En diciembre de este año se realizarán elecciones presidenciales en Chile. Se trata de una cita muy importante para la región, porque el país trasandino es una de las democracias de referencia en el continente, y porque ha sido notorio el desgaste de la izquierda en el poder bajo la actual administración Boric iniciada en marzo de 2022.
El fenómeno de mala imagen de Boric se arrastra desde hace años. A los pocos meses de ocupar La Moneda, ya presentaba un saldo de opinión pública negativo. A fines del año pasado, una amplia mayoría hecha del 60% de los chilenos seguía desaprobando su gestión y sólo el 32% la aprobaba. Sin embargo, cuando hubo que votar en octubre y en noviembre pasado por gobernadores regionales y alcaldes municipales, los chilenos no rechazaron de plano las opciones oficialistas: antes bien, como ocurriera ya en el balotaje de 2021, cuando se enfrentaron candidatos francamente de derecha con otros más representativos del espectro oficialista, el triunfo correspondió a estos últimos, como fue el caso de la importante gobernación de la Región Metropolitana de Santiago en la que triunfara por amplio margen el oficialista Claudio Orrego.
El desafío de la derecha es pues muy importante, ya que de perder en diciembre de 2025, estaría anotando su séptima derrota presidencial desde el retorno a la democracia en el país. En este esquema, existe una gran tentación estratégica por hacer lo que el analista Patricio Navia llamó “la derecha imitadora”.
La expresión describe una voluntad dentro del espectro de derecha chilena de querer copiar al menos tres tipos de mensajes diferentes que han dado resultados en distintas partes del mundo: el de Milei en Argentina, el de Trump en Estados Unidos, y el de Bukele en El Salvador.
Para el caso de Milei, el más cercano para Chile, el modelo a imitar pasaría por una reducción del peso del Estado y de sus regulaciones, de manera de promover el crecimiento que en Chile en los últimos años no ha sido tan alto como para poder satisfacer las demandas de consumo y bienestar social.
Para el caso del modelo de “Make America Great Again” estadounidense, la derecha imitadora se plantea la posibilidad de aludir en la campaña a un pasado chileno más glorioso, cuando el país crecía, la estabilidad política lograba que los gobiernos fueran bien evaluados y las reformas estructurales insertaban a Chile en el mundo y lo ponían como ejemplo de desarrollo sostenido con mejoras sociales. Y, finalmente, sobre el modelo del presidente Bukele, la iniciativa imitadora chilena ve con buenos ojos su estilo y sus prioridades que han liquidado de raíz el crimen organizado, allí donde más daño estaba haciendo. Por lo tanto, tienen mucho para enseñar y seguramente para poder aplicar en una sociedad como la chilena en la que el crimen ha crecido en las zonas urbanas y que enfrenta movimientos de guerrilla desestabilizadora en el sur de su territorio.
Sin embargo, como bien analiza Navia al dar cuenta de este fenómeno de “derecha imitadora”, es evidente que la realidad de Chile no es la misma que la de Argentina, Estados Unidos o El Salvador. Por un lado, porque la economía chilena no está excedida de regulaciones como la argentina, sino que más bien conservó buenas bases desde los tiempos de la dictadura de Pinochet, por lo que no resultaría seductora una propuesta a la de Milei que desmantele el Estado. Asimismo, porque los tiempos de fuerte crecimiento y mejora de la distribución del ingreso fueron años de gobiernos de la Concertación, coalición de partidos de centro izquierda, sobre todo, con el formidable liderazgo de Lagos entre 2000 y 2006, por lo que difícilmente pueda la derecha ser creíble al promover volver a ese pasado conducido por líderes de partidos rivales. Y, finalmente, porque si bien la estrategia de Bukele ha dado resultado en El Salvador, las maneras con las que ha sido llevada adelante de ninguna forma resultan seductoras en un país como Chile, que valora las garantías individuales y los debidos procesos judiciales propios de democracias establecidas y sólidas.
El desafío para la derecha chilena en este 2025 pasa por generar propuestas que efectivamente respondan a las necesidades de su país, sin imitar recetas extranjeras. Como bien concluye Navia tomando una imagen bien propia de su país, el proyecto de cambio deberá ser “con empanadas y vino tinto”. A los efectos regionales, importará mucho prestar atención al camino que finalmente tomará la derecha este año tras la Cordillera.