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Se cumplen hoy 192 años de la Jura de nuestra primera Constitución. Se trata de uno de los pocos feriados no amovibles, y es efectivamente una de las fechas más importantes de la historia del Uruguay.
Es realmente una pena que la iniciativa del presidente Lacalle Pou acerca de volver al régimen histórico de feriados inamovibles no haya tenido aún una rápida traducción legal en el Parlamento. En efecto, si bien podían entenderse los motivos económicos y turísticos por los cuales algunos feriados pasaban a cambiar de día en la semana, es claro que con el paso del tiempo todos hemos evaluado mejor los efectos negativos de esta disposición. Es buena cosa reformarla de una vez por todas.
Es que el problema no es menor: estamos en el corazón de las señas de identidad nacionales. No hay que olvidar que somos un país, como todos los de América, de corta historia comparada con otros de Europa o Asia, es decir, apenas algo más de dos siglos. En este sentido, importa mucho que como nación nos demos los días que corresponden para conmemorar las luchas y las hazañas que hicieron del Uruguay lo que hoy es: una República llena de vigor democrático, consustanciada con un orden liberal en el que prima el Estado de derecho, y profundamente comprometida con la igualdad ciudadana.
Todos esos valores, justamente, son los que se destacan de la Jura de la Constitución de 1830. El primero de ellos, que sigue vigente hasta nuestros días, es fundamental: aquí no hay posibilidad de que rija una Constitución sin el apoyo explícito de la mayoría de los ciudadanos. No hay decisión legislativa o ejecutiva que pueda cambiar el texto legal más importante del país por sí y ante sí, sino que tiene que pasar, siempre, por la consideración del pueblo soberano.
En aquel lejano 1830, no fueron más de unos 80.000 vecinos los que, en todas partes de la República, manifestaron su adhesión al texto que formaba el nuevo Estado Oriental. Empero, e importa mucho recalcarlo en este tiempo de globalización que deja de lado las identidades nacionales y los apegos patrióticos, el juramento de 1830 de ninguna forma se hizo en el aire, desanclado de un sentir colectivo y fuera de toda realidad vital, sociológica y política.
En efecto, es una real tontería, infelizmente muy difundida desde hace muchas décadas, afirmar que el Uruguay es simplemente una especie de ensayo de laboratorio de la influencia británica en la región. Y es una tontería que muchas veces viene escondida tras la idea de patria grande latinoamericana, esa que quiere convencernos de que en nuestro proceso histórico hay una falsedad esencial cuando se dice que efectivamente existía la voluntad de los orientales de fundar su Patria de forma autónoma y distinta.
Todo ese discurso de que el Uruguay es un producto falso o vacío de sustancia, es un profundo error histórico. Aquí, por el contrario, hubo una voluntad clara de ejercer una soberanía propia desde muy temprano en la década de 1810, y por supuesto durante todo el ciclo artiguista. Por supuesto, no aislada del resto del continente; pero evidentemente propia, real, constante, verificable y, sobre todo, llena de vicisitudes y de sacrificios que importa mucho conocer porque fueron las que moldearon el alma de nuestra Patria.
Todo esto debe ser difundido en nuestras escuelas y en nuestra educación secundaria. Hay que volver a transmitir el orgullo de mirar nuestro pasado más remoto y tomar consciencia de las viejas y buenas herencias de la Constitución de 1830, que hasta el día de hoy compartimos, como por ejemplo las que hacen a definiciones claves de nuestra vida en sociedad: que los habitantes del Estado tienen derecho a ser protegidos en el goce de su vida, honor, libertad, seguridad y propiedad; que no se reconoce ninguna distinción entre los hombres sino la de los talentos o las virtudes; o que ningún habitante del Estado será obligado a hacer lo que no manda la ley, ni privado de lo que ella no prohíbe.
En pleno siglo XXI conservamos un talante propio que nos distingue y que, por ejemplo, salió a la luz cuando enfrentamos lo peor de la pandemia con el lema de la libertad responsable: fue compartido por una inmensa mayoría de compatriotas que ejercieron así plenamente sus libertades más sagradas, en el marco general de la vigencia del Estado de derecho más garantista posible. Ese talante tiene raíces muy profundas que nos vienen de la Patria vieja y de su mejor traducción que fue esta Constitución de 1830 que hoy, una vez más, estamos conmemorando con orgullo y reconocimiento.