Se va perfilando la recta final de la campaña al balotaje y queda claro que hay dos estrategias muy diferentes de parte de Orsi por un lado y Delgado por el otro.
La estrategia del candidato Orsi es clásica en lo que ha sido históricamente el Frente Amplio (FA) en estas instancias. En primer lugar, plantea afirmarse como la mitad más relevante de la opinión pública. El problema con esto es que el FA es la mayoría mayor, pero no por ello es la mitad más votada: los resultados de octubre señalaron claramente que el FA recibió 43,86%, y que los partidos alineados con el oficialismo el 47,56% de los votos emitidos.
Además, a esa reafirmación de ser una mitad relevante del país, la estrategia del FA suma la voluntad de captar adhesiones blancas o coloradas con pases individuales más o menos notorios en favor del candidato presidencial izquierdista. En el balotaje de 1999, por ejemplo, apeló a personas de apellido Saravia. Hoy, se centra en apoyos de personas de apellidos escandinavos o españoles que, notoriamente, no resultan relevantes en peso, trayectoria y autoridad dentro de cada uno de sus partidos tradicionales.
En segundo lugar, la estrategia de Orsi mantiene la lógica mayoritarista del FA de siempre. Esto quiere decir que se presenta ante la ciudadanía convencida de gobernar desde su mitad política: con mayoría en el Senado, y con simple capacidad de cooptar dos diputados más de manera de alcanzar la mayoría en la Cámara baja. Además, reafirma su sentido izquierdista al hacer una jugada con doble objetivo, como es la de ratificar la instancia de diálogo social para reformar la seguridad social: por un lado, satisface a la mayoría de su electorado de primera vuelta que votó al FA y a la papeleta blanca; por el otro, procura desde ese eje de decisión seducir a quienes hayan votado a la papeleta blanca con otros partidos políticos (o incluso, en blanco).
Así las cosas, el FA, autoconvencido mayoritario, ratifica su agenda izquierdista y busca desde allí dar el “pequeño salto” que le falta para ganar el balotaje. Y lo hace seguro de que los antecedentes lo avalan, ya que en el pasado siempre hubo crecimientos entre la primera y la segunda vuelta en favor del candidato del FA.
La estrategia de Delgado es completamente distinta. En primer lugar, formalizó un acuerdo programático que asegura el apoyo del conjunto de partidos que, sumados, alcanzaron el 47,56% de los votos de la primera vuelta. A diferencia de 2019 cuando esta iniciativa multipartidaria no tenía antecedentes, esta vez el planteo no solamente fluyó con rapidez, sino que fue interpretado con total naturalidad por todos los actores de la Coalición Republicana (CR): todos hicieron campaña para octubre anunciando que esto ocurriría.
En segundo lugar, ese movimiento de apertura del candidato de origen blanco hacia los partidos de la CR ha servido como impulso a la apertura mayor y más profunda que trae consigo la interpretación de los resultados de octubre realizada por Delgado. En efecto, con un Parlamento en el que los votos de la Asamblea General están prácticamente empatados entre FA y CR (con un empate incluso exacto si gana la fórmula Delgado- Ripoll el balotaje), la lectura coalicionista del mensaje ciudadano enviado en las elecciones de octubre es completamente diferente a la que hace el FA.
Delgado entiende que lo que la gente exige es que los bloques mayoritarios acuerden entre ellos políticas de Estado. Lo que el pueblo pidió, señala, es no poner en riesgo el camino tomado por Uruguay por causa de grietas mayoritaristas insalvables, como las que hemos visto en estos años en países vecinos.
De esta manera también interpreta la CR los resultados de los dos plebiscitos. Cada uno de ellos estuvo en el eje del 40% y por tanto fueron ampliamente rechazados por la ciudadanía: son temas cerrados y el énfasis del futuro gobierno deberá estar puesto en otros asuntos muy importantes que, por cierto, están reflejados en el acuerdo de los partidos de la CR, como la pobreza infantil o la baja del costo de vida, por ejemplo.
El balotaje enfrentará dos candidatos presidenciales. Pero además pondrá sobre la mesa dos formas diferentes de concebir el gobierno y de valorar el mensaje de la ciudadanía en torno al protagonismo de las mayorías y a la búsqueda de los consensos. Con un escenario en el que ningún bloque cuenta con mayoría parlamentaria propia, es claro que el probado talante de Delgado, acuerdista y negociador, es un diferencial tremendamente valioso para el ejercicio de la presidencia.