Alemania y la situación en Europa

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Los resultados electorales en Alemania no fueron una sorpresa para nadie: ganó allí la derecha del CDU y sus socios bávaros. Su líder Merz será el nuevo canciller en un contexto completamente novedoso para Europa.

En primer lugar, importa darse cuenta de que detrás del previsible resultado se esconde un crecimiento enorme del partido AfD, calificado en general como de “extrema derecha”. Cuesta mucho asociar a su lideresa Weidel con las características clásicas de un jefe de extrema derecha típico del siglo XX, como podían ser el propio Hitler en Alemania, Mussolini en Italia o Franco en España: se trata de una mujer de 46 años, casada con otra mujer nacida en Sri Lanka, y que juntas forman una familia con dos hijos radicada en Suiza, en la frontera con su país al que va y viene cotidianamente.

Desde ese particular lugar familiar y social, que en nada representa a la etiqueta de extrema derecha, Weidel obtuvo más del 20% de apoyos electorales el pasado 23 de febrero y logró que su partido pasase a ser el segundo más votado de toda Alemania. Con dos datos además muy interesantes: por un lado, se convirtió en el partido más votado de lo que hasta 1990 conformaba la Alemania Oriental; y por el otro lado, fue el partido más votado entre las alemanas entre los 18 y los 24 años de edad, con el 25% de apoyo: una fuerte señal que debe asociarse al énfasis que puso Weidel en el tema de la seguridad pública frente a la multiplicación de agresiones a mujeres que se verifican en Alemania, sobre todo luego del aumento de la ola inmigratoria masculina a partir de 2015.

En segundo lugar, la tarea de Merz para formar gobierno mayoritario en el Parlamento estará enmarcada en los resultados de las urnas. Habiéndose ya comprometido a no incluir a AfD en funciones en el Ejecutivo, el acuerdo natural se llevará adelante con la izquierda de la SPD, con quien el futuro canciller ya avanzó en conversaciones y acuerdos concretos de manera de poder formar un gobierno en común. No precisará al partido ecologista verde para alcanzar la mayoría en el Legislativo.

Esta rápida definición de Merz parece tanto más necesaria como desafiante es el panorama europeo para Alemania. En efecto, Europa está asistiendo a un escenario de posguerra de Ucrania que sobre todo pretende ser definido en instancias bilaterales Rusia-Estados Unidos (EE.UU). Esto no solamente deja en un lugar muy subordinado a Alemania, en una zona de influencia como es Europa del este, en la que siempre Berlín tuvo algo que decir, sino que además fija las pautas de una especie de entente bilateral ente Washington y Moscú para futuras instancias geopolíticas que relega radicalmente a la Unión Europea (UE) en general, y a su principal potencia económica en particular como es Alemania.

Merz ha dado señales de haber comprendido las consecuencias de este nuevo panorama. Ha declarado ya que esta nueva situación mundial impone a Alemania la tarea de independizarse militarmente del escudo de defensa estadounidense que la viene protegiendo desde el final de la segunda guerra mundial. Esta definición, así dicha, que parece bastante lógica habida cuenta de cómo se ha canalizado la situación de posguerra de Ucrania, trae consigo, empero, una novedad radical. En efecto, todo el orden europeo, desde 1945 hasta nuestros días, se basó en la contención militar de Alemania, en su limitación y encuadre en torno a alianzas claves -tanto de la OTAN y el pacto de Varsovia en la Guerra Fría, como bajo la égida de EE.UU a partir de la reunificación en 1990 .

Suponer que Alemania podrá libremente retomar un camino de mayor independencia militar, así sea que siga integrada a la OTAN, de ninguna manera puede ser algo baladí para países del peso económico de Francia e Italia en la UE, y particularmente para el protagonismo militar de Francia (única potencia nuclear integrante de la UE) en todo el continente.

También, suponer que semejante cambio estratégico alemán pudiera ser llevado adelante con la pasividad asociada de Moscú, es equivocarse radicalmente sobre todo a la luz evidente de la historia del último siglo europeo.

Merz no tendrá solamente desafíos domésticos que enfrentar: la oposición de AfD, la promesa de un mayor crecimiento económico, la necesidad de bajar los costos de producción en materia energética para la industria alemana. Tendrá, sobre todo, enormes decisiones estratégicas que tomar en materia de política exterior que afectarán, sin duda, a toda Europa, y a los equilibrios de poder entre las principales potencias.

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