Uno de los espejismos más grandes que sufre el Partido Nacional cuando analiza su votación refiere al apoyo que recibe entre las nuevas generaciones. El problema es grave: mientras que muchos blancos están convencidos de que existe una verdadera sintonía con los más jóvenes, y que ella se percibe en una activa militancia y renovación de sus cuadros dirigentes, la verdad es muy diferente.
Una de las razones de este sesgo tan compartido proviene del ejercicio periódico que realizan los blancos abriendo las puertas a la movilización de elecciones juveniles. El desafío es enorme y siempre ha mostrado buenos frutos: en todo el país, hay generaciones enteras que hace varios lustros que hacen sus primeras experiencias políticas gracias a estas elecciones de juventud. Se forja así el espíritu frente al veredicto de las urnas; se socializa y se aprende a conquistar el voto; se despiertan vocaciones de militancia; y se hace escuela de ciudadanía.
En todas estas dimensiones, las elecciones de juventud han sido un instrumento formidable al servicio del Partido Nacional. Incluso, si se estudiara en detalle el asunto sociológicamente, se vería que muchos de los elencos más jóvenes que formaron parte de la administración Lacalle Pou, y los que forman parte muchas veces de los gobiernos departamentales, pasaron todos por la experiencia de alguna elección de juventud blanca en este siglo.
Sin embargo, toda esta dimensión positiva tiene una contraparte negativa que no se analiza con la suficiente atención.
En efecto, a partir de estas instancias se ha ido conformando una especie de minoría partidaria intensa, al decir del célebre politólogo Sartori, o sea, una militancia convencida de sus razones, capaz de movilizar al partido y a sus sectores, pero que no necesariamente sintoniza bien con el sentir mayoritario y generalizado que caracteriza a su generación. Obviamente que se trata de una juventud participativa, politizada y activa en su sentimiento y convicciones partidarias; pero esto no quiere decir que sea suficiente para seducir y convencer al universo más amplio de ciudadanos que votan obligatoriamente en octubre y en noviembre cada cinco años, y que en verdad no palpitan con la identidad blanca.
Así como no hay estructura partidaria en el país capaz de hacer votar a las decenas de miles de jóvenes que cada cinco años participan de la elección del Partido Nacional, así también queda claro cada cinco años que, frente al veredicto general de las urnas de octubre y noviembre, el Frente Amplio es el que concita la mayor adhesión entre las nuevas generaciones desde hace ya muchos lustros.
Los datos del balotaje de noviembre pasado son contundentes: entre los menores de 26 años, el voto favorable a Orsi fue del 60% del total; recién entre los que tienen hoy en el eje de los 50 años de edad la relación de votos entre Orsi y Delgado se hizo pareja; y cuanto más vieja fue la edad del electorado, más se votó relativamente a Delgado, con un máximo de 67% para los mayores de 80 años de edad.
Estos datos debieran de llamar a la reflexión al Partido Nacional el día en que se decida a analizar su evolución electoral.
Porque no son nuevos, sino que ratifican procesos que vienen de largo plazo; y porque rompen con la idea, tan extendida como equivocada, de que los blancos tienen una buena inserción electoral entre las nuevas generaciones del país. En definitiva, lo que se hace evidente es que hay un partido convencido de sus ideas y que cuenta con un aparato político y de militancia robustos, con inserción social y con despliegue territorial realmente envidiable. Pero, en paralelo, a las nuevas generaciones de los blancos les está faltando hace mucho tiempo un vínculo más amplio y difuso, que de alguna manera les permita no solamente hacerse fuertes en la militancia, sino también convencer a sus pares menos politizados, que son los que hacen las mayorías electorales y que, innegablemente desde hace muchas décadas, cada vez prefieren votar a la izquierda que a los blancos.
El asunto se puede extender, claro está, a la situación de toda la Coalición Republicana. La tesis es vieja ya: a medida que se va renovando el electorado por causas naturales, el asentamiento del voto hacia el Frente Amplio no disminuye, sino que se fortalece.
La respuesta, claramente, no es algo que pueda encontrarse en la política, sino en la cultura y en las preferencias en torno a lo justo, lo bello y lo bueno que tiene una sociedad. Claramente, hay mucha tarea por delante.