Aparicio Saravia

Compartir esta noticia

Se cumplen hoy 120 años de la muerte de Aparicio Saravia, el gran caudillo blanco formado en las montoneras del siglo XIX y líder de la última revolución que sufrió el país. Más allá de los homenajes que naturalmente con sentimiento y emoción el Partido Nacional le hará en estos días, importa mucho tener presente en el proceso electoral que hoy estamos encarando los grandes principios políticos que defendió Saravia.

El primero de ellos es el del respeto por los resultados de las urnas. El asunto del fraude electoral era el que preocupaba a Saravia, a todos los blancos, y ciertamente también a una parte de los colorados de aquel entonces.

Todo el proceso revolucionario que dirigió Saravia, que se inicia en 1896 y que termina con su muerte en 1904, procuró que las autoridades del país tuvieran consigo la legitimidad de origen propia de una democracia, es decir, que el pueblo fuese el que las respaldara votando en comicios limpios y sinceros.

¡Vaya si será importante eso hoy en día! El legado de Saravia se tradujo en la mejor institucionalidad electoral del continente, aprobada en los años 1920 con la Corte Electoral que terminó constitucionalizada en 1934. Toda aquella arquitectura es la que incluso hoy nos asegura que los resultados de nuestras elecciones son cristalinos y reflejan realmente lo que el pueblo votó. Pero a nivel continental, no hay más que mirar a Venezuela para darse cuenta hasta qué punto las virtudes políticas que movieron a Saravia a hacer sus revoluciones hace más de 120 años siguen siendo cardinales en cualquier vida democrática, y cuán importante es para la convivencia en paz que ellas se respeten.

El segundo principio fundamental que guió políticamente a Saravia fue una concepción moderna de la política que implicaba la inclusión de lo diverso en el ejercicio del poder, encarnado en la amplia actuación de los partidos políticos.

Obviamente, había allí un antecedente en la revolución de las Lanzas que culminó en 1872 y de la cual un muy joven Aparicio Saravia formó parte. Pocas horas antes de la batalla decisiva de Masoller el 1° de setiembre de 1904, cuando es herido de muerte, el caudillo había avanzado en negociaciones que, según él, iban a terminar prontamente con la guerra civil y lograr “partir la naranja al medio” del poder, según sus propias y ya históricas expresiones.

En definitiva, todo el viejo acuerdo de coparticipación territorial que fijaba jefaturas políticas para el Partido Nacional debía de tener una traducción mucho más moderna y amplia, en base a elecciones libres y plurales con garantías de resultados limpios.

Y en este sentido fue también Aparicio Saravia un caudillo extraño con relación al modelo de ese tipo de figuras en nuestro continente: su revolución no fue para desplazar del poder a quienes allí estaban, ni fue para ejercer un dominio excluyente sobre sus adversarios.

De hecho, hubo al menos un par de oportunidades militares en las que en todo el proceso revolucionario sus huestes pudieron haber ingresado a Montevideo y tomar el poder: en vez de eso, Aparicio Saravia siempre privilegió una movilización que obligara a la otra parte a negociar y a reconocer al adversario, sin desplazamientos radicales y procurando así preservar una institucionalidad que asegurara, a través de sus propios medios democráticos, la perfecta legitimidad de origen de las autoridades en el poder.

Esos dos principios políticos sustanciales que motivaron las revoluciones saravistas siguen siendo el norte del Partido Nacional. Importa mucho decirlo porque a lo largo de la historia hubo una crítica que procuró situar a Saravia entre los líderes rurales, premodernos, incluso por momentos con interpretaciones marxistas haciéndolo encarnación de un proletariado rural en fase revolucionaria, que nunca terminó de entender la hondura de la concepción política del caudillo: su modernidad individualista, al querer asentar el principio de igualdad y pureza del sufragio; y su sentido democrático pluralista, al aceptar la amplia participación de los partidos en la representación del poder político.

Por un lado, en estas semanas el Uruguay definirá en libertad y con pluralidad de opciones qué gobierno quiere. Por el otro y para el caso del Partido Nacional, esa colectividad es consciente de que, de ganar, su gobierno deberá contemplar sensibilidades diversas en una amplia Coalición Republicana. Finalmente entonces, estas dos dimensiones bien vigentes son el mejor homenaje a Aparicio Saravia a 120 años de su muerte.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar