El monumento en homenaje a las víctimas del Holocausto de la Rambla de Punta Carretas, vandalizado con símbolos nazis.
Tres fachadas de edificios de Pocitos grafiteadas con cruces esvásticas.
En 26 de Marzo y Cavia, pintadas antijudías enchastrando carteles que reclaman la liberación de los rehenes secuestrados por Hamás.
Un hombre pasando por la puerta de una sinagoga sobre la calle 21 de Setiembre y gritando “judíos, les vamos a quemar todo”.
“Sionista, te estamos mirando”, escrito por estudiantes de una facultad de la Udelar en forma intimidatoria, contra sus compañeros judíos.
En plena manifestación masiva conmemorando el Día Internacional de la Mujer, un grupo de personas entre las que se ve a niñas y adolescentes, enarbola un gran cabezudo con colmillos y la estrella de David en la frente, casi idéntico a las caricaturas monstruosas con que se denostaba a los judíos en la Alemania prenazi.
Un canal de televisión entrevista a una señora que aparentemente representa a los autores de la ignominia -un colectivo con el paradójico nombre gringo de “Our Voices”- y ella aclara que el objeto pretendía ser una caricatura de Javier Milei (sic) y que nada tiene que ver con un mensaje antijudío. La estrella de David que le pusieron en la frente al cabezudo habrá quedado ahí pegada de pura casualidad.
Todo esto está pasando aquí y ahora.
Después del sanguinario ataque de Hamás a Israel el 7 de octubre, y con más fuerza a partir de la reacción militar contra la Franja de Gaza ordenada por el primer ministro Benjamín Netanyahu, los uruguayos estamos asistiendo a una deleznable escalada de antisemitismo, nunca antes vista con este grado de frecuencia e intensidad.
No hablemos ya del chiquero infame de las redes sociales. Es el propio sistema político el que no parece estar a la altura de tan grave circunstancia, si tenemos en cuenta que el Frente Amplio, la colectividad política mayoritaria del país, reaccionó de forma sorprendentemente desigual entre un episodio y el otro. Desde su primera declaración pública, condena a Israel pero minimiza la agresión terrorista que originó su reacción.
Publicaciones de izquierda llegan al extremo de rebatir lisa y llanamente que la invasión del 7 de octubre haya incluido violaciones y asesinatos de civiles, cuando todo está registrado por los mismos terroristas, quienes exhibieron los vejámenes como trofeos.
Un libelo aparecido en el último número de Brecha llega al extremo de citar medios ignotos, según los cuales las víctimas del festival Nova murieron por el “fuego amigo” de los israelíes. Dice que todo lo que se ha informado sobre esa jornada trágica es un invento de “los medios hegemónicos que moldean la opinión pública en Occidente a base de reproducir el libreto que reciben del gobierno israelí”. En el límite de lo repugnante, la nota expresa que “no existen pruebas de que Gal (una civil israelí) haya sido violada antes de morir” y que “solo un bebé figura en la lista oficial de víctimas”.
¡Esto publica el semanario Brecha, heredero del legendario Marcha que fundara Carlos Quijano!
El espanto no termina ahí. Hace dos días nos enteramos de que la bancada en pleno del Frente Amplio se retiró de sala para no votar una declaración propuesta por la Coalición Republicana (CR) en rechazo a la performance nazi del 8 de marzo. Cuando blancos, colorados e independientes tuitearon sobre tal inconducta, la respuesta del FA fue reprochar a la CR la ausencia de un puñado de sus propios legisladores.
Casi como una burla, la oposición se ocupó de divulgar ese mismo día un reclamo de la senadora Amanda Della Ventura, enojada por el “discurso de odio” de un par de docentes del interior, que despreciaron a otras personas por su color de piel. Si se indignan con toda razón de esa inmoralidad, ¿no tienen nada que decir contra el antisemitismo que ellos mismos están fogoneando, por acción u omisión?
Nadie niega que la respuesta bélica israelí sea extremadamente violenta: la diferencia es que la realiza un Estado democrático, donde existe plena libertad para que la gente salga a la calle a protestar contra el gobierno y, cuando llegue el momento, incluso sustituirlo con el voto.
No solo lo está la colectividad judía; todos los uruguayos demócratas estamos hartos de estos aberrantes mensajes liberticidas. La situación es sumamente grave y la sociedad en su conjunto debe reclamar a la izquierda y a sus voceros de prensa una definición clara y contundente contra la judeofobia.