Durante su discurso del miércoles en el Centro de Estudios para el Desarrollo (CED), el presidente Lacalle Pou formuló una pregunta pertinente: “Tengo un gran signo de interrogación y creo que tiene que ser contestado, porque hay que hacerse responsable de los actos y de las omisiones. Los que hoy plantean el plebiscito (contra la reforma previsional) no aportaron una idea durante todo el proceso de discusión previa con la comisión de expertos, y luego, en el Parlamento. Y el Uruguay tiene que saber qué es lo que van a hacer o pretenden hacer si la ciudadanía les da la posibilidad de ser gobierno. Tienen que contestar. No es si plebiscito no o plebiscito sí, esa es fácil, es de manual. Lo que deben decir es qué van a hacer con la reforma de la seguridad social que con coraje aprobó este gobierno”.
Y por supuesto que lo mismo vale para la transformación educativa.
¿Qué propone el Frente Amplio a la ciudadanía respecto a estas dos grandes reformas?
En lo que hace a la de la seguridad social, ¿la derogarán y sustituirán por los disparates que postulan el Pit-Cnt y el Partido Comunista? Los últimos rescoldos socialdemócratas que quedan en el FA, entre las cenizas del viejo y loable seregnismo, coinciden en que la propuesta a plebiscitar es un mamarracho que llevaría nuestra economía a la venezuelización sin escalas. Pero la duda se acrecienta: ¿cómo predecir cuál resultará ser la correlación de fuerzas en la interna opositora, que será la que determine si mantenemos la reforma o apretamos el acelerador hacia el desastre?
En cuanto a la transformación educativa, la misma fuerza política que en sus tres gobiernos reconoció el caos imperante en la materia, fue la que no dudó en echar de sus filas a dos jerarcas que reclamaban cambios (el viceministro Fernando Filgueira y el director de Educación Juan Pedro Mir), incapaz de doblar el brazo a un puñado de sindicalistas radicales, que son los mismos que hoy protestan contra la reforma.
¿Qué tiene que pasar? ¿Que deshagan todo lo hecho y dentro de veinte años reconozcan que la iniciativa de este gobierno había sido positiva, exactamente como lo hacen ahora con la de Rama de los 90?
Tiene razón el presidente Lacalle. Los frenteamplistas deberían definirse fuerte y claro sobre estos dos cambios, de inmensa trascendencia para el país, y la Coalición Republicana actuar en consecuencia.
De ese modo, la campaña electoral de 2024 se sustentaría en una disyuntiva bien clara: seguir avanzando con la CR o retroceder con el FA. Lo grave sería la indefinición opositora. Que juegue a un catch all donde pescar voluntades a favor y en contra de las transformaciones, por igual.
Es la diferencia entre el voto emocional y la decisión racional; entre la alineación pasiva a cierto utopismo ideológico, y el análisis profundo del impacto que puede tener un gobierno en la vida de las personas. La Argentina que se termina el próximo 10 de diciembre es un perfecto espejo prospectivo de lo que pasa cuando no se vota con la cabeza.
En este contexto, que como siempre el presidente Lacalle baja a tierra con meridiana claridad, sorprenden e irritan algunos comentarios en medios de prensa que, hace ya mucho tiempo, tuvieron una rica historia liberal.
Esas publicaciones se quejan de que “el impulso reformista” del actual gobierno “fue diluyéndose” en algunas áreas, como en el sector de los combustibles y el negocio del cemento de Ancap. Es el típico desdén maximalista de quien supone que una vez que se gana el gobierno, todas las reformas se pueden concretar de manera draconiana, como si no existiera separación de poderes y necesidad de negociar políticamente cada avance.
Desde el análisis frío de los números, es muy fácil poner el foco en las limitaciones, como si el ejercicio del poder no incluyera transacciones. Los comentaristas de prensa deberían recordar los escollos de todo tipo que se pusieron al oficialismo, primero frente a la emergencia sanitaria, luego a la LUC, después a la reforma previsional y, tras cartón, las crisis coyunturales producidas por la invasión a Ucrania y la emergencia hídrica.
Si algo no se le puede atribuir a este gobierno es inmovilismo. Menos aún frustración.
Con la misma eficiencia que alguno de estos medios exhibieron públicamente conversaciones telefónicas privadas (proporcionadas al efecto por un operador opositor con talento ajedrecístico), deberían ser menos desprectivos, sabiendo lo mucho que se hizo y lo grave que sería para el país una eventual rotación en el poder. Eso si su interés real fuera analizar la realidad política, y no operar para la oposición.