El presidenciable frenteamplista acaba de dar un abrupto giro a su imagen pública. En efecto, a instancias de Luiz Inácio da Silva -o Lula a secas-, quien llegó a la presidencia en su cuarto intento, nuestro personaje en cuestión, adoptó el traje para visitar al presidente norteño quien lo habría aconsejado, según su propia experiencia en la materia, dar ese paso hacia la formalidad burguesa.
La receta de Lula cayó en tierra apropiada pues es sabido que nuestro aspirante, como dice una cosa dice la otra y nada le es rechazable ya que, como él mismo ha dicho, está dispuesto hasta a abrazarse con las culebras. El problema radica en saber si, en este caso, el hábito hace o no al monje, es decir si la tela italiana y el corte de una prestigiosa sastrería uruguaya son suficientes, por sí solos, para convertir al ex guerrillero en un postulante capacitado para desempeñarse, eventualmente, como Presidente de la República. Hay quienes responden afirmativamente a ese planteo basándose en la apariencia de viejo bonachón del candidato, amigo de la gente común, de las mateadas, que se entrevera con el pueblo, escucha sus reclamos y los hace suyos honestamente. Otros, en cambio, creen que el hábito no hace al monje. Entienden, que quien -sin mostrar ningún arrepentimiento- integró un movimiento que atentó contra el gobierno legítimamente constituido y ejecutó o mandó ejecutar crímenes, atentados, secuestros, robos y extorsiones, carece de credenciales como para aspirar a la máxima magistratura del país, por más que, ahora, haya cambiado las armas por las urnas.
El nuevo guardarropa del representante oficialista no incide para nada, en la apreciación crítica que merece su pasado ilegal ni, tampoco, su historia reciente que lo sindica como un legislador que durante 15 años no se destacó en su labor parlamentaria o como ministro de Ganadería, cuya actuación fue más que opaca o, finalmente, como un lanzador, desde el llano, de proyectos sin ton ni son, teñidos de un populismo demagógico y de una carencia de conocimientos especializados -aunque habla sobre cualquier tema, tal como si los dominara- que obliga a tomar con pinzas sus propuestas. De su paso por el Ministerio dejó como gran legado, la ley que prohibe ser propietario de tierras a las Sociedades Anónimas, aunque con excepciones que son otorgadas por un burócrata, beneficiando en general a las grandes firmas extranjeras.
Pero hay otra faceta en la personalidad del ex guerrillero y actual todólogo, que provoca resistencias y genera desconfianza: es su visceral inclinación a hacerse notar mediante expresiones a menudo soeces, su gesticulación orillera y sus actitudes descomedidas, todo ello en un marco de participación mediática que busca y utiliza casi morbosamente. Una obsesiva, aunque oculta vanidad, no es ajena al perfil del candidato frenteamplista: actúa para los micrófonos, las cámaras y cualquier otro medio de difusión.
En este sentido -y recogiendo su aparente sabiduría campera- cabe decir que la culpa no la tiene el chancho sino quien le rasca el lomo...
Nuestro personaje nos trae el recuerdo de un célebre ateniense, Alcibíades, que vivió a principios del siglo V, a.C. No lo tenemos presente por su destacadísima actuación en todos los órdenes de la vida -incluidas la política, la guerra y sus victorias en los Juegos Olímpicos- sino por su enfermiza tendencia a tratar de que siempre se hablara de él.
Cuando se silenciaban los comentarios sobre su persona, algo hacía para nuevamente acaparar la atención pública. Es lo que logró, por ejemplo, cuando se paseó por Atenas llevando un perro tan hermoso y llamativo como ningún otro, sobre todo por su espléndida cola.
Día tras día, la gente manifestaba su admiración por el estupendo ejemplar hasta que, naturalmente, con el paso del tiempo, el can dejó de ser una referencia obligada en las conversaciones diarias. Fue entonces que Alcibíades volvió a sacar de paseo a su ya famoso perro pero ¡le había cortado la cola! En Atenas no se hablaba de otra cosa que de Alcibíades y su perro de la cola cortada...
Preguntamos: La corbata y el saco gris pizarra, los pantalones sport, los zapatos lustrosos y la imagen de hombre acicalado que ahora proyecta el candidato oficial del Frente Amplio a la presidencia de la república, ¿no cumplirá la función de la cola del perro de Alcibíades?