El síntoma de un gabinete

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A medida que se van conociendo los nombres que ocuparán los cargos del próximo gobierno, es difícil no sentir cierta conmoción. Y esto va más allá del tono ideológico de algunas personas, sino que la duda se extiende hasta la formación y capacidad de algunas figuras, para ocupar cargos tan relevantes. Algo que pone el acento en un problema que ya padeció el gobierno de Lacalle Pou, y es la dificultad de conseguir que gente de primer nivel acepte ocupar cargos en el Estado.

Hay nombres, desde ya, que chocan por su bagaje ideológico y político. Tal vez el más impactante sea el del futuro ministro de Trabajo, Juan Castillo. Parece poco inteligente, la verdad, poner en el lugar donde se definen los conflictos laborales a una persona que ha sido directivo del Partido Comunista y dirigente sindical. ¿Alguien cree que Castillo puede dar garantías de ecuanimidad en semejante lugar? ¿Alguien piensa que puede ser buena idea que sea Juan Castillo quien deba hablar con un inversor o un empresario que quiera apostar por nuestro país? ¿Qué impresión se va a llevar cuando vea que su interlocutor es alguien que cree todavía en la lucha de clases?

Casi más peligroso es que su Inspector de Trabajo sea un personaje como el dirigente del PVP Luis Puig. Alguien todavía más radicalizado y con los papeles ideológicos más atrasados que Castillo, si cabe. Poner a esa persona al mando de los equipos inspectores del ministerio es casi como un gesto de amenaza al sector privado del país.

Véase la diferencia con lo que hizo allí el gobierno de Lacalle Pou. No puso a un expresidente de una cámara empresarial ni nada parecido, sino a un político de centroizquierda, dialogante, y con respeto de todos, como Pablo Mieres.

Casi todo lo mismo se puede decir de las nuevas autoridades del MIDES. Poner al frente del sistema de protección social a un integrista marxista, a alguien que insiste en que su “rol model” político es el kirchnerismo argentino, justo en momentos en que ese sistema de manejo de las ayudas sociales se desmorona por completo en Argentina, parece casi una tomadura de pelo.

Lo interesante, eso sí, va a ser ver cuándo el futuro ministro Civila deba ir a pedir plata a su colega Gabriel Oddone, a quien purgó de manera nada elegante del PS.

Hay casos menos notorios, pero casi tan preocupantes, como los nombramientos de Daniel Olesker y Zaida Arteta en el ministerio de Salud Pública. En el primer caso, un premio a alguien que diseñó algo como el Fonasa, que cada año nos regala a los uruguayos un déficit de casi mil millones de dólares y que ha logrado quebrar a varias mutualistas históricas. En el segundo, un reconocimiento a una figura que tuvo actos de directa ruindad al frente del SMU, en la pandemia.

¿Qué lección dan estos nombramientos al sistema político y a la sociedad en general? ¿Que en Uruguay paga ser un fanático, capaz de poner al país en segundo plano después de mis obsesiones políticas y ambiciones personales?

Otros casos, como la Cancillería o el ministerio del Interior no son tan cruentos, pero también pintan una señal perturbadora.

En la primera situación, parece ser una persona de bien, discreta, razonable. Pero que tiene apenas alguna experiencia burocrática en un organismo de segundo o tercer orden como la FAO. Ojalá sea toda una sorpresa, pero ¿alguien puede decir que está en una categoría similar a un Enrique Iglesias, un Didier Opertti, un Sergio Abreu, o incluso un Omar Paganini? Quien pese a no ser del rubro mostró enorme solvencia en el tiempo que le tocó ser canciller.

Algo parecido ocurre con el futuro ministro Negro, nada menos que en la cartera de Interior. ¿Alguien informado tenía en carpeta que podía ocupar semejante cargo? ¿Justifica el complejo pase de Fiscalía a ser el ministro político del Frente Amplio?

Este panorama, del que apenas hicimos un pantallazo rápido, no incluye lo más complejo de acuerdo a la experiencia reciente. Que son los nombramientos en los entes y empresas del Estado. Dónde conseguir gente con perfil corporativo solvente, con los sueldos y el costo en imagen pública que ello implica, es sumamente difícil.

En los períodos anteriores del FA, la carencia en cuadros técnicos se compensaba con militantes que sacrificaban ingresos y paz, por motivos de convicción partidaria. Queda claro, por la recurrencia de gente ya muy mayor, que a ese partido cada vez le es más difícil conseguir eso. Y que debe apelar a “viejas glorias” o a figuras que parecen lejos de la talla, que esos cargos ameritarían.

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