La semana pasada se sucedieron episodios que complicaron aún más las ya difíciles relaciones bilaterales con Argentina: su restricción en nuestro suministro de energía por su pico interno de demanda; las declaraciones del vicepresidente de su delegación en la Comisión Administradora del Río Uruguay sobre una pretendida responsabilidad uruguaya en la no publicación de los resultados del monitoreo conjunto de la planta de UPM y de la desembocadura del río Gualeguaychú; y finalmente, las también infelices declaraciones de su embajador en Montevideo sobre el posicionamiento internacional del expresidente Vázquez.
Al mismo tiempo, se multiplican los signos que presagian mayores dificultades sociales, económicas y políticas en el escenario interno argentino. A la mayor presión sindical de Moyano se sumaron la vuelta de los cacerolazos y los piquetes; el paro de una semana del sector agropecuario; las nuevas restricciones para la compra de dólares; las acusaciones cruzadas en torno a la necesidad de la pesificación de los ahorros -que incluye a la propia presidenta-; datos industriales y comerciales que apuntan a una comprometida recesión económica en puerta; una inflación que sigue alta (y se estima creciente); y una situación política más cercana a un desordenado fin de reino que a un gobierno profesional firmemente liderado.
Además, las medidas proteccionistas argentinas de estos meses han despertado la alerta de los principales países del mundo, y en particular de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Son medidas que impiden a Buenos Aires ganar en credibilidad internacional -ya trágicamente debilitada por el default de 2002-, y que le hacen perder la relativa visibilidad que había logrado luego de la crisis de 2008 como integrante del G-20. En este sentido, el reciente viaje a Angola de la presidenta Fernández ilustra el camino internacional periférico en el que se empeña su gobierno.
En este contexto, la iniciativa argentina que busca llevar el arancel externo común del Mercosur del actual 22% al 35%, máximo permitido por la OMC, es tan grave como preocupante. Sin duda, nos perjudicaría: limitaría nuestra inserción comercial abierta al mundo. Sin duda también, es parte de esta lógica de encierro proteccionista comercial y económico seguida por Buenos Aires, pero esta vez llevada a la escena regional.
En estos años de administraciones Mujica-Fernández el balance de la relación bilateral con Argentina es francamente deficitario para Uruguay. Por causa del convencimiento ideológico de Mujica, que cree en una patria grande que "nos encuentre unidos" en vez de "dominados" -para seguir aquella vieja premisa de Perón-, Uruguay bajó la guardia y no se defiende bien de los perjuicios provocados por la política exterior argentina.
En efecto, la vieja rivalidad de puertos entre Buenos Aires y Montevideo se traduce hoy en una política peronista-imperialista que procura liquidar las posibilidades de desarrollo de su vecino. Como siempre, Uruguay es más pequeño, menos poderoso, y ocupa un lugar geográfico estratégico. Pero, hoy, agrega un diferencial sustancial: su estabilidad institucional.
La clave está en entender de una vez por todas que se acabó el juego de equilibrio de potencias brasileño-argentino sobre el que se apoyó Uruguay desde 1830 y hasta fines del siglo XX. Hoy, nadie es capaz en la región de disputar el liderazgo de Brasil. Es más: en las próximas décadas, Argentina tiene el desafío de potencias que se afirman rápidamente, como Colombia o Perú, o de la ventana al Pacífico de un Chile con su envidiable apertura comercial que potencia su crecimiento.
Para lograr un futuro de bienestar, alejado de una imagen de país bucólico y achatado, tenemos que asumir que en este siglo XXI Argentina no es nuestro aliado y que la patria grande es una patraña. Tenemos que despegarnos lo más que podamos de una Argentina que sufrirá prontamente (y una vez más) un grave escenario de crisis e inestabilidad. Tenemos que apoyarnos en países estratégicos -Estados Unidos, Chile y Colombia- para forjarnos nuestro propio destino nacional.
Se precisa la unanimidad de los países del Mercosur para adoptar esta medida de mayor proteccionismo regional. Esperemos que nuestra Cancillería esté a la altura de la gravedad de la hora histórica y defienda nuestro interés nacional.