La apuesta que fracasó

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Es un clásico de los análisis económicos-políticos afirmar que los gobiernos operan una especie de ciclo de gasto público que siempre termina intentando favorecer las chances electorales oficialistas. Sin embargo, si este razonamiento es parte de los diagnósticos con los que se evalúa el ciclo electoral que vivimos el año pasado, es claro que no logra explicar bien lo que realmente ocurrió con las preferencias ciudadanas.

En efecto, hay un doble argumento que se maneja en este sentido y que tiene connotaciones electorales. Por un lado, está lo que se conoce comúnmente como una especie de preferencia por el atraso cambiario, que favorece el consumo de las clases medias urbanas. La explicación es sencilla: al fortalecerse el peso frente al dólar, se abaratan los precios de los bienes de consumo importados, se facilita la baja de la inflación y con ello el aumento de poder de compra de los salarios y las jubilaciones. Además, se facilita que esas mismas clases medias se den gustos de consumo, como, por ejemplo, los viajes al exterior con paquetes de promociones financiados (con una Argentina muy barata además) o las compras de bienes que eran inaccesibles, como automóviles (también con amplia financiación).

Todo esto ocurrió en estos años: fueron récords las ventas de automóviles cero kilómetro, los gastos de turismo de los uruguayos en el exterior y las compras masivas de bienes más baratos en Argentina y, sin duda alguna, hubo un mayor consumo interno de bienes importados que son fácilmente distinguibles en cualquier centro de compras. Se trató así de una mejora ostensible en el consumo de las clases medias urbanas, que se contrapuso a los sectores que sufrieron este encarecimiento relativo del peso, que están vinculados a la exportación y al mundo, sobre todo, rural y de la agropecuaria en general, y que son mucho menos numerosos que esas clases medias beneficiadas por la baja de la inflación y el peso fuerte.

Por otro lado, está lo que refiere al gasto público en tiempos de elecciones: no bajarlo ni retraerlo, de manera de que el electorado perciba que la acción del gobierno es amplia y generosa, y que se beneficie el signo oficialista, valorándose la posibilidad de elegirlo nuevamente para que se mantenga en el poder.

Bajo esta administración que se está yendo, fue evidente que no hubo una retracción del gasto público, al punto que el déficit fiscal se termina manteniendo en guarismos similares a los de 2019. Pero, además, fue evidente que no hubo retaceo, ya sea, por ejemplo, a través de la enorme inversión en infraestructura en vías de transporte -aeropuertos, puertos, carreteras, vías férreas, etcétera-; ya sea por el mantenimiento y la mayor focalización del gasto social que siguió favoreciendo a las clases más necesitadas; o ya sea también en la inversión pública en programas relevantes de vivienda, de salud mental o de ayudas para la primera infancia, por ejemplo, que lejos de disminuirse fueron impulsados por la Coalición Republicana.

Así las cosas, el manual electoral del gasto público y de las políticas en favor del consumo de las clases medias fue respetado con estricta rigurosidad por esta administración. Aquí no hubo ahorros fiscales que comprometieran promesas electorales, y con eso ciertamente no se despilfarró el dinero; y aquí no hubo una política que favoreciera a los sectores exportadores en detrimento de los salarios reales, por lo que las clases medias, luego del terrible golpe de las consecuencias del Covid- 19, pudieron retomar con sus niveles de ingresos y consumos preferidos al punto de cerrar el quinquenio con mejores datos que los arrojados en 2019.

Y aquí está la clave del problema: si a pesar de ese signo indudable de las políticas del gobierno, las elecciones fueron perdidas por el oficialismo: ¿no será que el asunto no es solamente un tema económico, sino que también para decidir el voto las amplias mayorías del país toman en cuenta factores vinculados a la identidad, al relato colectivo, al ideal que se procura llevar adelante en lo que hace a lo justo, lo bueno y lo bello de la sociedad en la que se vive?

La pregunta es pertinente porque en las reflexiones de verano siempre están aquellos que centran sus argumentos electorales en torno a cómo esté el bolsillo de la gente. Y si bien esa dimensión es importante, el año que acabamos de vivir deja en claro que no es suficiente. La política no es solamente economía. La política precisa creer y soñar en una proyección identitaria con la cual sentirse orgulloso y de la cual enamorarse.

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