No hace falta incurrir en hondas reflexiones filosóficas: alcanza con leer las noticias de estos días. El ex Pink Floyd Roger Waters -hoy un antisemita que niega serlo pero que acaba de declarar que la masacre del 7 de octubre en Israel fue una acción de falsa bandera- vociferó en su recital en el Estado Centenario un sonoro “fuck off” contra nadie menos que el presidente del Comité Central Israelita del Uruguay, Roby Schindler. En la crónica de nuestro diario, el insulto fue traducido respetuosamente como “púdrete”, con una tibieza que quien lo pronunció no merece en absoluto. La traducción literal es “andate a la mierda”. Lo mismo que el senil promotor del totalitarismo anuncia al momento de comenzar sus shows aquí y en Argentina: “si te gusta la música de Pink Floyd pero no soportas las opiniones políticas de Roger Waters, harías bien en irte a la mierda”. Un poema sublime en el que por un lado intenta apropiarse de la marca de la prestigiosa banda británica que ya no representa, y por el otro revela la más indignante censura al pensamiento ajeno. Ni Goebbels lo hubiera expresado en forma más explícita.
Pero vea el lector lo que son las cosas. Cuando dijo esas estupideces contra la organización que nuclea a la colectividad, a la que calificó despectivamente de “lobby judío” por el solo hecho de que unos hoteles cinco estrellas hicieron uso legítimo del derecho de admisión, no solo fue aprobado con la silbatina cómplice del público que fue a verlo al estadio. También aparecieron algunos tuits verdaderamente insólitos, como el de Edison Lanza, experiodista contratado por la Intendencia de Canelones y usual detractor de Uruguay ante medios internacionales, que escribió textualmente: “No coincido con muchas expresiones de Roger Waters. Pero en libertad de expresión no podemos defeccionar. Que una embajada o colectividad exija boicot a un artista, cantar o no hacer declaraciones, lo veo fuera de lugar para nuestra soberanía y respeto a libertades fundamentales”.
No se quedó atrás el siempre inefable Esteban Valenti, publicista y panelista consuetudinario del FA, que se mandó esta otra: “No soy muy fanático de Roger Waters; ahora soy su firme admirador, por su canto y su valentía. Y rechazo a los censores”.
El primero se desmarca de las barbaridades que dice Waters a diestra y siniestra pero apela a la “libertad de expresión”, como si esta amparara insultar en forma soez a un sector de la ciudadanía que profesa determinada religión. El segundo las aplaude. Recuerde Valenti, que el músico británico dijo abiertamente que la masacre del 7 de octubre fue inventada por los israelíes… ¿Eso le parece valiente y admirable? Qué asco.
Escalera arriba del poder frenteamplista, la intendenta Carolina Cosse se limitó a responder que ya no se podía quitar la declaración de interés cultural departamental -esa que habilitó al individuo despreciable a exonerar impuestos- porque se había gestionado con mucha anticipación. Es bueno saber que si un día de estos una banda propagandista del nazismo pide dicha declaración con la antelación debida, también podrá desplegar esvásticas para solaz del público. Pero con tanta generosidad con Waters, algunos sospechan que se trata de algo más sencillo. La empresa que lo trajo es la misma que incumplió el pago de derechos de autor a nuestro Jaime Roos y que el año pasado fue criticada por todo el espectro político… menos por la Intendencia de Montevideo. En una elocuente crónica publicada el 23 de julio de 2022 en nuestro diario, el periodista Sebastián Cabrera develaba que el propietario de la productora, “Eduardo ‘Atín’ Martínez es cuñado de Jorge Braga, el principal asesor de la intendenta Carolina Cosse”.
Subiendo un paso más en el escalafón del FA, no faltó la visita del músico antisemita a su “amigo” José Mujica. Tratando de arreglar el lío con la labia que lo caracteriza, el expresidente concedió una entrevista a Subrayado (canal 10), donde se desmarcó de Waters aduciendo que a él le gusta el tango (sic) y aclarando que en la reunión le pidió que no fuera antisemita. El argumento brindado por Mujica al periodista es de antología: “yo tuve dos o tres ministros judíos y tengo muchos amigos judíos”. Es la vieja retórica de la que se suele hacer parodia, del tipo de “no soy racista porque tengo amigos negros”.
Llegado a este punto, es inevitable preguntarse cómo es posible que el actual Frente Amplio aún concite la adhesión, no ya de miembros de la colectividad judía, sino de uruguayos de buena voluntad que se repugnan ante los discursos genocidas propios de Hamás y del nazismo.