La búsqueda de Valentina Cancela tuvo un final trágico e infelizmente confirmatorio de la grave situación que atraviesa el país en violencia de género. La indignación se adueñó de todos al conocer el desenlace, un nuevo femicidio de una adolescente de 17 años, una niña casi, perpetrado por un chiquilín de su misma edad, que ha resultado ser el femicida más joven desde que se tiene registro de estos crímenes aberrantes.
Con el llamado diario del lunes, se pueden apreciar desaciertos que hubieran evitado la tragedia. La chica había denunciado tres veces a su exnovio, al que se le había indicado restricción de acercamiento pero no se le impuso tobillera.
Incluso hubo una advertencia de la madre de ella hacia el padre de él. Los compañeros de liceo hablaban de una relación tóxica, pero los mecanismos de control no resultaron eficaces como para impedirlo. “Al principio se mostraba galante”, declaró la madre de la víctima acerca del femicida: es otra característica de manual de quienes involucionan en las relaciones obsesivas, hacia el maltrato físico y psicológico.
A esta altura, nos debemos como sociedad un debate profundo para combatir este flagelo.
Desde esta página no creemos que el tema pase por ampulosos discursos contra el heteropatriarcado histórico o ridículas modificaciones al lenguaje para hacerlo no sexista.
Son tiempos en los que hablar de valores morales parece anticuado, algo propio de mentalidades añosas. Sin embargo, no hay otra manera de parar esta compulsión prepotente.
Estas tragedias no se evitan obligando a la gente a terminar los sustantivos genéricos con “e”. Tampoco destinando recursos humanos y materiales del Estado a redactar y divulgar manuales de lenguaje inclusivo, como el que días atrás ha sido comentado por el semanario Búsqueda, proveniente de la Agencia Uruguaya de Cooperación Internacional, una oficina de Presidencia de la República. Insólitamente se hizo llegar a distintas entidades públicas un instructivo que reclamaba cosas como “aprender a identificar los enunciados sexistas”, poniendo como ejemplo lo malo que es decir que una mujer “es una sargenta” o que alguien debe “comportarse como un hombre”. Mientras funcionarios bien remunerados por el Estado pierden tiempo en estas frivolidades, el equipo de gestión de un liceo del departamento de Maldonado no fue capaz de evitar la muerte de una alumna, víctima de un violento sobre quien incluso estaba alertada la Fiscalía.
¿Cómo no indignarse? ¿Cómo no reaccionar con comprensible enojo cuando este tipo de advertencias son desvalorizadas o calificadas de exageraciones? ¿Tiene que ocurrir una tragedia semejante para que se adopten protocolos serios y eficientes? Decimos esto en conocimiento de que hay centros educativos que aún no ponen el énfasis debido en estas situaciones de hostigamiento, para los que el bullying no reviste la gravedad que se le asigna o la violencia de género es un problema de personas adultas y de baja condición social.
Ni lo uno ni lo otro: el acoso escolar es un fenómeno mundial que viene implicando pérdida de vidas jóvenes, y las agresiones a las mujeres por parte de parejas o exparejas marcan una dolorosa constante en todos los niveles etarios y sociales.
La educación, la salud y la seguridad pública deben convertirse en ejes centrales de control y prevención.
Hay muchos ángulos desde donde analizar lo mal que están las cosas y el riesgo en que viven nuestros jóvenes, mientras los adultos nos distraemos en otros temas.
Son muchos los medios de comunicación que siguen apostando a la glamurización de la violencia. En el podio están numerosas series de streaming donde se presentan crímenes y vejaciones para excitar el morbo e incluso, en muchos casos, como simple vehículo de humor negro. Una generación que salió de la niñez en el duro aislamiento de la pandemia, está teniendo casi como únicas referencias culturales estos entretenimientos que banalizan la agresividad, mostrándola como una conducta digna de ser emulada. Las interacciones presenciales son cada vez más escasas y se dan mayormente a través de la pantalla del celular, un instrumento que rápidamente deviene en herramienta para las prácticas de acoso y discriminación.
En las redes sociales, tragedias como esta mueven a la gente a clamar por la pena de muerte, acentuando una dinámica violenta que debería en cambio cortarse por una nueva cultura integradora.
Son tiempos en los que hablar de valores morales parece anticuado, propio de mentalidades añosas. Sin embargo, no hay otra manera de parar esta compulsión prepotente, que termina decantando en crímenes tan trágicos como el que hoy lamentamos.