La caída del gobierno francés por causa de la votación de censura parlamentaria vuelve a poner a esa principal potencia europea frente a una crisis política que no parece tener fin. Hay quienes entienden que la única forma posible de encauzar la situación es la renuncia del presidente Macron, electo en mayo de 2022; y hay quienes creen que aún es posible encontrar un acuerdo parlamentario que logre formar un nuevo gabinete con mayoría propia en la Asamblea Nacional (AN).
El régimen francés es semipresidencialista. Por un lado, la elección del presidente, jefe de Estado, se realiza cada cinco años. Por el otro, el gobierno liderado por el primer ministro, que lleva las riendas de los temas del país, debe contar con el apoyo al menos tácito de la AN, la cámara baja del Legislativo, que también se elige cada cinco años. El vínculo entre un poder y el otro es clásico del parlamentarismo: el presidente puede disolver la AN con una frecuencia máxima de una vez por año; y esa AN puede votar una moción de censura y hacer caer al primer ministro por falta de confianza política.
Luego del revés electoral en la instancia europea, Macron decidió disolver la AN. La jugada pretendía poner a Francia frente a una encrucijada clave: si el pueblo ratificaba la opción de dar al partido de extrema derecha de Le Pen la mayoría que había obtenido en las europeas, habría entonces un gobierno de ese signo político al mando en París y cohabitando en el Ejecutivo con el presidente Macron. Si, por el contrario, gracias en parte al escrutinio parlamentario mayoritario a dos vueltas, el apoyo popular iba en favor de la línea política del presidente, el revés de inicios de junio en la elección del Parlamento europeo habría quedado enterrado, y una legitimidad más grande habría respaldado el rumbo presidencial en el Parlamento francés.
El problema es que el resultado no fue claro. Por un lado, la izquierda rápidamente se unió en un frente republicano que le proporcionó mal que bien el tercio de las bancas; por el otro, casi algo menos de un tercio fue ganado por el partido de Le Pen; y finalmente, distintos partidos aliados al partido de Macron lograron el tercio mayor restante. Ante este panorama, nadie podía mostrar una mayoría amplia. Luego de negociaciones que duraron hasta inicios de setiembre, se conformó un gobierno de línea presidencial y sin el respaldo de una mayoría absoluta en el Parlamento.
Cualquier crisis importante podía así llevarse puesto al gobierno del primer ministro Barnier. Ocurrió con la instancia parlamentaria de la necesaria aprobación del presupuesto, y terminó con una censura que situó nuevamente a Francia frente a una inestabilidad que resulta del todo atípica, en función del sistema institucional de la V República que fuera propuesta por De Gaulle en 1958 (y con modificaciones en 1962). El problema está en que, en una coyuntura europea tan grave, la situación francesa complica a la posición de todo el continente en la escena mundial.
En efecto, París es junto a Berlín el centro político y económico de la Unión Europea (UE). Por un lado, Alemania está sufriendo serias dificultades económicas, y Francia presenta dificultades políticas enormes (que se suman a sus importantes problemas financieros), cuando estamos a un mes de un cambio de administración en Washington que será decisivo para la suerte que corra el conflicto en Ucrania. Por otro lado, una Francia desestabilizada no puede plantearse fructíferamente aperturas comerciales radicales, como las que implica un acuerdo UE- Mercosur, por ejemplo. Finalmente, hace ya años que París vive con la espada de Damocles de una extrema derecha cada vez más importante en apoyos populares y que ve frustrada su posibilidad de ejercer el gobierno.
Más temprano que tarde Francia deberá resolver su tensión política, en un sentido que abra el juego gubernativo ya sea a la izquierda de Mélenchon, o ya sea a la derecha de Le Pen. Si no fuese el caso, la situación podría agravarse al punto de exigir al presidente Macron una renuncia anticipada (su mandato termina en 2027), de manera de generar, desde la elección del presidente que es la autoridad más importante de la República, un nuevo equilibrio político que asegure la gobernabilidad que Francia y Europa precisan en estas circunstancias tan graves.
El problema que sufre Francia hoy no involucra solamente a cuestiones partidistas internas de ese país, sino que tiene consecuencias muy importantes para el equilibrio de un continente que está en guerra. Su hora es sombría.