la campaña, Trump dijo que terminaría con la guerra en días. Nadie sabe cómo lo hará. Su actitud complaciente hacia Putin plantea dudas sobre si su plan favorece los intereses de Ucrania. Todo está por verse pero es indudable que es una guerra atroz y sólo se puede estar con un único bando.

El otro conflicto que no termina pese a repetidos anuncios de ceses del fuego es la guerra de Hamas contra Israel iniciada el 7 de octubre de 2023, cuando terroristas de Hamas entraron a territorio israelí y provocaron una terrible masacre, a la vez que secuestraron 250 personas de las cuales todavía quedan muchas sin liberar.

Al día siguiente, Hezbollah desde Líbano comenzó a lanzar proyectiles contra Israel y, al poco tiempo, se sumaron los rebeldes hutíes de Yemen, todos con apoyo de Irán.

En la indeclinable defensa de su supervivencia, Israel respondió con un metódico ataque contra Hamás, que agazapada en la Franja de Gaza lanza sus misiles, esconde a los rehenes y cobardemente se escuda detrás de la población civil. Mientras Hamas se resista y no libere a los restantes rehenes, la guerra continuará pese al trágico número de víctimas civiles.

El campo de batalla lo eligió Hamás, que poco le importa exponer a su propia gente. Pero quien paga el precio en imagen internacional es Israel, la única democracia en la región, que sabe que pese a todo no puede ceder hasta asegurarse de que su pueblo no será echado al mar, como promete Hamás.

El contexto fue cambiando tras una eficaz ofensiva contra Hezbollah y un cambio en Siria al huir el último de la dinastía Hassad. El grupo rebelde triunfante es una gran incógnita. Sus primeros pronunciamientos anuncian tiempos mejores, aunque escaldado. Occidente desconfía y con buenas razones.

En este tiempo convulsionado, donde vivir en democracia es un privilegio, no porque de hecho lo sea, sino porque esa posibilidad escasea, la pregunta es cómo lo afrontará el nuevo Gobierno.

Se sabe poco de cómo se ubica el futuro canciller ante estos temas. Sí se conoce cómo actuaron los gobiernos frentistas en el pasado, cuando no importaba lo que pensaba el presidente o el canciller: quien definía la política exterior era la Mesa Política con puro espíritu militante. Es desear que el nuevo gobierno tome distancia de esa práctica y actúe con sabiduría.

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