Deber o poder ir más a fondo

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Con razón diversos columnistas de este diario en las últimas semanas han planteado distintas dimensiones de la realidad del país en las que se precisa avanzar en reformas con más vigor y determinación. Es que estamos en un tiempo de elecciones, y por tanto corresponde que desde el análisis se vuelquen argumentos en favor del mejor rumbo que debe tomar el país en el próximo quinquenio.

Existe en efecto una agenda de temas que no están siendo considerados en los debates de campaña, pero que son muy importantes. En primer lugar, tenemos un problema demográfico de largo aliento muy grave, que repercutirá en nuestra seguridad social, y que también tiene consecuencias sobre nuestra identidad y nuestras expectativas de futuro, tanto en materia de uruguayos relativamente mejor formados que siguen emigrando y radicándose en el exterior, como de jóvenes que no alcanzan a tener la cantidad de hijos que quisieran cuando forman sus familias.

En segundo lugar, se ha planteado el drama de la urgencia de seguir mejorando la educación de las clases medias y populares, porque es evidente que hay un terrible vínculo entre esa mitad de jóvenes que por generación no terminan la enseñanza secundaria, con la falta de oportunidades de trabajo que fomentan el tobogán de anomia social que todo el mundo percibe, por ejemplo, en esas calles de Montevideo llenas de “zombis” sin futuro alguno.

En tercer lugar, la verdad de la situación impositiva y económica del país es tal que el análisis especializado señala que debemos enfrentar de una vez por todas esos costos del Estado que hacen tan difícil nuestra competitividad, con reformas de fondo en un sentido de apertura y de competencia que implican acuerdos políticos relevantes para que puedan efectivamente llevarse adelante en el largo plazo.

La lista podría ser más larga. En cualquier caso, como bien señaló aquí Ignacio de Posadas, el país se enfrenta al “pacto de la penillanura” que hace que todas esas dimensiones que sabemos que debemos llevar adelante para poder avanzar en nuestro desarrollo y prosperidad, se da de bruces contra las limitaciones concretas, reales, del poder ir más a fondo en la realidad misma del país. Con razón, el diagnóstico de situación no puede omitir esa dimensión más política y realista. Y no puede omitir decir con claridad, también, quiénes son los que impiden el avance nacional.

Fijémonos en un par de ejemplos tan sencillos como ilustrativos. En primer lugar, sobre la seguridad social: nadie puede dudar que lo aprobado en 2023 fue una reforma gradualista, al punto que sus efectos completos recién se aplicarán luego de 2036; y nadie puede dudar tampoco de que se trató de una reforma absolutamente necesaria para poder seguir sosteniendo todo el sistema - por causas, sobre todo, de evoluciones demográficas de largo plazo -, y de que en el intento por alcanzar acuerdos amplios fueron convocados diversos actores políticos y sociales para que hicieran sus aportes.

Por decisión propia la izquierda sindical y política no formó parte de esos acuerdos. No solamente eso, sino que viendo cómo luego de más de tres lustros se logró en 2023 finalmente una mayoría parlamentaria amplia para reformar la seguridad social, decidió tomarse revancha en este 2024. Y aquí revancha quiere decir por un lado fomentar una reforma constitucional contra la ley aprobada; y por otro lado, proponer como programa de gobierno una revisión de esa ley a través de un “diálogo social” que promueva una jubilación futura y generalizada a los 60 años de edad.

En segundo lugar, está el asunto de la inserción internacional más abierta. A pesar de los esfuerzos del gobierno para avanzar en este sentido, los resultados han sido magros. Y la razón, en parte, está en que cualquier puesto diplomático extranjero en misión en Montevideo se da cuenta de que la oposición izquierdista no está convencida de ir por el camino de esa apertura que deje a un costado los profundos intereses de Brasilia. Y como el Frente Amplio puede llegar a ganar, los cálculos prudentes que hacen esos representantes extranjeros son de no avanzar en ese camino de apertura que tantos analistas uruguayos exigen con razón, porque quizás un Uruguay izquierdista luego decida cambiar de senda.

Desde aquí debemos señalar rumbos de desarrollo con vigor y energía. Pero también debemos de ser justos y marcar diferencias sustanciales entre quienes intentan conducir al país por esos caminos, y quienes han sido y son los permanentes protagonistas de ponerle palos en la rueda.

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