En algunos círculos de opinión se maneja erróneamente la idea de que un eventual retorno del Frente Amplio al gobierno no tendría efectos negativos en el desarrollo del país.
Se basan en el argumento de que sus administraciones anteriores no modificaron ciertas pautas básicas, ni hicieron temblar las raíces de los árboles como habían prometido.
Tanto Tabaré Vázquez como José Mujica se respaldaron en la conducción macroeconómica mesurada de Astori y su equipo, y recibieron de buen grado las inversiones extranjeras de las que antes abominaban.
La explicación es sin duda simplista, porque hace la vista gorda, tal vez con un exceso de generosidad, del gasto totalmente desbocado de la administración Mujica, promotor de un desequilibrio financiero que la segunda de Vázquez no fue capaz de corregir. No se tiene en cuenta tampoco el peso de las estructuras sectoriales colectivistas que sustentan al FA, donde comunistas, emepepistas y socialistas radicales empujan una agenda económica alejada de la racionalidad.
Hay que recordar que la autoridad de Danilo Astori puso freno a algunos desbordes, aunque no haya podido contener otros. En agosto de 2005, a escasos meses de la instalación del primer gobierno frenteamplista, puso su renuncia al ministerio de Economía sobre la mesa, como respuesta al reclamo del presidente Vázquez de que en la ley de presupuesto debía cumplirse con la inviable promesa electoral de destinar un 4,5% del PBI a la educación. Felizmente para el país, el presidente echó para atrás. Pero el hecho quedó como un antecedente virtuoso de un ministro con aval técnico que pone un freno contundente a aspiraciones demagógicas.
Y es un ejemplo válido hoy más que nunca, cuando una nueva generación de técnicos astoristas busca su espacio en la interna del FA. Todo indica que será el senador Mario Bergara quien se ubicará en la próxima elección de precandidatos de izquierda en un posicionamiento socialdemócrata, que aporte coherencia económica al voluntarismo de esa colectividad. Pues bien, en una entrevista reciente realizada en el programa Quién es quién de Diamante FM, Bergara mostró reparos a la iniciativa del Pit-Cnt de promover un plebiscito que deje sin efecto la ley de seguridad social: “No tiene sentido poner como cláusula constitucional la edad mínima jubilatoria o el mínimo de jubilación, cuando son claramente cosas del marco legal o de la implementación de las políticas de parte de los gobiernos”, declaró. Sin embargo, agregó a continuación que si el Frente Amplio orgánicamente resolviera ir por esa vía juntando firmas, él se acoplaría: “Yo soy un soldado en ese sentido”.
Si desea el lector un argumento irrebatible de por qué es inconveniente el retorno del FA al gobierno, ahí lo tiene. La figura que se está alzando como referente del astorismo, o sea del sector moderado que dio certidumbre a la conducción económica de buena parte del ciclo frentista, es la primera en admitir que está dispuesta a actuar en contra de sus convicciones, en caso de que el partido lo mandate a hacerlo. En lugar de estar dispuesto a dar batalla en la interna por lo que considera mejor para el país -es más que consciente que la reforma propuesta es imprescindible y beneficiará al próximo gobierno, gane quien gane- opta por no hacer olas ni caer antipático a las dos alas hoy mayoritarias del FA, los mujiquistas que se encolumnan detrás de Orsi y los comunistas que sostienen a Cosse.
Lejanos quedaron los tiempos en que un dirigente del FA prefería renunciar antes que traicionar sus convicciones. Hoy la coalición se ha transformado en una máquina de prometer fantasías.
¿Quién si no Bergara tendría que ejercer hoy la responsabilidad de decir las cosas como son en materia macroeconómica? ¿Qué justificación le queda a un frenteamplista de matiz socialdemócrata, para seguir votando dentro de un lema donde su único y último referente acepta juntar firmas contra una ley necesaria, que estabilizará un sistema previsional en crisis?
Lejanos quedaron los tiempos en que un dirigente del FA prefería renunciar a su cargo ministerial antes que traicionar sus convicciones. Hoy la coalición de izquierda se ha transformado en una máquina de prometer fantasías -y de embarrar al adversario- donde los precandidatos se posicionan más por apelaciones demagógicas que por la responsabilidad de gestión.
Por eso se equivocan quienes creen que un cambio de signo en el gobierno sería apenas una renovación de elenco. El eventual retorno del FA significaría un cuidadoso desmontaje de la arquitectura liberal que viene promoviendo la Coalición Republicana y su sustitución por un nuevo tiempo de improvisaciones, voluntarismos y despilfarro.