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De todos los mensajes que estallaron en Twitter a partir de la entrevista concedida por el presidente uruguayo al periodista argentino Alfredo Leuco de TN, tal vez el más gracioso sea el de un anónimo ciudadano del país hermano que escribió "cuando escucho hablar a Lacalle Pou" y compartió la imagen de una búsqueda en Google con la frase que elegimos para el título de esta columna.
Fueron muchísimos los que recibieron las opiniones de nuestro presidente como un bálsamo frente al errático populismo que ostenta el gobierno de su propio país.
Alguna elegida al azar: "Hola, soy Daniela y después de escuchar a Lacalle Pou una hora, estoy buscando departamento en Uruguay". Y manteniendo su estilo exasperado de siempre, el libertario Javier Milei dio la nota, comparando al Río de la Plata con una especie de "muro de Berlín de agua dulce" que estaría separando a nuestra nación abierta, de la suya totalitaria.
El propio entrevistador Alfredo Leuco definió a Lacalle en las redes como un hombre que transita "por la calle de la verdad y la libertad" y se preguntó enseguida "¿qué nos pasa a los argentinos que no podemos tener un líder de su estatura política y ética?" Hasta Jorge Lanata marcó su adhesión con una nota de humor: "canjeo uruguayo por uruguayo", comparando las fotos de nuestro presidente y de Víctor Hugo Morales.
Lo indudable es que la adhesión que ya genera Lacalle Pou en nuestra tierra, con un porcentaje de aprobación inédito para un primer mandatario desde el retorno de la democracia en 1985, se extendió al país vecino como reguero de pólvora: la entrevista de Leuco obtuvo un pico de rating y fue trending topic en las redes, generando una agenda de otras apariciones televisivas y radiales en cascada.
Nos animamos a explicitar una hipótesis que apareció espontáneamente en esos comentarios: sus declaraciones están haciendo más por la causa del liberalismo que todo lo que ha intentado hacer la actual oposición argentina. La mezcla sutil de firmeza, pragmatismo y humildad con que el presidente se dirigió al país hermano, dejó atónita a una sociedad acostumbrada a la grieta, el insulto permanente y el bastardeo de la razón en favor de un realismo mágico siempre prometido e incumplible.
Por un lado está el oficialismo kirchnerista, malherido por la errónea gestión de la emergencia sanitaria y otros problemas aún peores, como el de una corrupción endémica que ya no repara en medios para tratar de ocultar sus desmanes.
Y por otro, una oposición que no pudo o no supo cambiar el paradigma cuando fue gobierno, tal vez por un déficit en el ejercicio de la autoridad y un celo excesivo por no molestar a anónimos tuiteros vociferantes.
El compatriota Gustavo Toledo lo sintetizó con exactitud: "Luis Lacalle Pou, presidente del Uruguay y líder de la oposición argentina".
En su alocución, nuestro mandatario se dio el lujo de filosofar en torno a algunos temas esenciales, como la libertad responsable y hasta sobre la relación del hombre con la naturaleza. En un país tan invadido por las urgencias de una agenda informativa pautada por el rating y los clics en las redes, que un político reflexione en un medio masivo sobre aspectos trascendentes de la vida también genera una admirada extrañeza.
El propio entrevistador definió a Lacalle como un hombre que transita "por las calles de la verdad y la libertad" y se preguntó "¿qué nos pasa a los argentinos que no podemos tener un líder de su estatura política y ética?
De alguna manera, la presencia de Lacalle Pou en los medios argentinos ha marcado una disrupción en el debate público, que podría llegar a ser un antecedente para barajar y dar de nuevo: recuperar la discusión ideológica, la madre de todas las batalles culturales en países que, setenta años después, siguen atados a las falsas promesas del sesentismo revolucionario. Y no solo eso. Reivindicar también el valor del disenso y del ejercicio honesto de la autoridad conferida por el soberano. La idea de que un líder político no es un jugador de frontón que devuelve los pelotazos que tira la veleidosa opinión pública, sino un conductor que señala caminos y la persuade sobre sus beneficios, con la sola fuerza de su sinceridad y de la asunción plena de la responsabilidad sobre estas decisiones.
Significativamente, el mismo día en que nuestro presidente asombraba al público argentino con su talante respetuoso y pleno de sentido común, un exmandatario uruguayo repetía uno de sus recurrentes papelones, declarando nada menos que al diario La Nación que "solo a los porteños les gusta venir a bañarse acá; en febrero te cagás de frío".
Dos estilos bien distintos, dos imágenes contrastantes de un país que felizmente, desde el primero de marzo para acá, se está reencontrando con la calidad de sus mejores tradiciones políticas y culturales.