El patrón y el candidato intervenido

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El patrón se puso firme y empezó a dar indicaciones. Ahora parece ser él quien manda en el Frente Amplio para este segundo tramo de las elecciones. Cuenta además con la ayuda de una figura que le es muy cercana: Yamandú Orsi.

José Mujica es así, se cree sabio, piensa que entiende y entonces decide que solo a él le corresponde tomar las riendas. Un primer paso ideal en esa lógica, sería hacer callar al candidato, pedirle que no hable más. Pero eso es imposible y no hay más remedio que changar con él. Y por las dudas, contar con Orsi como vocero, aunque cuando habla no queda claro si está peleando la segunda vuelta o si inició su propia campaña electoral a la presidencia para 2024.

Es que todo lo que está haciendo el Frente para recuperar terreno después de la primera vuelta, solo ayuda a consolidar la idea de que algo ha estado pasando en este país en todo este tiempo sin que el Frente Amplio lo entienda.

Sus dirigentes denuncian que la oposición armará una coalición mediante acuerdos secretos pactados entre cuatro paredes, pero no se dan cuenta que la gente con su voto precisamente eso estaba buscando. Por eso repartió en primera vuelta sus preferencias. Sabía que luego todo eso se encolumnaría detrás de la presidencia de uno de ellos. ¿No escucharon los frentistas el cerrado aplauso de los votantes colorados, luego de que Ernesto Talvi anunció que apoyaría a Luis Lacalle Pou para la segunda vuelta? ¿No escucharon el de los votantes de Manini Ríos cuando anunció lo mismo?

El Frente Amplio no termina de entender que el país quiere la alternancia y la quiere hacer de esta manera.

No se trata de pactar por detrás, por la callada y en silencio. Se trata de hacer política por lo alto y a cara descubierta y eso pidió el votante al optar entre varios partidos aunque apostando a que al final todo termine en un gobierno de coalición.

Irrita a los frentistas que se haya llegado a ese acuerdo tan rápido. ¿Cómo es posible que en apenas días ya estén las bases para un entendimiento? Es que para ellos lo normal es justamente pactar entre cuatro paredes y en consecuencia, eso suponen que hacen los demás.

Han estado tan ensimismados en lo suyo que no se dieron cuenta en qué estaban sus adversarios. No se dieron cuenta que Lacalle ya había revisado los programas de gobierno de los otros grupos no frentistas y tenía subrayados línea por línea, los puntos donde se podía coincidir.

Es que hacer política por lo alto exige no improvisar, no dejar para último momento lo que importa. Es tener claro dónde se está parado y dónde están parados los demás. Por no entenderlo, así le va al Frente Amplio. Su candidato, a ritmo patético, termo y mate en mano, iba tocando los timbres de casas distintas para ver si encontraba una mujer (por aquello de lo paritario) que quisiera ser su compañera de fórmula. Una a una le dijeron que no hasta que al final encontró a quien ahora, por “razones estratégicas”, quieren esconder.

Pasó lo mismo con las entrevistas que le hicieron. No sabía qué responder, no encontraba argumentos. En un programa televisivo que se caracteriza por hacer entrevistas incisivas, casi agresivas, se fastidió con el periodista. Se fastidió porque preguntado sobre su oposición a la reforma constitucional por el tema de la seguridad, no pudo dar una respuesta clara. Sabía que se oponía a ella, pero no sabía por qué. Eso fue tan evidente que el propio periodista pareció impacientarse ante tan ridícula situación. Es que muchos líderes contrarios al Frente Amplio pero también contrarios a la reforma impulsada por Jorge Larrañaga, hubieran desplegado argumentos irrefutables con lo cual el entrevistador lo hubiera dejado ahí.

Todo esto estaba pasando pero nadie en el Frente parecía darse cuenta. Sí, es verdad que creyeron que con una buena caravana y un gran acto de cierre en Montevideo, trasmitirían la idea de que al final no los paraba nadie. Pero el Frente Amplio siempre hace eso. Moviliza multitudes tenga o no los votos. A veces los tuvo, es verdad, pero otras veces no.

La rápida movida de Mujica y la aparición de Orsi parece un recurso desesperado pero también termina dando una imagen inadecuada.

Como alguien dijo en estos días, con maliciosa pero certera puntería, Daniel Martínez se convirtió en un “candidato intervenido”. ¿Y qué sentido tiene votar por un candidato que está, justamente, intervenido? ¿Qué no es su propia persona? ¿Cómo puede ganar alguien que es preferible mantener callado? O peor aún, ¿cómo puede gobernar alguien si llega a la presidencia de ese modo?

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