Mañana se cumplen 40 años de la llegada de Wilson Ferreira al puerto de Montevideo desde Buenos Aires. Fue un momento épico para el Partido Nacional. Y fue un episodio importante que se inscribió en la ratificación nacional de los valores de la libertad y la democracia en aquel año.
Fue un momento épico para el Partido Nacional. Todavía son miles los que recuerdan haber vivido aquella llegada con una mezcla de expectativa, esperanza y temor.
Por un lado, la dictadura dispuso de un enorme operativo en Montevideo que prácticamente hizo imposible recibir a Ferreira en contacto con la inmensa cantidad de ciudadanos que se movilizaron para procurar saludarlo en su país luego de once años de exilio.
Por otro lado, la llegada de Wilson, que había sido el más votado en 1971 y que había ratificado su liderazgo en las elecciones internas de 1982, era sentida por los blancos como un momento clave en el proceso de apertura democrática, ese que tenía previsto elecciones generales el último domingo de noviembre de 1984.
Ferreira sabía que iría preso. En entrevistas posteriores dejó en claro, sin embargo, por qué era que había tomado esa decisión de volver: explicó que para ser líder de los blancos hay que estar siempre a la altura de los acontecimientos, y que nadie que aspirara a conducirlos podía dejar que el partido se presentara a elecciones viendo la realidad desde lejos; o, lo que era lo mismo, no asumiendo los costos arbitrarios que la dictadura quería hacer pagar al partido que el propio Wilson Ferreira había proclamado en la noche del golpe de Estado de junio de 1973, sería “el vengador de la República”.
Así las cosas, todo el episodio está marcado por la mística blanca: la del sacrificio personal, y la de la sabida injusticia que no impide nunca cumplir con el deber patrio. De esta manera se lo sigue recordando hoy en día, porque efectivamente Ferreira encarnó allí valores sustantivos que hacen a la identidad de un partido que desde siempre se entendió a sí mismo como un servidor de la Patria por encima de circunstancias particulares o de cálculos políticos o electorales.
Hoy, que estamos en un proceso de campaña electoral de cara a elecciones internas, ese espíritu y no otro es el que prima entre los precandidatos a la presidencia y entre los militantes blancos, de manera de asumir las responsabilidades de la unidad partidaria que son las que potenciarán luego, en el balotaje, los acuerdos de gobierno que reeditarán la expresión electoral de la Coalición Republicana.
Pero la llegada de Wilson Ferreira al puerto fue también un episodio importante que se inscribió en la ratificación nacional de los valores de la libertad y la democracia. Superó de esta forma ampliamente la lectura blanca y partidaria que hoy en día recuerdan los nacionalistas.
En efecto, visto con la distancia que da el paso de cuatro décadas, para poder fortalecer el retorno a la democracia que estaba alumbrando, el país todo precisaba del sacrificio de Ferreira en junio de 1984. Por supuesto que quedará siempre viva la diferencia radical entre quienes concibieron la salida pactada del Club Naval, plasmada en agosto de 1984 y que implicó ir a elecciones con Ferreira preso, y quienes creyeron que se debía seguir ejerciendo presión sobre la dictadura de manera de hacerla caer y poder ir a elecciones sin proscriptos, tal como se había comprometido todo el sistema político en noviembre de 1983 en el acto del Obelisco.
Pero más allá de esa diferencia radical, Ferreira hizo lo que tenía que hacer para fortalecer a la democracia, y los uruguayos hicieron lo que tenían que hacer para apuntalar todo el proceso: votar en noviembre masivamente. Es por eso que la llegada de Wilson al puerto se inscribe en un proceso de todo ese año en el que se ratifica la democracia y se consolida también la libertad. Una libertad que Ferreira, en su primer gran discurso a la salida del cuartel de Trinidad, en la explanada municipal de Montevideo, la ejerce de la mejor manera posible: llamando a la concordia nacional, dando gobernabilidad a un presidente que ya se sabía que no contaba con mayoría propia en el recientemente electo Parlamento, y echando las bases para que nunca más hubiera una ruptura institucional en el país.
Democracia y libertad: esa fue la épica blanca de Wilson al llegar al puerto de Montevideo, y ese es el legado republicano que Ferreira dejó a todo el país cuando al bajar del barco se dio vuelta, sonriente, e hizo su célebre gesto de victoria con sus manos.