Lo que pudo ser una nutrida corriente migratoria constituida por sirios huyendo de la guerra concluyó en una única y por momentos ingrata experiencia para nuestro país.
Traídos en 2014 —y no por casualidad— en plena campaña electoral, los 44 refugiados iniciales estuvieron lejos de llenar las expectativas de las autoridades. Tan así es que parece descartada la idea de recibir a un segundo contingente de 72 sirios, tal como Uruguay se había comprometido con las Naciones Unidas y la Oficina Internacional para las Migraciones.
En seis meses el gobierno dejará de asistir con dinero a las familias ya instaladas entre nosotros y reubicará a algunas en función de sus necesidades y de los problemas surgidos para su adaptación al Uruguay. Problemas laborales en especial, dado que los refugiados mostraron una capacidad de conservar sus trabajos inferior a la prevista. Así, lejos quedaron las optimistas previsiones de Javier Miranda, quien como secretario de la Dirección de Derechos Humanos estuvo entre los principales responsables de la selección de las familias dispuestas a emigrar. Miranda, hoy candidato a presidir el Frente Amplio, había vaticinado una fácil inserción de los recién llegados de acuerdo a las entrevistas que él mismo les hiciera dos años atrás en el Líbano.
Que no fue fácil lo demostró la manifestación que las familias sirias hicieron en la plaza Independencia, ante la Torre Ejecutiva, en los días más crudos del último invierno. Allí reclamaron ruidosamente una mayor asistencia del gobierno en medio de expresiones de descontento sobre la realidad que encontraron al llegar, la que según dijeron no se correspondía con lo prometido. Fue entonces que declararon que "en Uruguay se vive mal, se pasa hambre, falta seguridad y no hay futuro". Duro, muy duro por provenir de quienes debían sentir un mínimo de gratitud por la acogida que aquí se les dispensó.
En ese momento, los sirios querían obtener un salvoconducto para salir de Montevideo rumbo a Alemania, país que por aquellos días se convertía en el máximo lugar de asilo para los desplazados por la guerra en Medio Oriente. Finalmente hubo un acuerdo con ellos, la manifestación se levantó y las familias fueron dispersadas en distintos puntos del país con una mejora en las ayudas económicas. Sin embargo, los problemas continuaron entre anuncios de violencia doméstica, dificultades de los mayores para aprender el idioma español y repetidos pedidos para cambiar de trabajo.
El panorama antes descrito prueba que, como ocurrió con otras tantas iniciativas de la administración Mujica, en esta también predominaron la improvisación y el voluntarismo. Y asimismo, todo estuvo teñido por las urgencias políticas del momento con un presidente ansioso por consolidar su imagen internacional enarbolando las banderas de solidaridad con los perseguidos del mundo, incluidos los presos traídos de Guantánamo que a su turno fueron igualmente una fuente de complicaciones. Hoy se ve que aquel show montado con la llegada de los sirios, con Mujica recibiéndolos en persona, tenía un evidente propósito electoral (o cinematográfico) concebido sin el respaldo de un plan serio y bien pensado para generar una estable corriente migratoria.
Uno de los reproches a hacer a los propulsores de la iniciativa es que en su búsqueda por los campos de refugiados pudieron haber elegido a sirios de religión cristiana que, como se sabe, sufren el acoso permanente del Ejército Islámico y han sido víctimas de asesinatos en masa. Tal vez con ellos su implantación hubiera sido más simple. Empero, daría la impresión que a la máquina propagandística montada en torno al tema por el gobierno de Mujica le interesaba más actuar con musulmanes y mostrar, por ejemplo, a mujeres portando el velo islámico, una manera de subrayar la amplitud de miras y la libertad religiosa del país de refugio.
Vista la experiencia en perspectiva daría la impresión que se pensó que la creación entre nosotros de una comunidad musulmana, con mezquita incluida, podía ser una buena idea. La base serían esas primeras familias y los reclusos de Guantánamo, todos ellos practicantes de esa fe. Si tal era el proyecto es claro que los acontecimientos ocurridos recientemente en Europa y las amenazas potenciales a la seguridad obraron como elemento de disuasión. Si bien la hospitalidad para los sufrientes refugiados sirios pudo ser digna de apoyo en su momento, los errores cometidos en el manejo de todo el operativo y su innecesaria politización terminaron por condenarlo a un fracaso que hoy resulta inocultable.
EDITORIAL