Periódicamente, los titulares de los diarios y los informativos de TV, nos conmueven con noticias de accidentes laborales. La última semana sin ir más lejos, Diego Monzón, un joven de 36 años de Maldonado, murió en su primer día de trabajo en una obra montevideana al derrumbarse las paredes de una fosa en la que se encontraba. Está lejos de ser un caso único. En lo que va del año, y teniendo en cuenta que la licencia del sector terminó el 10 de enero, 4 obreros de la construcción murieron en sus lugares de trabajo. Además, según estadísticas del Sunca, en la construcción ocurren cada día 18 accidentes que, pese a no ser mortales, en muchos casos dejan distintos grados de inactividad para el trabajador. Tampoco es un problema nuevo. En 2005 ya habían fallecido 24 personas en accidentes laborales, y hay estudios que indican que cada año hay más de 30 mil casos mortales o enfermedades vinculadas al trabajo. Todo esto, además de los costos humanos, tiene un fuerte impacto económico, que según datos de la OIT, pueden llegar a representar entre un 4% y un 5% del PBI de un país. Si, más que el famoso 4.5% que se ha reclamado siempre para la educación.
Ahora bien, por encima de cifras, hay un punto que resulta llamativo ante esta "epidemia", y es la reacción de las autoridades sindicales. No hay duda que los números alcanzan para hacerse idea de que los accidentes laborales deberían ser una prioridad absoluta para los trabajadores, y para sus dirigentes gremiales. Es más, una mirada comparada a otros países revela que este flagelo es eje central de todos sus planteos. En Uruguay no pasa lo mismo.
Durante el 2007, la central sindical uruguaya realizó tres paros generales. Diez desde que el Frente Amplio llegó al poder, y sin embargo en la lectura de las proclamas y reivindicaciones del Pit Cnt, no figura en ninguna ocasión, la más mínima referencia al problema de los accidentes laborales. Repasando los postulados planteados en esas instancias, podemos ver que hubo espacio para reclamar por la política económica, contra las privatizaciones, contra la ley de caducidad, a favor de la legalización del aborto, para criticar a la prensa, exigir el mencionado 4,5% para la educación, oponerse a un TLC con Estados Unidos, todo regado con abundantes reclamos salariales y llamados variopintos a construir el "país productivo".
Igualmente, una mirada a la página de internet del Instituto Cuesta Duarte, centro de estudios del Pit Cnt (donde abundan referencias a la lucha de clases, y se dictan cursos prometedores sobre "Análisis de la Realidad), revela que el tema de los accidentes tampoco es central. Basta hacer una búsqueda por "accidentalidad" y el resultado es cero. Por "siniestralidad" y es cero. Por "accidentes de trabajo", y aparece una referencia a una campaña publicitaria muy reciente (posterior a los últimos casos), y un estudio de las leyes aprobadas por Batlle y Ordóñez el siglo pasado.
Ante todo esto, uno no puede menos que preguntarse si las prioridades de los dirigentes sindicales del país no está un poco fuera del foco de las preocupaciones diarias de los trabajadores. No se trata de inmiscuirse en asuntos internos de los gremios. Ellos tienen su forma de organización, su sistema de elección de autoridades (supuestamente libre e independiente), y en todo caso se tratará de un tema que los trabajadores deberían exigir a sus dirigentes.
Pero resulta inevitable observar que cuando se trata de hacer reclamos fuertes ante la opinión pública, los jerarcas gremiales tienen un irresistible empuje a plantear temas de hondo contenido político, y sin embargo no sucede lo mismo, con los problemas puntuales que viven los trabajadores. Además, estamos hablando de un país democrático, donde hay elecciones periódicas, y donde muchas de esas inquietudes se pueden canalizar libremente a través del voto. El mismo voto que revela elección tras elección, que muchos de esos planteos que realizan los dirigentes del Pit Cnt recogen apoyos infinitamente menores que el número de trabajadores sindicalizados en nombre de los cuales, suelen hablar y exigir.
Frente a esta realidad, queda flotando la pregunta de si no sería el momento para que la cúpula sindical tuviera un proceso de actualización, que asumiera un mayor compromiso con los temas que hacen al día a día de los trabajadores, y dejaran los asuntos de alta política, para los políticos y para la elecciones. Ya que, al parecer, el tiempo no les da para todo.