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Ayer se cumplieron 185 años de que el presidente Manuel Oribe instituyera el uso de la divisa blanca “Defensores de las Leyes” para quienes sostenían el orden constitucional en la República. Desde sus mismos orígenes el Partido Blanco tuvo una identidad definida.
Si bien puede rastrearse con éxito su raíz en el artiguismo en tiempos de la Patria Vieja, continuado por el lavallejismo y la cruzada libertadora, es indudable que Manuel Oribe, cuya figura se agiganta con el paso del tiempo, marcó al partido que dio partida de nacimiento. La recia figura del Brigadier General apegada a la Constitución, al orden administrativo, a la honestidad extrema con ejemplos sobrados y a la creación de un Estado liberal y solidario se mimetiza con la identidad blanca.
Los gobiernos de Juan Francisco Giró, Bernardo Prudencio Berro y Atanasio Aguirre con enormes aciertos sentaron las bases para el desarrollo económico que vivió el país en el siglo XIX que lo llevó a tener un ingreso por habitante igual al de los países del primer mundo hacia el tercer cuarto de esa centuria. Giró fue un hombre de estado de excepción y medidas de gobierno atinadas, Berro también lo fue aunque su figura de doctor y caudillo está más ligada a las luchas políticas que debió librar y que le costaron la vida.
Leandro Gómez y la defensa de Paysandú acrecentaron la épica partidaria marcado por el desprendimiento personal y la defensa de valores superiores como la libertad y la soberanía. La resistencia heroica e imposible en el litoral marca uno de los puntos altos en que como tantas veces la derrota tiene el sabor amargo del resultado y el sabor dulce de saberse del lado correcto de la historia.
La creación del Club Nacional en 1872 pauta el paso a un partido incluyente, nacionalista por defensor del interés nacional pero no en los términos ideológicos del siglo XX. Por algo Francisco Lavandeira, sacrificado en nuestras luchas pocos años después en el golpe de 1875 propuso para el partido otro nombre que también le cabía bien, como el de Popular.
Aparicio Saravia, quizá el caudillo popular más importante de nuestra historia es el protagonista fundamental del cambio de siglo. Las revoluciones saravistas en su lucha por derechos y no por el poder en si mismo son únicas y extraordinarias. La trágica muerte de Saravia dio paso a un país en que los reclamos por el voto universal, el registro cívico, el derecho de las minorías (que no necesariamente eran tales con los votos bien contados) y el pleno goce de la democracia ya no podían ignorarse por mucho tiempo.
Nuevos caudillos civiles como Washington Beltrán, cuya temprana muerte no impidió que su poderosa inteligencia y capacidad se desplegara para beneficio del país entre otros ámbitos en la Constituyente de 1916 y Luis Alberto de Herrera a partir de la década de 1920 jalonaron el paso al nuevo partido de masas de la modernidad. La excepcional acción sin descanso y sin mácula de Herrera llevaron al partido de la revolución, de la que fue parte, al partido de las urnas, que llevó a la victoria, finalmente, en 1958. Los dos colegiados blancos fueron ejemplo de gobiernos, con resultados notables en tiempos que nuevamente eran difíciles.
El Partido Nacional se acerca a su bicentenario con bríos y pujanza. Será tarea de todos, y especialmente del nuevo Directorio, combinar la fuerza tremenda de la tradición con el reclamo urgente de los nuevos tiempos, siempre al servicio del páis y de la libertad.
Wilson Ferreira levantó nuevamente la bandera y logró que varias generaciones se hicieran blancas, renovando al partido dentro de la tradición que reverenciaba. Su lucha contra la dictadura y su trabajo para la reconstrucción democrática demostraron que pudo y debió ser presidente.
El gobierno de Lacalle Herrera se convirtió en uno de los mejores del siglo XX, con un impulso modernizador y liberal que el país ansiaba y tuvo. Mucho de lo bueno que logró el país desde entonces se debe a las valientes reformas que encaró un gobierno decidido. Hoy, el gobierno de Lacalle Pou lleva adelante una gestión que evaluará la historia pero que notoriamente hoy cuenta con el respaldo popular de una administración que confió en la gente y manejó una situación extraordinaria defendiendo la vida y la libertad.
El viejo Partido Nacional se acerca a su bicentenario con bríos y pujanza que serían la envidia de cualquier otra fuerza política. Será tarea de todos, y especialmente del nuevo directorio que se instaló en el día de ayer presidido por un blanco de ley como Pablo Iturralde, combinar la fuerza tremenda de la tradición con el reclamo urgente de los tiempos nuevos. Épica y modernidad, siempre al servicio del país y la libertad, para que por muchas más generaciones el Uruguay se beneficie de la fuerza de esta corriente histórica que hizo, hace y hará Patria.