Tras casi 10 años de haberse aprobado la norma original que lo permitía, se comenzó a aplicar la llamada “ley de internación compulsiva”. Se trata de una ley que busca llevar apoyo médico y especializado a la gente que vive en las calles, y que en la mayoría de los casos padece serios trastornos mentales y de adicciones.
El comienzo de la aplicación de esta ley, reclamo masivo de la sociedad en la zona metropolitana, ha vuelto a reeditar un debate tan estéril como plagado de mala fe. Ese que señala que quienes impulsan estas medidas, son gente perversa, que lo único que desea es que le saquen de la vista a los pobres y enfermos que le molestan en la calle. Abonando este debate inconducente, han aparecido políticos de izquierda, una asociación de psiquiatras, y comunicadores con exceso de bienpensantismo en sangre, que desde su Olimpo impoluto, lanzan críticas e insidias a quienes apoyan la ley.
En ese contexto, fue particularmente reveladora una entrevista en un programa matinal con el psiquiatra Esteban Acosta, quien hace más de 17 años trabaja con gente en situación de calle. Y quien allí se despachó sin titubeos y con amplio conocimiento de causa, en contra de quienes rechazan la aplicación de la ley.
Lo primero que dijo Acosta fue que los que trabajan con esta población en el día a día, “pedíamos a gritos” que se aplicara esta ley. Algo parecido dijeron las voceras de la organización Madres del Cerro, que nuclea a más de 25 mil familias de personas con problemas de adicción.
No deja de ser llamativo que mientras gente que toca de oído se manifiesta indignada y dolida por la aplicación de la ley, quienes están más en contacto con el problema, aplaudan su funcionamiento.
Pero el psiquiatra Acosta fue más allá. Explicó que se trata de una ley redactada nada menos que por la expresidenta del Frente Amplio y médica, Mónica Xavier, pero que tuvo problemas de mala redacción. Y que por la reacción airada de sectores de ultraizquierda, el gobierno de entonces nunca reglamentó.
Explicó que se trata de una herramienta terapéutica esencial, en casos en que los afectados han perdido toda forma de consciencia sobre sus actos y reacciones. Y parte fundamental para cualquier tratamiento exitoso. También defendió que no se trata de llevar a la gente como ganado y encerrarla en una celda. Sino que existe un protocolo bien preciso de tratamiento, supervisado por equipos que integran a especialistas de distintas ramas.
En este punto, hay que destacar la actitud prepotente y desubicada de un periodista del programa, que pretendía explicarle a una persona que trabaja hace casi 20 años con los olvidados y descastados de la sociedad, cuál era la situación real. Es increíble como en este país hay comunicadores que confunden ser incisivo, con irrespetuoso y frívolo.
Con paciencia digna de un monje tibetano, Acosta explicó cómo funciona el proceso, las garantías que existen para todas las partes, y por qué es necesario en algunos casos apelar a la fuerza a la hora de ayudar a uno de estos compatriotas en tan dramática situación.
Acosta debió soportar también, que se le insistiera por una declaración de una asociación de psiquiatras que criticaba la norma. A lo cual el experto no tuvo empacho en explicar que se trató apenas de dos colegas, que hacían ese pamento por motivos puramente políticos. “Sucede que estamos en campaña, entonces hay gente a la que nunca le preocupó en lo más mínimo esta población desprotegida, pero que ahora salen a hablar y a opinar”, dijo.
Para cualquiera que siga la política, este fenómeno de activistas partidarios apropiándose de organizaciones profesionales para hacer política menor, no es nada sorpresivo. Pero lo que sí es destacable es la forma en que quienes de veras trabajan todos los días con la gente que está en la calle, entienden que la aplicación de la ley no solo es positiva, sino esencial para intentar recuperar a esta población vulnerable.
A lo que hay que sumar el problema creciente de una convivencia tóxica entre esta población, y el resto de la sociedad. Que a medida que debe enfrentar las consecuencias de una convivencia insostenible, se vuelve más insensible y proclive a reclamos más duros. No porque sea malvada o insolidaria, sino porque ve cómo su vida cotidiana se vuelve más y más ingrata debido a tener que convivir con gente que es un peligro para sí misma. Mucho menos va a tener en cuenta a quienes lo rodean. Gente como Acosta se merecen el reconocimiento público a su valentía y a su esfuerzo por educar a quienes hablan sin saber.