Las elecciones al Parlamento Europeo del pasado 9 de junio dejaron consecuencias políticas de diverso orden en varios países de Europa. Pero las más importantes, sin duda, ocurrieron en Francia, ya que allí se abrió un escenario de opciones radicales.
La responsabilidad fue del presidente Macron, que haciendo uso de una potestad constitucional tan importante como excepcional, decidió a partir del fracaso electoral de su campo político para las elecciones europeas, disolver la cámara de diputados y llamar a elecciones parlamentarias anticipadas para el 30 de junio próximo (con sus respectivos balotajes para el 7 de julio). La apuesta resultó fuerte: exponer ante la opinión pública lo que significa el avance de los partidos de derecha identitarios y nacionalistas, que alcanzaron prácticamente el 40% en las europeas en Francia, y que el pueblo decida así si quiere que ese signo político sea el que gobierne su país hasta las elecciones presidenciales previstas para mayo de 2027.
La clave está en que al tratarse de un modo de escrutinio de circunscripciones y mayoritario a dos vueltas, que es bien diferente al sistema de representación proporcional casi perfecto fijado para las europeas, Macron fijó una hipótesis arriesgada pero posible: la mayoría reciente de 40% no se traducirá en mayoría absoluta en Diputados para la derecha nacionalista de Le Pen y sus aliados.
Sin embargo, ocurrió un efecto de polarización radical que difícilmente haya sido previsto por el presidente: por un lado, las izquierdas se abroquelaron en un llamado nuevo “frente republicano” de manera de operar solidaridades que favorezcan la elección de izquierdistas en las segundas vueltas en centenares de circunscripciones electorales; y por otro lado, el partido de Le Pen encaminó un proceso similar de adhesión de distintas derechas para favorecer al llamado “campo nacional” que se asegure ser mayoría en diputados.
En concreto entonces, la rapidísima elección legislativa prevista para fin de mes en Francia se hará en torno a dos bloques sustanciales que ninguno responde al presidente. Cada uno de esos bloques intentará obtener la mayoría de escaños de manera de obligar a Macron a elegir un primer ministro que la represente, y cambiar así decididamente las políticas llevadas adelante desde 2022. En este escenario, el presidente francés electo hace un par de años quedaría pues bajo la fórmula llamada de la “cohabitación”, es decir, sin mayoría propia en el Parlamento y con un primer ministro que conduce una política que no adhiere a sus preferencias en ninguna dimensión importante de gobierno.
Francia se enfrenta a una grave encrucijada porque las diferencias entre los dos polos son radicales. Por un lado, este frente de izquierda, cuyo principal partido está enteramente alineado con Hamás, apuesta a abrir más las fronteras a la inmigración extranjera, subir los salarios y aumentar los gastos del Estado, lo que obviamente repercutiría en los frágiles equilibrios macroeconómicos de un país completamente endeudado. Por otro lado, la derecha quiere cerrar las fronteras a los inmigrantes extraeuropeos, marcar límites a las políticas europeas de apertura económica y aumentar fuertemente las medidas de seguridad contra la delincuencia.
Lo que ocurre entonces es que la vieja línea de partidos moderados, en los que las diferencias de políticas públicas referían a matices, se ha desdibujado totalmente. En el centro queda así una especie de macronismo sin mayoría alguna, con un alineamiento federalista europeo que ni la izquierda ni la derecha apoyan, y con un presidente que no tendrá peso alguno en el escenario interno en los próximos años. Incluso más: hay quienes sostienen que de ocurrir una votación en la que los afines al presidente no reciban siquiera el 20% del total de las bancas en diputados, la hipótesis de la renuncia anticipada de Macron debiera de estar arriba de la mesa, ya que en definitiva sería un segundo golpe muy fuerte de parte de la ciudadanía, luego del bochorno de quedar en el eje del 15% para las europeas del pasado 9 de junio.
Francia no es un país más dentro de la Unión Europea: es su principal actor junto a Alemania. Si decide volcarse hacia políticas duramente críticas contra lo definido por Bruselas, es evidente que toda la unión dudará del camino a llevar adelante. Y el contexto es extremadamente delicado, ya que tanto en Ucrania como en Medio Oriente se verifican crisis muy importantes para el concierto internacional. Lo dicho: la encrucijada francesa es grave.