En defensa del idioma

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Los uruguayos hablamos cada vez peor. Eso debiera preocuparnos a todos porque la forma en que se emplea un idioma es como el termómetro del nivel cultural de un país. Hablamos mal, con un lenguaje pobre y un vocabulario reducido y repetitivo. Las mediciones indican que cada día usamos menos palabras, unos centenares que repetimos de manera constante, o sea las palabras esenciales que necesitamos para comunicar lo elemental. Cada vez más apelamos a muletillas, frases hechas y sobreentendidos, achicando así la riquísima lengua española que heredamos de nuestros mayores.

La crisis hace carne en las nuevas generaciones, más propensas al mensaje abreviado y muchas veces defectuoso que se propaga a través de las nuevas tecnologías de la comunicación. Con ser inquietante, no es éste el peor de los males. Hay otros como la violación contumaz de las reglas básicas que deberían merecer más atención, entre ellos los verbos mal conjugados. La abolición del subjuntivo y el desconocimiento de los reflexivos, por ejemplo, son fenómenos nuevos, frecuentes en los medios de comunicación, en particular en esos programas de televisión basura que suelen traerse del exterior. Otras deformaciones verbales en boga consisten en acentuar mal ciertas formas verbales y así surgen aberraciones como "puédamos" por podemos, "téngamos" por tengamos o "váyamos" por vayamos.

En su habitual sección sobre el idioma español que publica en El País, María Antonieta Dubourg procura disipar dudas y salvar errores frecuentes. Es una tarea titánica que debería tener más imitadores. Todos los esfuerzos en la materia son bienvenidos para frenar la decadencia en las formas de hablar y escribir de los uruguayos. Las faltas en la sintaxis, los errores de ortografía y las frases ininteligibles menudean entre nosotros como si no nos importara dañar nuestra lengua madre. Entre quienes tienen en el idioma uno de sus principales instrumentos de trabajo como es el caso de políticos, docentes y comunicadores, no faltan los que suelen perpetrar variados dislates lingüísticos.

Quede constancia que aquí no se aboga por una posición de extremo purismo, renuente a admitir palabras nuevas o giros innovadores. Al contrario, hoy está claro -lo prueba la Real Academia Española con su amplitud para incorporar vocablos- que un idioma no deja de crecer y enriquecerse. Pero ello debe discurrir dentro de ciertos cánones y siempre en beneficio, no en detrimento de la lengua. Si hay una magnífica palabra como relación, por ejemplo, ¿qué sentido tiene inventar otra, "relacionamiento", cuyo único mérito sería el de ser más rimbombante?

La gramática de Antonio de Nebrija, la primera de la lengua española, tiene algo más de cinco siglos de existencia, un breve lapso si se lo compara con los milenios transcurridos para convertir en idioma una colección de signos y de sonidos forjados en las necesidades de la vida cotidiana. Crear ese instrumento de comunicación fue un gran paso en la historia de todas las civilizaciones; atentar contra él es retroceder en el tiempo, embrutecerse.

Por ello, vale insistir en que es preciso reforzar la enseñanza del español en nuestro sistema educativo, una enseñanza que, según los datos disponibles, deja mucho que desear. Así lo prueban las escasas evaluaciones sobre la calidad de la educación que brindamos, en las cuales se detectan fallas capitales en la materia. Síntomas de esa decadencia son los errores ortográficos y gramaticales detectados en un libro de lectura repartido este año en todas las escuelas del país, así como las denuncias de padres de alumnos que, alarmados, detectan yerros inadmisibles en las correcciones impresas por los docentes en los trabajos de sus alumnos.

En momentos en que las autoridades de la Anep anuncian con solemnidad un plan de enseñanza de idiomas alternativos en Primaria y Secundaria, convendría recordarles que el basamento indispensable es el dominio de la lengua madre, sin el cual otras opciones como el inglés y el portugués resultarán inaccesibles.

Además, todo esfuerzo en ese sentido deberían comenzar con una campaña en defensa del idioma español. Campaña que, por cierto, tampoco le vendría mal a los adultos que, de un tiempo a esta parte, parecemos empeñados en deteriorar la hermosa lengua de Cervantes.

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