EDITORIAL
A medida que el gobierno se va aislando del sentir y la realidad de la gente, el estamento cultural comienza su tarea de apoyo militante y de ataque a cualquier alternativa democrática.
No falla. Como cada vez que en los últimos años el partido de gobierno empieza a sentir el desgaste de su soberbia y sus malas decisiones, la maquinita bien aceitada de su apoyo en el mundo cultural y académico arranca con su tarea fina de apoyo sistemático y ataque a cualquier oposición. La misión final de esta "operación" es clara: convencer a la gente desencantada de que sí, el gobierno ha cometido pecadillos, pero que no hay alternativas, que la oposición es el ogro neoliberal malvado, y que en el fondo somos un país bárbaro, gracias al gobierno.
Esto se ha hecho más patente en estos días por dos fenómenos notorios: la concentración del agro en Durazno, y el arranque del carnaval capitalino.
En cuanto a lo primero, no deja de sorprender la virulencia, mala fe e insidia con que figuras de supuesta asepsia académica, han salido en los medios y en las redes sociales a defender a capa y espada al gobierno. Pero sobre todo a atacar a quien ose criticarlo. Con detalles hilarantes, como que sesudos "expertos" que reinan en las pantallas de TV en tiempos de campaña para hacer fríos análisis de la realidad, ahora se dedican a criticar la supuesta ofensiva de los mismos medios que después los contratan.
Sobre lo segundo, en estos días quien siga los medios habrá leído una avalancha de entrevistas a figuras emblemáticas del mundo del carnaval, que aprovechan sus meses de fama para hacer campaña a favor del gobierno. Se pueden mencionar decenas, pero pocos han sido tan literales y explícitos como el director de la murga Falta y Resto, Raúl Castro.
Castro es una figura emblemática de la cultura y la publicidad local, y tal vez por eso se ha ganado un respeto que inhibe de hacer comentarios más agudos. Pero su postura ante la realidad del país, muestra hasta qué punto ese sector cultural ha perdido los puntos de referencia a la hora de hablar de política.
Por ejemplo, cuando se le pregunta cuál medida debería tomar el gobierno, señala: "Me gustaría que se le pusieran más impuestos a los grandes capitales para que pudieran ser favorecidos aún más la clase trabajadora y los marginados. Hay que sacarle dinero a los que más tienen, esos que tienen cuatro autos para una sola persona".
Esa postura, que sería aceptable en alguien que vive en un asentamiento y no sabe nada de historia, de política o de la realidad del país, es indigna de alguien con un mínimo nivel de lectura. Primero, porque si algo ha aprendido la humanidad después de todos los fracasos y voluntarismos del siglo XX, es que el problema no son los que tienen mucho, sino mejorar a los que tienen poco. Que la economía no es un suma cero donde si alguien tiene muchos autos significa que otro no puede tener ninguno. Y que si alguien tiene cuatro autos porque le gusta y se ganó su dinero trabajando honradamente, solo merece respeto y reconocimiento, no envidia y rencor. Esto más allá de que alguien que ha trabajado toda su vida en publicidad está en condiciones de saber que en Uruguay aunque se "redistribuyeran" todos los bienes del 10% más rico del país, no alcanzaría para mejorar un ápice la suerte del resto.
Hay un segundo punto en las palabras de Castro que es todavía más revelador. Cuando afirma que "no hay oposición" sino gente que tiene "mucho odio y bronca". Esto dicho por alguien que dos párrafos antes sostenía que la concentración en Durazno había sido hecha por "latifundistas" y una "rebelión del dinero". Y que en Venezuela, Maduro estaría haciendo un esfuerzo enorme para no llegar a una dictadura, presionado por oscuros intereses externos que se quieren quedar con su petróleo. En fin...
Más allá de los aspectos delirantes de esta visión ideológica que parece no querer aprender nada de las debacles que dejaron los 80 o 90 experimentos socialistas del siglo pasado, hay que resaltar algo más de fondo. Y es esa estrategia de descalificar cualquier alternativa que se pueda mostrar a la hegemonía de más de una década del Frente en el poder.
Porque hay que tener un par de cosas claras. La oposición puede tener muchos defectos, pero si hay uno que no tiene, es ser violenta, rencorosa o refundacional. Más bien todo lo contrario. Y si no, basta ir a la hemeroteca y ver cual fue la forma en la que el Frente Amplio hizo oposición cuando le tocó, y compararlo con lo que pasa hoy. La estrategia es deslegitimar cualquier alternativa democrática a un gobierno al que tras 13 años en el poder, las estructuras económicas del país le crujen bajo los pies. No por odios, rencores, ni fuerzas externas, sino por su propia incapacidad y sectarismo.
De ahora en más, esto solo se va a poner peor. Hay que tenerlo claro.