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El día después

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A días de la elección interna, algunos resultados son previsibles y otros de difícil pronóstico. En unos casos y en los otros, parece imprescindible pensar en el primero de julio y en cómo quedará diseñado el nuevo esquema partidario de cara a octubre.

En lo que respecta a la coalición, no solo interesan los nombres que conformarán su múltiple oferta presidencial. Importa sobre todo el peso relativo de los distintos partidos que la integran: cuál será el talante coalicionista de los sectores dominantes.

Porque después de cuatro años y medio de gobierno, las cartas están a la vista: hubo una mayoría que asumió la responsabilidad de gestión con lealtad y capacidad de propuesta, y una minoría que, en cambio, activó crisis innecesarias o marcó perfilismos lamentables. Resulta clave que los resultados del 30 de junio no respalden a gente que, desde cargos de confianza, no dudó en grabar conversaciones privadas y divulgarlas, acicateada vergonzantemente por asesores jurídicos opositores. También conviene que el elector coalicionista dé la espalda a quienes sistemáticamente medraron con su peso parlamentario para forzar modificaciones a las políticas del gobierno, e incluso llegaron a votar junto a la oposición, con el fin de fortalecer proteccionismos perimidos o trancar cambios urgentes.

Eso nos jugamos en la elección -aún fría de fervor militante- del 30 de junio. Nada menos que una mejor coalición, con columnas sólidas ideológicamente comprometidas con el republicanismo liberal y apartadas de la demagogia populista.

Por supuesto que esta opción no significa -como puerilmente lo tergiversa el Frente Amplio- que todos se subordinen al Partido Nacional o pierdan sus identidades propias. No es tiempo de pulseadas entre colorados, blancos e independientes. Es tiempo de Coalición Republicana: que sean las urnas las que decidan la influencia de cada uno y que el candidato que pase al balotaje sepa escuchar los distintos matices y darles justa representación en un gobierno de unidad. La pretensión de predominancia blanca es un invento de la izquierda para desprestigiar este camino de reformas. “El gobierno herrerista” dicen, pretendiendo con ello malquistar a los colorados e independientes, quienes, orgullosamente, han sido arte y parte de esta administración.

El panorama en el Frente Amplio es, sin duda alguna, más complejo.

El conteo de las firmas del nefasto plebiscito del Pit-Cnt opera como una espada de Damocles sobre sus precandidatos, en una interna que no está resuelta en modo alguno. Primero, por el papelón fenomenal del altísimo descarte, que seguramente no impedirá llegar al número exigido, pero pone en ridículo el exitismo futbolero con que fueron presentadas. Segundo, porque la aprobación de la Corte se producirá después (u horas antes) de la elección del 30. El votante frenteamplista estará poniendo en la urna un cheque en blanco: ¿cómo saber qué posición tomará Cosse, habida cuenta de que los partidos que la impulsan fue- ron los promotores del desastre? ¿Cómo hará la inefable Mesa Política para desautorizar el proyecto del Pit-Cnt, por más que el 90 por ciento de sus propios economistas dice que es un disparate ruinoso para el país? ¿Terminarán Cosse y Orsi acatando una decisión populista de ese organismo, de integración no representativa de los votos reales y cooptada por la militancia compañera?

Es inquietante: ya no se trata de definir entre perfiles socialdemócratas o marxistas, sino de entregar el país a una inevitable desestabilización de las cuentas públicas.

A esa inseguridad se suma la eventual conducción económica de un gobierno de izquierda. Orsi ha sugerido el nombre del economista Oddone, prometiendo en él a un nuevo Astori, pero cuando le preguntaron en una entrevista reciente sobre esa preferencia, agregó un amplio abanico de nombres, incluido el de Daniel Olesker (otro de los alegres cargadores de cajas con firmas truchas contra el sistema de seguridad social).

Oddone es de los pocos en el FA que da ciertas garantías macroeconómicas, pero adolece de un fuerte rechazo de comunistas y socialistas. Para gobernar, debería chocar de frente contra la Mesa Política y contar con un firme respaldo presidencial, atributo que no se compadece con un Orsi siempre ambiguo y dubitativo.

Cada vez más gente desprecia los escandaletes ridículos con que el FA procura arañar al gobierno, y se da cuenta de la importancia de una coalición sólida y coherente para seguir avanzando en el camino de las transformaciones.

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