Ecos de allende el Plata

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A la sorpresiva victoria de Javier Milei en las PASO argentinas le han seguido una sucesión de encuestas que muestran que el candidato presidencial de La Libertad Avanza ha mejorado su intención de voto en los días siguientes. Parece claro que el efec- to camiseta del ganador, junto a la normalización de su presencia en el paisaje y la incorporación de destacados profesionales a la campaña le están dando un impulso adicional que lo convierten en el favorito pa- ra ganar las próximas elecciones en octubre.

Es interesante comprobar que Milei votó bien en todos los sectores de ingresos de la sociedad, mejor en las provincias más pobres que en la Ciudad y la Provincia de Buenos Aires y que le “quitó” tantos votos a Juntos por el Cambio como al kirch-nerismo. El escenario que se ha abierto es de una gran incertidumbre, las variables económicas se tambalean y hasta existen dudas de que el actual gobierno pueda llegar a su término sin sobresaltos económicos inesperados. Algunos saqueos a comercios en varias provincias por estos días han despertado un creciente nerviosismo con reminiscencias de 2001.

Hay un aspecto insoslayable para explicar el fenómeno Milei que es la debacle política social y económica que ha seguido Argentina en el último siglo. Hacia 1930 Argentina era uno de los países más ricos del mundo, el granero del planeta, Buenos Aires era la París del sur y sus intelectuales se codeaban con los más destacados del mundo. Con los subsecuentes golpes de estado y la irrupción del peronismo comenzó un declive que conoció de desaceleraciones a lo largo del tiempo, pero no de retrocesos.

El sistema de partidos uruguayo no sufre la suerte del resto del continente, entre otros factores porque la trayectoria política y económica del país es mejor que la del resto en líneas generales.

En la historia más reciente podemos apreciar cómo el kirchnerismo, con su mezcla de corrupción desembozada, populismo irresponsable y políticas de izquierda cercenadoras del crecimiento llevó a un rápido deterioro ya no solo político y económico sino también cultural. Cuando más personas viven de planes del Estado que de su trabajo en la economía formal no existe ninguna posibilidad de que un país progrese.

Por su parte también debe consignarse que el gobierno de Macri, a pesar de su innegable logro democrático de lograr cumplir con el período constitucional de su mandato, fracasó en términos económicos, no logrando revertir la tendencia a la caída que ya se arrastra durante demasiado tiempo.

En este contexto de fracaso económico y frustración con las fuerzas políticas que dominan el escenario del siglo XXI en Argentina surge Javier Milei, con su discurso contra la casta política, diagnósticos claros sobre los principales problemas que enfrenta la gente común y propuestas simplistas que llegan a la población. En buena medida Milei es más el estilo que el fondo. Pocas personas deben votar a Milei por las citas a los libros de Murray Rothbard, mientras que seguramente muchas más lo escogen por sus gritos contra los políticos de siempre.

Parece ser una constante en la historia reciente del continente la elección de outsiders que no forman parte del sistema político tradicional, como Boric en Chile, Castillo en Perú, Bolsonaro en Brasil, y probablemente, Noboa en Ecuador. Lo que se repite es el rechazo a los políticos profesionales, expertos en discursos que respetan la aburrida corrección política pero incapaces de mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos. Los políticos tradicionales en América Latina, como en buena parte del mundo, parecen haberse desconectado de la realidad, hablar -o insultarse- entre ellos por asuntos de mecanismos electorales o tecnicismos que no le importan a nadie más que a ellos y que, por lo tanto solo generan fastidio y tedio. Este tipo de análisis realizó por estos días el reconocido experto en comunicación política Jaime Durán Barba, señalando que la única excepción parece ser Uruguay, el país más europeo de América e incluso, hoy por hoy, más europeo que muchos países europeos.

Esto es cierto, el sistema de partidos uruguayo es sólido y no parece sufrir la suerte del resto del continente, entre otros factores porque la trayectoria política y económica de Uruguay es mejor que la del continente en líneas generales. Pero es- to no es razón suficiente para dormirse en los laureles; los políticos uruguayos también tienen la enorme responsabilidad de mejorar el debate, ser más consistentes en sus planteos de políticas públicas y abrir el abanico de opciones para que no suene a que todos dicen más o menos lo mismo. De lo contrario, la excepcionalidad uruguaya más temprano que tarde comenzará a estar bajo cuestión.

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