La gente que vive en la calle

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El tema de las personas que viven en la calle, particularmente en las zonas costeras de Montevideo, ha vuelto a tomar protagonismo en el debate público. Por un lado, ha sido el comentario excluyente de turistas y uruguayos que no viven en el país, y aprovechan el verano para visitar. Todos comentan, azorados, el impacto que produce ver esta cantidad de gente, en su abrumadora mayoría adictos o personas con problemas de salud mental, acampando en plazas y calles de la ciudad.

El shock es mayor, porque no parece tener correlación con el momento económico y social del país, que se muestra relativamente próspero, y con cifras de empleo y pobreza menores que en años anteriores.

Tan grave es esta situación, que Doña Bastarda, la murga que ganó el concurso del Teatro de Verano, abordó el problema en sus presentaciones. Esto es revelador, ya que la población “de izquierda”, que es hegemónica en un evento como el carnaval capitalino, suele tener una visión muy particular sobre este problema. Basta recordar cuando algún jerarca del Frente Amplio afirmaba que “vivir en la calle es un derecho”.

Y la simple mención del tema como un problema, hace que la mayoría de los votantes oficialistas lo acusen al denunciante de facho sin conciencia social.

Es interesante lo que decía uno de los letristas de esta murga en una entrevista con El Observador. “Intentamos no tener una mirada reaccionaria, el hay que matarlos a todos, y también evitar la romantización progresista”, sostiene el letrista sobre la propuesta de la murga. “Vivir en la calle es un horror, no tiene nada que ver con la libertad, no es un derecho, estamos ante una situación espantosa que no puede seguir así. Y entendemos a su vez a los vecinos cuando se enojan, porque nosotros somos también ese vecino que se enoja.”

Difícil no compartir lo que dice el señor Emiliano Tuala, aunque el hecho de que se diga esto en un editorial de El País, seguramente lo ponga un poco nervioso.

Pero desde hace años que aquí venimos diciendo cosas similares. No se trata ni de estigmatizar, ni de pedir “palo”, para la gente que tiene la desgracia de estar en esa situación. Si bien en muchos casos, no estamos ante consecuencias de un “modelo” social o económico que abandone a miles de compatriotas a esta situación. Sino que en buena parte de los mismos, la opción personal de un consumo de drogas abusivo y degradante, es la que termina generando la crisis.

Nos podemos preguntar como sociedad qué estamos haciendo mal para que tantos compatriotas opten por esa vida tan degradante. O qué más podemos hacer para ayudarlos a salir de eso, o directamente a no ingresar en ese camino.

Pero aquí hay dos cosas que deben quedar bastante claras.

Por un lado, el Uruguay es un país que hace un esfuerzo muy grande por tener una sociedad con oportunidades y apoyo social. Los uruguayos financiamos un Estado gigante, que otorga educación gratuita hasta nivel universitario, y que supuestamente incluye un extensivo sistema de apoyo social. Parece claro que algo allí no está funcionando bien, y debería revisarse.

Por otro, la situación que estamos viviendo es insostenible. Según los datos oficiales, no son más de 3 o 4 mil personas las que viven en esta situación. No puede ser que un millón y medio de montevideanos, vivan esclavos de una población flotante, que hace sus necesidades, consume drogas, tiene sexo, en la puerta de la casa, en la ventana de la gente. O que nadie pueda ir a un parque o una plaza sin temor a encontrarse con alguien fuera de sí, dando un espectáculo lamentable frente a niños o familias.

Ni que hablar del impacto económico que esto genera en muchas actividades productivas. Tiendas, restaurantes, comercios, que ven cómo la clientela es espantada, por personas en muchos casos violentas, o cuyos códigos de convivencia son tan diferentes, que la coexistencia se vuelve imposible.

Es claro también que la solución no es fácil. No se puede pretender que de un día para otro, toda esta gente desaparezca del panorama público. Pero sí es clave que comience un proceso de abordaje del asunto, que prometa resultados a corto o mediano plazo.

Pero al menos algo fundamental parece estar ocurriendo. Y es que la sociedad en su conjunto, de a poco, comienza a asumir que no se trata de un tema de intolerancia u odio a quien tiene la desgracia de estar en esa situación. Sino que esta convivencia actual no es sostenible, y es el germen de cosas mucho peores, si no se toman medidas de fondo.

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