Yamandú Orsi arrancó la campaña al balotaje tan mal como era de esperar. Incurre en opiniones temerarias o burdas falsedades. En los últimos días declaró a Telemundo (canal 12) que “hay que revisar el sistema de previsión” porque en el plebiscito “la ciudadanía dio una señal”. ¿Qué quiere revisar, si un 60% de los electores rechazó la disparatada modificación constitucional del Pit-Cnt?
En la entrevista que concedió a Subrayado de canal 10, fue aún más lejos: dijo que “una de las cosas que complicó fue que en la actual normativa de jubilaciones y pensiones, lo que se hizo fue que, al barrer, se mandó a todo el mundo a los 65 años”. No es así y Orsi, o al menos sus asesores, deberían saberlo.
La ley sancionada por este gobierno mantiene la edad mínima de 60 años a los trabajadores rurales y de la construcción y, para los demás, aplicará el aumento a 65 en forma gradual: los nacidos hasta 1972 seguirán jubilándose a los 60 y recién los que nacieron en 1973 lo harán a los 61, en una escala anual progresiva que llevará al mínimo de 65 recién a los nacidos en 1977.
Al barrer, nada.
Antes de la elección tuvo otras metidas de pata notables, como cuando se manifestó a favor de la libre importación de combustible siempre y cuando “no compita con la producción nacional” (sic). O cuando eludió la respuesta de si invitaría a Nicolás Maduro a su eventual asunción de mando con un chiste sobre el tamaño de la torta de cumpleaños.
O cuando jugó a un disparatado lenguaje inclusivo diciendo “responsables y responsablas”. Lo evidente es que, a medida que empieza ahora a ejercer el protagonismo en la candidatura frenteamplista al balotaje, estas patinadas se repetirán y agudizarán de forma impredecible.
Es un fenómeno curioso, pocas veces visto en la historia reciente de campañas electorales, que puede tener una de tres explicaciones posibles. La primera: que el candidato se dirige a un público desinformado y despolitizado, abusando de promesas infundadas para hacer demagogia. La segunda: que no está siquiera mínimamente preparado para gobernar, por el desconocimiento que ostenta de temas elementales.
La tercera: que está padeciendo un proceso personal de autoboicot.
Se ve venir que puede llegar a ser presidente y se equivoca, se tranca, gesticula -incapaz de encontrar palabras- o improvisa desvaríos, como una reacción de pánico que lo ahuyente de la pesada responsabilidad que se le vendría encima.
La debilidad del candidato es admitida implícitamente incluso por acreditados voceros frenteamplistas. En su editorial de ayer para el semanario Voces, Alfredo García lo defiende enunciando que “no hay super hombres en política y la clave hoy pasa por saber rodearse de gente que sabe y formar buenos equipos de dirección”. El subtexto es cristalino.
Lo importante ahora es determinar hasta qué punto podrá haber un traslado de votos coalicionistas, el próximo 24 de noviembre, hacia un adversario tan débil.
Entre la elección parlamentaria y el balotaje de 2019, la candidatura de Daniel Martínez trepó varios puntos debido a un espíritu coalicionista que no estaba consolidado, como sí lo está ahora, después de una defensa conjunta de la LUC y la reforma de la seguridad social.
El apoyo a Lacalle Pou no era unánime entre los seguidores del colorado Talvi y el cabildante Manini: su popularidad se generalizaría recién a partir de la valoración de su eficiente gestión de gobierno.
Ahora la situación es diferente: los cuatro partidos coalicionistas (con el agregado del Constitucional Ambientalista de Eduardo Lust) se hallan plenamente consustanciados después de una gestión conjunta tan difícil como exitosa. Y a esto se suma la comprensión de que hay dos modelos antagónicos: el de los avances en seguridad, empleo, salario, educación, vivienda, administración de recursos públicos y sistema previsional por un lado y el del retroceso en todas y cada una de estas áreas, por el otro.
Dos modelos, dos candidatos: de un lado un político experimentado y probado en circunstancias difíciles, y del otro un diletante, sostenido artificialmente por estructuras militantes de dudoso republicanismo.
Si a alguien quedan dudas del resultado, el debate que por imperativo legal deberá realizarse este mes terminará de despejarlas. No será una instancia fácil, porque quien carece de argumentos, puede apelar a golpes bajos que lleven al barro la imprescindible confrontación de ideas y capacidades.
Pero el soberano sabrá elegir.