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Termina un año que ha puesto en juego el valor de la democracia en América Latina. Elecciones en varios países, no todas limpias, algunas con resultados desconcertantes, hablan de un año sacudido que deja dudas respecto al futuro de la democracia.
Uruguay, por fortuna, sigue eludiendo ese camino. Las discusiones políticas pueden ser fuertes pero ocurren respetando las reglas de juego. Es que la democracia, entre otras cosas, permite a quienes integran una sociedad, expresar sus ideas, defender sus intereses (encontrados con los de otros) y dirimir conflictos que a veces pueden ser duros, en un contexto donde hay reglas de juego y nadie se aparta de ellas.
Ante un contexto regional complejo es crucial que Uruguay mantenga ese apego a la tolerancia, la justicia, la igualdad y la libertad, todo lo cual implica vivir en un Estado de Derecho.
Hubo elecciones para renovar bancas y gobernadores en Venezuela. Se hicieron en un clima represivo, carente de libertad, con partidos inhabilitados y líderes opositores presos o en el exilio. El ausentismo fue muy alto. Los observadores de la Unión Europea no quedaron conformes y así lo hicieron saber. Es que el chavismo perdió solo en dos gobernaciones y cuando se dio cuenta que una de ellas era el feudo de la familia Chávez, anuló esa elección.
Con todos los candidatos opositores presos, Daniel Ortega ganó por abrumadora mayoría en Nicaragua: elecciones truchas y dictadura cierta también allí.
Uruguay, por fortuna, sigue eludiendo el camino de la polarización tóxica que crece en la región. Las discusiones políticas pueden ser fuertes pero ocurren respetando las reglas de juego.
Sin llegar a esos extremos, hubo otras elecciones con resultados desconcertantes. No es que hayan sido irregulares como sí las de Nicaragua y Venezuela, pero sus resultados indican que existen problemas que pondrían en jaque la estabilidad democrática como en Perú, o que plantean interrogantes hacia el futuro como en Chile.
En Perú, Pedro Castillo (apoyado por la izquierda radical) con pocos votos debió ir a segunda vuelta con Keiko Fujimori (que tampoco sacó demasiados votos en la primera). Castillo es un personaje pintoresco, algo elemental cuando hace declaraciones y sin apoyo parlamentario.
Ya hubo un intento por hacerle un juicio político (algo a lo que se recurrió con frecuencia en el período anterior) pero logró mantenerse. Ganó la segunda vuelta, sí, aunque su apoyo real es escaso. Fue una elección con opciones extremas que terminó siendo una trampa. La situación es muy inestable y hay riesgo de caer en un deterioro total de las instituciones.
Lo de Chile no es dramático pero sí llamativo. Las dos alternativas que ayudaron a sacar al país de la dictadura pinochetista (una de centro izquierda que dio presidentes socialistas y democristianos) y otra de centro derecha) quedaron reducidas a su mínima expresión en las recientes elecciones.
A la segunda vuelta fueron el candidato de una derecha dura y el otro por una izquierda también dura. Esas opciones tan extremas sumadas sedujeron apenas a la mitad del electorado. En el tramo final el candidato de izquierda moderó su postura, no así el de derecha, y ganó. Al ganar en segunda vuelta, Gabriel Boric (en la primera apenas representó a un cuarto del electorado) tendrá que negociar con socialistas y democristianos y no repetir el error de los años 70 cuando ganó Salvador Allende.
Eso implicará gobernar con moderación. Podrá hacer cambios, sin duda, pero no abusar de ellos si quiere mantener un respaldo más amplio y apostar a la estabilidad institucional. Por lo tanto en Chile, todavía hay incógnitas a despejar.
Argentina realizó elecciones intermedias y la oposición le quitó la mayoría parlamentaria a un gobierno bicéfalo, que sigue apostando al “nosotros contra ellos” con estilo prepotente. Manejó con asombrosa incompetencia la pandemia y no logra enderezar la situación económica. La oposición, si bien refleja los valores de una democracia liberal y republicana, no actúa con suficiente cohesión, no ofrece una propuesta de salida que convenza y necesita afianzar liderazgos que lleguen a la gente. En este contexto, la situación argentina al mediano plazo promete seguir complicada.
Por eso, urge que Uruguay mantenga su rumbo, aunque sea una isla en esta América. Basta ver lo que ocurre alrededor para entender que solo en democracia se resuelven los conflictos, se canaliza con seriedad la diversidad, se representa mejor la variedad de intereses y se defiende con solidez la libertad.
Es una cuestión de madurez política y ella no se debe perder.