El avance de la campaña muestra algunas puntas filosas que merecen ser analizadas. Especialmente cuando se trata de proyectos que propone el Frente Amplio y cuyo objetivo no es dejar algo mejor a lo que hay, sino desarmar lo bueno.
Uno de los objetivos claves de este gobierno ha sido la transformación educativa. Se trata de una reformulación conceptual de cómo debe ser la enseñanza y que, como su nombre lo dice, no es una reforma total, hecha de un solo golpe, sino una “transformación” que se pone en marcha y se va mejorando de acuerdo a cómo se evalúen sus resultados.
Sobre ella hay muchas opiniones, pero es innegable que se trata de un verdadero avance respecto a lo que había. O sea, la nada que dejaron quince años de gobiernos frentistas.
Como es obvio, el Frente Amplio también propone sus cambios, pero no a partir de lo que hereda de esta administración, sino con ideas que se parecen mucho a lo que ellos mismos habían hecho: una marcha atrás a fórmulas que no dieron resultado.
Según el ministro de Educación y Cultura, Pablo da Silveira, a los candidatos frentistas “les dio como un ataque de nostalgia”. Y por si quedó alguna duda de lo que quiso decir con eso, aclaró: “no solo sería un parate, sino un enorme retroceso”.
Una de las cosas que un eventual gobierno frentista quiere hacer es reinstalar los consejos de Primaria Secundaria y UTU. Esto fue cambiado con la LUC por un mecanismo más eficiente y expeditivo. Mientras el Consejo Directivo Central (Codicen) de la ANEP sigue siendo un cuerpo colegiado, cada una de las ramas de la educación tienen direcciones unipersonales, lo cual es muy sensato.
Cuando gobernó el Frente, el funcionamiento de Consejos por ramas fue aprovechado para que diferentes grupos de izquierda ocuparan cargos. Con ello se trasmitió un mensaje nada sano. Daba la impresión de que ocupar esos cargos era tener una cuota de poder dentro de la enseñanza pública, no para hacer algo con ellos, sino simplemente para tenerlos: el poder por el poder mismo.
Los frentistas dicen que es necesario conectarse otra vez con los docentes. Entienden que la actual transformación se hizo contra la voluntad de los docentes y creen que es con ellos que hay que acordar. En realidad quienes se opusieron a las transformaciones de este gobierno fueron las dirigencias sindicales. No está claro que ello implique una cerrada negativa de los docentes como tales. Al contrario, muchos creen que los cambios fueron para bien aunque ante el clima de control férreo creado por los sindicatos, no se animan a decirlo en voz alta.
Siempre se supo que los sindicatos se opondrían a cualquier propuesta que se hiciera aún antes de conocerla. Tampoco se la hicieron fácil al Frente Amplio cuando estuvo en el gobierno y basta recordar como José Mujica, siendo presidente, renegó de ellos. Por lo tanto, menos fácil se la harían a este gobierno. Antes de que se conocieran sus primeras ideas, ya salieron a gritar su oposición. Una oposición muy necia, dicho sea de paso, que no habla bien de los dirigentes, ni como sindicalistas, ni como docentes.
Si las autoridades educativas se hubieran dejado llevar por la presión sindical, se hubieran paralizado sin hacer ninguna transformación. Hubiéramos seguido estancados en lo que dejó el Frente, o sea la nada. Se necesitó mucho coraje para mantener el rumbo pese a una presión intolerable. Pero tenían un mandato, otorgado por el voto de la gente, y a él se atuvieron.
Ya antes, los sindicatos y el Frente se habían opuesto a toda propuesta de los gobiernos no frentistas entre 1985 y 2005. Nada les vino bien, todo lo que se hacía estaba mal, desde los cambios instrumentados por Gabito y Corbo, hasta los de Germán Rama.
Le trasmitieron al país la idea de que solo ellos sabían cómo arreglar la enseñanza, solo ellos eran los expertos, los conocedores.
Sin embargo, una vez que llegaron al gobierno, no solo no hicieron nada sino que demostraron no tener la menor idea de cómo encarar las necesarias y urgentes reformas que requería la educación. El país asombrado no podía creer que tras generar tantas expectativas, al final no tuvieran nada previsto.
No solo no tenían idea de qué hacer, sino que no estaban siquiera dispuestos a escuchar a quienes algunas ideas aportaban.
En este contexto, observar ahora a los precandidatos frentistas y a sus asesores cuestionar lo realizado por este gobierno y proponer volver a lo de antes, causa alarma.
Volver a lo de antes es retroceder, es regresar a la nada. Y eso es inadmisible.