No tenemos dudas que dentro del oficialismo se intenta brindar a la población una visión almibarada de lo que fue el movimiento Tupamaro y su accionar en las décadas de los 60 y 70, hasta que fue definitivamente derrotado cuando el Parlamento uruguayo decretó el Estado de Guerra Interno y movilizó al Ejército en su defensa. Un reciente y "tierno" documental difundido días atrás -que fue objeto de un editorial el pasado lunes, bajo el título de Una falsa "History"- advirtió sobre este manejo sesgado de los hechos (en este caso la fuga masiva de tupas del Penal de Punta Carretas) y ha generado preocupación por esa pretensión de escribir la historia de nuestro país a imagen, semejanza y con la única voz de los que ambicionaron voltear las instituciones democráticas y abrieron la puerta para el Golpe de Estado y el advenimiento de una dictadura, cuyas consecuencias estamos pagando hasta hoy.
Como uno al final se cansa de hablar o de actuar según instancias elegidas por otros, que parecen ser los que tienen la iniciativa -dicen cualquier disparate sobre la historia, incluso la escriben así en los programas oficiales de enseñanza y luego hay que salir a rectificarla-, en este caso nos adelantamos a una presunta versión "angelical" sobre la muerte -el asesinato- del peón Pascasio Báez Mena, para dar la verdadera. Esa que surge clara y nítida del libro Historias Tupamaras de ese formidable periodista que es Leonardo Haberkorn y del incunable El color que el infierno me escondiera (1981), de Carlos Martínez Moreno (excelente abogado y escritor, defensor de presos políticos hasta 1977 cuando debió exiliarse en México, fundador del Frente Amplio, un hombre justo y respetado) que -¡oh casualidad!- si llegó a los anaqueles de las librerías de nuestro país fue por cuentagotas.
La historia oficial que cuentan los tupamaros, hoy devenidos en grandes personajes públicos como Mauricio Rosencof o José Mujica, habla de los cuidados que se tomaban para no causar daños a los inocentes y del empleo de la violencia mínima. Jamás citan que la pena de muerte (abolida en Uruguay en 1905) era parte de sus códigos y la misma era aplicable para los "enemigos" (Morán Charquero, Dan Mitrione, policías y soldados en general) o aquellos que pudieran poner en peligro la seguridad de la organización como Roque Arteche y Pascasio Báez Mena.
Pascasio Báez era un peón rural, de 46 años, casado y con hijos, que siempre había vivido en el campo, preferentemente por la zona de Pan de Azúcar. Votaba a los blancos pero nunca había militado en política. Se ganaba la vida con changas: trabajos de construcción, de alambrado, de lo que saliera. Ese día había salido a buscar un caballo perdido de un vecino. Era a fines de diciembre de 1971. Había democracia, había parlamento, había tupamaros.
En su búsqueda llegó hasta la cabaña "Espartaco" ubicada en ruta 9 a unos 10 kilómetros de Pan de Azúcar y se topó con un hombre que salía de una tatucera. Aquella era la "Caraguatá", tal vez la más importante del MLN para extender su radio de operaciones al interior del país. Báez fue detenido y su destino final comenzó a jugarse. Esas instalaciones valían mucho para los tupas y las alternativas que se manejaron fueron tres: detenerlo indefinidamente; llevarlo al exterior; ejecutarlo.
La decisión fue ésta: la muerte. A fines de 1971 la dirección del MLN estaba integrada por Mauricio Rosencof, Henry Engler, Wasem Alaniz, Donato Marrero y Píriz Budes. El ejecutor, Ismael Bassini, fue quien le dio la inyección letal de pentotal a Báez Mena.
Sin dar nombres, Martínez Moreno cuenta en El color… un diálogo (¿imaginario?) entre los asesinos. Allí dicen: "Matamos a alguien porque renunciamos, sin haber hecho muchos esfuerzos, a nuestra posibilidad de convencerlo". Hay quien duda y es apabullado por la lógica terrorista:
"-Pero, ¿y si de veras es un peón? ¿Y si de veras es inocente?
-Mala suerte. Esas cosas pasan. No vamos a arriesgarlo todo por la compasión…
-¿En qué clase de guerra estamos?
-Este tipo quema. Este tipo es dos ojos y una lengua (…) Dejarlo suelto obligaría a abandonar la tatucera y perder su costo, abandonar Espartaco y todo lo hecho allí; arriesgar la suerte de muchos compañeros".
Así encontró la muerte Pascasio Báez. Asesinado, con premeditación y alevosía, bajo el justo manto del eufemismo "ejecutado", por el grave delito de encontrarse con un señor terrorista que salía de una tatucera en medio del campo, para mayor gloria de los santos tupamaros.
Porque el valor de una tatucera era superior a la vida de un humilde peón rural.