Hacerle eco a tanto divague

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"Acá que no te van a expropiar ni te van a doblar el lomo con impuestos”. Así se expresó José Mujica, apenas tres semanas antes de asumir la presidencia en 2010, ante 400 empresarios argentinos reunidos a comienzos de aquel febrero en el Hotel Conrad (hoy Enjoy) de Punta del Este.

Al prometer que su gobierno trabajaría “sin retenciones” y aclarar que “acá (en Uruguay) tenemos otra línea”, su legendaria exposición pudo parecer provocadora o incluso hostil hacia el gobierno “progresista” de los Kirchner que aplicaba una dura política impositiva al agro.

Aquella estrategia nada tiene que ver con el muy reciente exaprupto de Mujica, con el que respondió a una idea del presidente electo Luis Lacalle Pou de facilitar la radicación de argentinos que vengan al país con inversiones. “En vez de traer 100.000 cagadores argentino, preocupémonos de que los nuestros inviertan acá”, dijo el ex presidente.

Es bueno recordar que durante la presidencia de Mujica, y como resultado de lo que prometió en el entonces hotel Conrad, muchos argentinos inviertieron en la compra de campos y la producción agropecuaria en Uruguay, decepcionados por las políticas restrictivas que se desarrollaban en Argentina durante el largo reinado de los Kirchner. Sus inversiones trajeron moderna tecnología agropecuaria que tuvo un fuerte, y positivo, impacto en el agro uruguayo.

Nombres como los de Bulgheroni, Bunge, Lopez Mena son los más conocidos entre los muchos inversores argentinos que encontraron en el Uruguay gobernado por Mujica, espacio para desarrollarse y crecer y donde se adoptaron algunas excenciones tributarias para alentar su instalación.

Otro caso notorio de un esfuerzo frenteamplista para atraer inversiones extranjeras fue el acuerdo alcanzado para la instalación de una segunda planta de pasta de celulosa de la finlandesa UPM en Uruguay. En este caso, los inversores no eran argentinos, pero el proceso empezó durante la presidencia de Mujica y culminó con la de Tabaré Vázquez, en un acuerdo que no se conoce del todo, pero que brindó facilidades y exoneraciones difíciles de lograr para empresarios uruguayos. Ya ahí era notorio que estos dos presidentes daban prioridad a la llegada de capital extranjero.

Hay más ejemplos, como fue la construcción y administración del nuevo aeropuerto de Carrasco por una empresa argentina. Aquello fue una iniciativa del presidente Jorge Batlle y en ese momento muchos frentistas, Mujica incluído, cuestionaron duramente el proyecto. La obra culminó ya terminada la presidencia de Batlle y fue el primer gobierno frentista quien lo inauguró y a todos sus integrantos, Mujica incluído, le pareció una gran cosa.

La pregunta entonces es, ¿porqué estos argentinos son “cagadores” y los suyos no lo eran? ¿porqué estaba bien lo que Mujica hizo y no lo está si lo hace Lacalle? ¿y porqué no se encargó el, cuando fue presidente, de incentivar una mayor inversión de capitales uruguayos?

Toda esta larga explicación, con datos demasiados elocuentes como para ser desmentida, llevan a una obvia conclusión que sin embargo para muchos no parece ser tan obvia. ¿No habrá llegado la hora de dejar de prestarle atención a Mujica? ¿De no darle más bolilla?

Cada una de sus declaraciones contradicen alguna anterior, o incluso desmienten su propia gestión presidencial (como ocurre en este caso). Entonces es bueno preguntarse qué sentido tiene hacerse eco de tanto divague. No aporta nada, no aclara nada, no ilumina nada. A algunos resulta gratuitamente agraviante y a veces, hasta hipócrita. ¿Cuál es es el genuino Mujica: el que salió a seducir a los empresarios argentinos cuando los reunió en Punta del Este en 2010 o el de hoy que los trata de “cagadores”? ¿Y porqué quiere quedar bien con el kirchnerismo de hoy cuando no le importó darle la espalda al kirchnerismo de ayer?

Hasta estas preguntas carecen de sentido porque en realidad, poco importa saber cuando fue genuino y cuando no lo fue ya que quizás no lo fue ni entonces ni ahora.

Es verdad que una vez que se instala el verano, las noticias escasean y todo lo que se parezca a una es codiciada y repetida por los periodistas. Pero llega un momento que esto empieza a hartar, sus declaraciones no tiene coherencia, no son noticia, dejan de tener aquel efecto provocador que antes pudo tener y pasa a ser una caricatura de si mismo.

Para poner caricaturas, los medios tienen un sitio designado. En el peor de los casos, allí deberían ir estos dichos. En el mejor, bastaría con simplemente pasarlos por alto.

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