Elecciones en tiempos raros

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Elecciones de diferente tenor y con poca diferencia entre unas y otras, han puesto al mundo en estado de alerta.

Nicolás Maduro ejerce una prepotente presión contra la castigada oposición en Venezuela. Ha sido tan desembozada su represión que si llega a ganar las elecciones, nadie creerá en los resultados, aunque lo digan los uruguayos serviles que fueron invitados como observadores por el régimen. Crecieron los partidos nacionalistas en el Parlamento Europeo, lo que causó alarma, pero pese a ello siguen predominando los partidos democráticos, sean conservadores, liberales o democristianos, sean socialdemócratas o laboristas.

En Francia, la derecha de Marine Le Pen celebró tener más votos en las elecciones legislativas anticipadas pero un mes después fue la ultraizquierda quien se colocó primero en la segunda vuelta, aunque no le alcanza para por sí sola controlar el gobierno. Por eso empezó un complicado proceso para determinar quién, y mediante cuáles alianzas, cohabitará con el presidente Emmanuel Macron.

Los ingleses también votaron. Luego de un largo predominio conservador, los laboristas volvieron al gobierno. Coincidieron dos cosas, el desgaste conservador y que hace cinco años fue desplazado de la dirección laborista Jeremy Corbyn, sustituido por Keir Starmer que revirtió la línea radicalizada y adoptó posturas más sensatas. Quedó con el control absoluto del Parlamento.

De todos modos, no hubo allí sacudones sorprendentes de grupos nacionalistas más allá de una muy leve mejora de Nigel Farage. Por otro lado, perdió terreno el nacionalismo escocés, que en ciertos temas tiene posturas extremas.

En España, Vox rompió esta semana los acuerdos de gobierno compartido con el Partido Popular (PP) en algunas regiones. No le gustó que los dirigidos por Alberto Núñez Feijoo acordaran con el PSOE un proyecto para acomodar a 400 menores inmigrantes que llegaron solos a las Islas Canarias.

Otra vez salta el tema de la inmigración y en especial la de origen musulmán. Por un lado está la necesidad de respuestas humanitarias a un drama de escala mundial. Por otro lado la necesidad de poner fin a los trastornos de convivencia social, de seguridad, de choques étnicos que una inmigración tan masiva esta causando.

España tiene otros problemas, todos creados por su inefable presidente del gobierno, Pedro Sánchez. Decidido a mantenerse en el cargo a como dé lugar, hizo concesiones inadmisibles a los independentistas catalanes que le costarán caro al país. Concesiones que había jurado que jamás haría. Eso generó una airada reacción popular y fisuras en su partido. Es que el presidente deja atrás lo que era el viejo PSOE y con estilo narcisista (que mucho recuerda a Chávez y a los Kirchner) está creando el “sanchismo”.

Al PP se lo acusa de pactar con “la ultraderecha” en caso de ser necesario, pero nadie repara en que Sánchez ya acordó con “la ultraizquierda”, burda e infantil, y con los grupos nacionalistas independentistas, que como todo nacionalismo extremo, quizás pose de izquierda pero en realidad es de derecha.

Crece, con sobrados argumentos, la presión para que Joe Biden renuncie a su candidatura. Pero pese a ser igual de viejo, encontrado culpable en un juzgado penal, convencido de estar por encima de la ley y haber promovido un ataque contra el Congreso, nadie le pide a Trump que renuncie a su candidatura.

Se ha planteado una discusión de cuán ultraderecha son los partidos así catalogados. En algunos aspectos son profundamente conservadores pero no necesariamente extremistas.

Se complica un poco más cuando de modo hostil, desconocen derechos que a esta altura están más que incluidos (los gays, los trans y otros). Es verdad que si bien quienes pertenecen a esos grupos tienen razón en proclamar sus derechos, sus argumentos se han tornado agresivos, excluyentes y poco científicos.

Lo que sin duda permite adjetivar de “ultra”, es la relación de estos partidos con un déspota, ese sin duda de extrema derecha, como Vladimir Putin. Estar con Putin y a favor de la invasión a Ucrania o con el antisemitismo en boga, marca una frontera.

Pero claro, tampoco acá las cosas son claras. Le Pen cruzó esa frontera, eso es innegable, ¿pero Jean-Luc Mélenchon, de la ultraizquierda no? ¿Y a Lula en Brasil en que lado hay que ubicarlo? Tiempos raros vive el mundo y para un Uruguay que lucha por mantener su democracia republicana y liberal (de las pocas en el mundo), esto debería ser motivo de preocupación.

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