En tiempos normales la política exterior no es un tema de campaña que genere pasiones ni que sea clave para definir el voto de las grandes mayorías del país. Sin embargo, es una de las políticas más importantes de un gobierno, ya que define alianzas y prioridades que tienen consecuencias fundamentales sobre el bienestar y el progreso nacionales.
Hay un ejemplo que todo el mundo recuerda: el fracaso del tratado de libre comercio con Estados Unidos (EEUU) en 2006. Hace veinte años Washington decidió avanzar en tratados de liberación del comercio con los países de Latinoamérica que estuvieran en esa sintonía, y en ese sentido se lo planteó formalmente al presidente Vázquez. La izquierda retrógrada y sesentista, que ya en aquel entonces dominaba el comité de base y es la misma que lo sigue gobernando hoy en día, se opuso radicalmente a la iniciativa, gritando imperialistas, neoliberales y todas sus tonterías ideologizadas.
El resultado fue que países tan relevantes en la región como Perú, Colombia o Chile lograron por esos años una apertura bilateral fantástica con la primera potencia económica y militar mundial, que ha potenciado enormemente el crecimiento de sus respectivas economías desde hace dos décadas. Nosotros quedamos al costado de las vías del tren del desarrollo comercial con EEUU, perdiéndonos una oportunidad enorme a pesar de que Vázquez advirtió de su conveniencia y excepcionalidad. ¿Cuánto mal hizo al país esa decisión de política exterior de la izquierda gobernante, medido en las potenciales inversiones, empleos y modernización productiva que nunca se concretaron por causa de habernos negado a esa liberalización de nuestro comercio? Sin duda, se trató de un daño gigantesco.
A escasos días de las elecciones importa mucho tener claro que hay dos opciones muy distintas de política exterior que se plebiscitan: por un lado, la política exterior que continúa la de este gobierno; y por otro lado, la política de signo izquierdista.
La que promueve la Coalición Republicana seguirá un rumbo claro: seguir insistiendo en la apertura del Mercosur a acuerdos de libre comercio con otras regiones y países -y más ahora que para tal fin Argentina se ha alineado con Uruguay-, lo que implica si es necesario contradecir el designio proteccionista del mundo industrial paulista del Brasil y sus fuertes implicancias en la política exterior de nuestro vecino norteño; seguir denunciando los desbordes autoritarios de países que han contribuido a desestabilizar la región, como Venezuela y Cuba; y adherir a nuestros valores de civilización occidental, que implica en concreto el apoyo a Israel frente a los ataques terroristas que sufre sobre todo desde hace un año, sin ambages ni medias tintas.
Del otro lado, la política exterior del Frente Amplio (FA) plantea un alineamiento completo al eje progresista de Sudamérica, con sus liderazgos brasileño y venezolano.
Eso implica, entre otras cosas, una política de contención y apoyo a la dictadura de Maduro y un alineamiento a Brasilia en temas fundamentales como, por ejemplo, la velocidad y forma en la que ha de procesarse una mayor apertura de los países del Mercosur al comercio con grandes potencias mundiales. Además, en la coyuntura de guerra en Medio Oriente que seguiremos teniendo por los próximos meses, ha quedado absolutamente claro que el FA de ninguna manera adhiere a la defensa de la existencia de Israel frente a los ataques terrorista de Hamas, Hezbolá y de Irán, sino que participa de un diagnóstico pro- palestino completamente sesgado que pretende imponer a Israel condiciones de existencia que están completamente alejadas de la posibilidad de afirmarse como Estado soberano capaz de asegurar su seguridad militar y política en la región.
Las consecuencias de estos dos rumbos son muy distintos. Por un lado, con la Argentina de Milei abriéndose al mundo y con un Mercosur que a su vez abra la puerta a un mayor comercio internacional, definitivamente se beneficia el Uruguay productivo capaz de competir con sus exportaciones por doquier: más inversiones, más trabajo y más riqueza para todos. Por otro lado, con una política alineada al encierro de Brasilia y en favor del orden mundial que plantean los países BRICS, pasaremos a vegetar como una especie de Cisplatina progresista y conforme con las migajas de soberanía que nuestro gran vecino del norte decida tirarnos.
La elección define qué Uruguay internacional queremos. Se trata de un cruce de caminos fundamental para nuestra prosperidad nacional.