Se conocieron algunos datos relevantes del Censo 2023 y hubo una conclusión generalizada que debe ser analizada con más detalle que dice que la población creció poco desde 2011 y fue gracias a la inmigración internacional.
La población del país efectivamente creció muy poco en doce años: pasó de 3.412.636 a 3.499.451, lo que da un promedio de algo más de 7.000 personas por año, lo cual habla, en realidad, de un estancamiento demográfico. Frente a este estancamiento, el relato demográfico extendido, cuya tesis es incluso sostenida por el director del Instituto Nacional de Estadística y compartida por la inmensa mayoría de los analistas que se dedican a estos asuntos, es que la situación sería mucho peor si no hubiésemos recibido un flujo migratorio internacional de saldo positivo entre 2011 y 2023.
Ese flujo se refleja en otro dato que se ha subrayado, que es que la población nacida en el exterior y viviendo en Uruguay pasó de 2% del total en 2011 a 4% en 2023. Y la conclusión que todo el mundo saca es que hay que seguir fomentando esa inmigración ya que es la savia nueva de nuestra población envejecida. Población que, por cierto, sigue teniendo tasas de fecundidad muy bajas: era de 2,4 en 1996 y fue de 1,7 en 2023, es decir que no logramos alcanzar hoy el piso de 2,1 que garantiza mantener nuestra población en base a crecimiento vegetativo.
Detrás de este relato demográfico se vislumbra todo un posicionamiento ideológico completamente sesgado que adhiere a las tesis promovidas desde las agencias de la ONU en estos temas y que tiene en general dos grandes objetivos: difundir una concepción malthusiana internacional del crecimiento poblacional por un lado; y por el otro fomentar la inmigración internacional para resolver problemas de envejecimiento en los lugares de destino, y de pobreza económica y social en los lugares de salida de esa migración por lo general, además, de joven edad.
La verdad es que los datos del Censo de 2023 muestran que el estancamiento de nuestra población se debe a dos fenómenos gravísimos: por un lado, que sigue siendo potente la emigración internacional de uruguayos; y por el otro, que con su baja natalidad nuestra sociedad está teniendo un comportamiento que señala claramente que no apuesta por el futuro ni quiere traer hijos a este Uruguay cuyas expectativas, seguramente, le son al menos en parte decepcionantes.
Se podrá decir en este sentido que la merma de nacimientos es un fenómeno occidental, y es cierto; sin embargo, hasta hace veinte años nuestro país no integraba ese grupo de países de bajísima natalidad. Y se podrá decir que efectivamente recibimos una inmigración regional que aporta sangre nueva al país y que será siempre bienvenida; pero eso no quita que si, además, lográramos que muchos de nuestro compatriotas más jóvenes y capacitados no prefirieran partir al exterior antes que proyectar su futuro en el país, en realidad, en vez de estar estancados habríamos crecido poblacionalmente de buena manera en 12 años.
Hay un sesgo con el relato demográfico mayoritario. Porque en vez de plantear que es un problema tener tasas de fecundidad tan bajas, que esconden una profunda insatisfacción acerca de la cantidad de hijos que realmente quieren tener las familias, ese relato se satisface de tal situación y la remedia señalando como positivo que recibamos más inmigración. Y porque en vez de mostrar con claridad que son más los uruguayos que se van que los que llegan, y que eso implica un daño enorme al tejido social, ya que son recursos humanos, en general, mejor formados que la media y que se restan a nuestro futuro, ese relato oculta deliberadamente esta realidad en su narración y se limita simplemente a constatar el estancamiento poblacional.
Por supuesto que este relato sesgado es fundamental para batir el parche de la autocomplacencia nacional. Si nuestra fecundidad es baja porque responde a decisiones libres de nuestras mujeres y además recibimos de brazos abiertos a inmigrantes que buscan un futuro mejor en nuestro país, la descripción del Uruguay suena muy bien. Pero si somos un país en el que sus jóvenes emigran y eso repercute en el estancamiento poblacional; en el que las familias no pueden tener los hijos que desearían por faltas de perspectivas; y en el que en verdad la inmigración recibida no es tan relevante en comparación internacional, entonces la autocomplacencia del relato demográfico se transforma, en realidad, en una sutil justificación de un enorme fracaso nacional.