Se cumplen hoy dos años del inicio de lo que Moscú ha denominado una “operación especial” y que no ha sido más que el ataque militar contra un país independiente como es Ucrania, y la violenta anexión de prácticamente un tercio del total de su territorio que pasó a integrar la Federación de Rusia. El escenario europeo sufre así la guerra más importante en su continente desde el final de la Segunda Guerra Mundial, y sus consecuencias gravísimas han tenido repercusiones incluso en nuestro continente americano.
Se trata de una guerra que ha involucrado fuertemente a las potencias occidentales en favor de Ucrania. El problema es muy grave ya que, si Rusia logra asentar su determinación política en función de sus criterios imperialistas en la región de Donbás, todo el escenario de Europa del Este quedará con la espada de Damocles de la posible intervención, directa o indirecta, de un Moscú que pueda procurar recuperar su influencia perdida en esa parte del continente luego de la caída del muro de Berlín en 1989. Además, como ni París, ni Londres, ni Berlín, ni Washington están dispuestos a enviar masivamente tropas a morir por Ucrania, los apoyos militares que ha recibido Kiev no han logrado para nada evitar el avance ruso que en estos dos años se ha consolidado en la invadida zona este.
También, en estos dos años las consecuencias económicas para Europa occidental han sido muy graves. Muy dependiente en materia energética del gas y del petróleo ruso, su entramado productivo ha sufrido enormemente de las evidentes sanciones económicas que los principales países europeos impusieron a Moscú ya en 2022: parte de las recientes, amplias y potentes manifestaciones de la población activa rural en Alemania, Francia y España, por ejemplo, son una reacción social al aumento de los costos de producción como consecuencia indirecta de esta guerra.
La inflación se disparó y perjudica sobre todo a las clases populares; la seguridad alimenticia de los principales y poblados países del sur del Mediterráneo, como por ejemplo Egipto, que son grandes importadores de productos agrícolas desde el mar Negro que hoy está en el epicentro de la guerra, está en tela de juicio y repercute en imponentes migraciones internacionales con destino europeo; y el riesgo de que todo esto termine dañando gravemente a la cohesión política y social de la Unión Europea es muy grande: todas estas han sido indirectas pero inmediatas consecuencias para el viejo continente de estos dos años de guerra en Ucrania.
Para nosotros en América esta guerra también ha tenido graves consecuencias. Además de desestabilizar precios internacionales que refieren a nuestros productos de exportación, Rusia ha retomado con vigor su vieja lógica de expansión propia de los años del imperialismo soviético. En efecto, entendida como una suerte de política espejo que refleje en el continente más cercano a EEUU una influencia adversaria similar a la que Moscú entiende ejerce Washington en el área de influencia natural rusa en Europa del Este, la política exterior de Putin ha buscado y encontrado aliados en Latinoamérica. A ejercicios militares y mayores vínculos culturales y económicos con Nicaragua en Centroamérica, por ejemplo, ha sumado una mucho mayor cooperación militar, estratégica y económica con la Venezuela del dictador Maduro.
En un esquema de búsqueda de aliados que contraríen la influencia estadounidense en Sudamérica, la campaña rusa se ha unido a los vínculos estrechos que Irán también ha generado en nuestro continente: se trata de una alianza ruso-iraní que ya ocupa protagonismo en Oriente Medio y que, naturalmente, se ha extendido en nuestro continente no solamente a través de Venezuela, sino también de la política exterior de Bolivia con sus antecedentes notorios bajo la presidencia de Morales.
Este 24 de febrero recordamos pues una fecha nefasta para Ucrania, para Europa y para la paz en el mundo. Nuestra política exterior, siempre alineada con el derecho internacional, ha expresado naturalmente nuestra solidaridad con el pueblo ucraniano. Importa señalar que ella no ha recibido el apoyo unánime del sistema político: en estos dos años, varios sectores y dirigentes del Frente Amplio han adherido a la posición rusa e incluso han viajado especialmente a la zona de conflicto para expresar su solidaridad con Moscú. En los próximos meses, cuando las campañas electorales fijen sus distintas posiciones sobre los temas del país, no debemos olvidar esta diferencia radical entre unos y otros sobre la guerra de Ucrania.