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España, un llamado de atención

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El cruce de acusaciones entre España y Argentina, que involucró al presidente Javier Milei y al presidente del gobierno español Pedro Sánchez dio que hablar. Todo empezó cuando un ministro del gobierno español (Óscar Puente) sostuvo que Milei actuaba impulsado por la ingesta de sustancias, a lo que este respondió, no una sino dos veces, recordando las denuncias contra la esposa de Sánchez, a la que acusó de corrupta.

Más allá de los efectos diplomáticos causados por estos hechos (y por lo preocupante que es ver la generalizada escalada de injerencias presidenciales en realidades ajenas), este episodio puso sobre la mesa algo menos conocido y es lo endemoniadamente complicada que se ha vuelto la realidad española. Esa complejidad se potenció con todo lo acontecido desde las elecciones del 23 de julio del año pasado en España.

Quien sacó más votos fue el Partido Popular (PP) liderado por Alberto Núñez Feijóo pero finalmente gracias a un trenzado de alianzas y acuerdos, terminó siendo Pedro Sánchez, con su Partido Socialista, quien fue investido presidente.

Para ello debió pactar con el diablo. Un diablo que va más allá de los grupos de ultraderecha y ultraizquierda con los cuales los partidos principales necesitarían acordar a la hora de buscar mayorías: Vox en el caso del PP y Podemos, devenido en Sumar, en el caso del PSOE. El anterior gobierno de Sánchez se concretó gracias a una alianza con Podemos, tan radical como frívolo e influido por el populismo de estilo chavista.

Algunos medios y gente “bien pensante” se escandalizan de solo pensar que el PP podría aliarse con Vox, pero no lo hacen cuando Sánchez arregla con estos otros grupos, igualmente extremistas.

Para obtener un tercer período, la alianza anterior no le alcanzó (Podemos se dividió, surgió un nuevo grupo Sumar que tampoco aportó los votos suficientes). Con tal de mantenerse en el gobierno Sánchez hizo cosas que en forma enfática había dicho que jamás haría: pactó con los grupos independentistas del País Vasco y de Cataluña y accedió a otorgar una amnistía a quienes enfrentan juicios, principalmente Carles Puigdemont prófugo en Bélgica y líder de una corriente ultranacionalista de derecha en Cataluña que intentó independizarse del resto del país.

Vez tras vez, Sánchez ha renegado de sus propias promesas para lograr un nuevo período. Al hacerlo, pone en riesgo la convivencia social y política y lo que es más grave, la integridad de España. Núñez Feijóo le propuso a Sánchez armar una coalición entre ambos partidos con un acuerdo programático y por una duración de dos años. Sánchez lo rechazó, quizás porque el presidente hubiera sido Núñez Feijóo y no él.

Importaba que dos partidos adversarios, con ideologías diferentes pero similar credibilidad democrática y común respeto a las instituciones, se hicieran cargo del país. De ese modo, todos los grupos extremistas desde Vox, pasando por Podemos y Sumar y llegando a Bildu (la ultraizquierda vasca) y Junts de Puigdemont, habrían quedado afuera.

En Alemania, por ejemplo, socialdemócratas y demócrata cristianos en ocasiones hicieron tales acuerdos. Así funcionó el último período de Angela Merkel.

No todo el PSOE ve con agrado las concesiones que hace su líder. Un veterano referente como Felipe González las cuestionó en varias ocasiones.

Lo que está surgiendo en España supera al PSOE y se está convirtiendo en lo que algunos ya llaman “sanchismo”. Lo curioso es que no es una figura particularmente popular. Llegó a su primer gobierno en 2018 tras hace caer a Mariano Rajoy (del PP) en un voto de censura. Salió primero en las elecciones de 2020 pero con apenas el 28 por ciento, por lo cual debió tejer complejas alianzas para acceder al cargo. En esta tercera ocasión, ni siquiera ganó. Salió segundo, detrás del PP, y también tejió alianzas que había jurado que jamás haría.

La pregunta es qué efecto tendrá sobre la democracia, no ya los partidos extremistas sino el “sanchismo” tal como se está consolidando.

España siempre tuvo una manera dura de hacer política, con choques fuertes, personalidades tajantes y mucha intransigencia. Pero esto ya se parece a otra cosa. Ciertas vetas populistas de estilo kirchnerista empezaron a contaminar a un partido grande, que en su momento jugó un rol crucial en la transición tras la muerte de Franco.

En un contexto mundial de democracias desafiadas por regímenes autocráticos, populistas y a veces teocráticos, lo que ocurre en España debería ser un llamado de atención.

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