Hay un aforismo muy ocurrente que se atribuye a Napoleón: “la victoria tiene muchos padres y la derrota es huérfana”. A la Coalición Republicana le llegó la hora de validarlo o desmentirlo. Con amplitud de miras, habrá que construir la autocrítica por una derrota electoral que sorprendió a muchos. Lo que no puede pasar es que se busquen chivos expiatorios de manera facilista, un hedor que está saliendo últimamente de las siempre simplificadoras redes sociales.
Cuando son los dirigentes del partido derrotado los que se intercambian culpas, el espectáculo que recibe la ciudadanía es bochornoso: la sensación que queda en el uruguayo de a pie es que la unidad demostrada hasta la elección no era tal y que el resultado negativo reaviva conflictos que estaban latentes.
En estos días ha sido deprimente leer las acusaciones cruzadas entre Nicolás Olivera y Sebastián Da Silva, por ejemplo. Debería tomarse como ejemplo la extrema prolijidad demostrada por el FA durante el año, donde a pesar de posiciones discordantes sobre temas claves y un liderazgo en disputa entre Cosse y Orsi (lo que es decir entre comunistas y emepepistas), a nivel superficial nunca se exhibió el más mínimo intercambio de agravios. Puede ser muy loable expresar las diferencias internas en forma temperamental o apasionada, pero es también demasiado ingenuo, en un contexto en que la imagen de los partidos importa mucho más que las desavenencias personales de sus integrantes.
La peor nota en esta materia la ha dado -otra vez- el socio díscolo de la coalición, Cabildo Abierto. Su pérdida de votos de 2019 a 2024 alimentó el crecimiento del Partido Colorado, el éxito algo insólito del doctor Salle y especialmente un MPP que terminó copando la interna izquierdista. Sin embargo, las primeras declaraciones que hemos escuchado -con la excepción de una sentida autocrítica de Guido Manini Ríos- han resultado contradictorias. Según El Observador, el senador Guillermo Domenech reconoció que la fuga de votos “fue una de las claves para la derrota de la coalición”, pero que “los propios compañeros de la coalición trabajaron para que eso sucediera, tratando a Cabildo de socios molestos o la piedra en el zapato”.
Es uno de los principales deportes nacionales: la autovictimización. Yo no soy responsable de lo que me pasa, sino que soy la víctima de otro que está obrando contra mí. Domenech señala que los socios de la Coalición discriminaron a su partido, sin comprender que fue al revés, que en más de una ocasión este se excluyó, jugándose a un perfilismo irresponsable que no dudó alguna vez en votar junto al FA y contra el gobierno. Ahora, el diputado electo Álvaro Perrone declara muy suelto de cuerpo que su vínculo con Orsi “es más cercano que con otros socios de la Coalición”, a menos de una semana del resultado electoral y de haber trabajado en favor de la candidatura de Delgado. Está bien mostrar un talante colaborativo con el gobierno electo, pero no al extremo de pecar de oportunista. El hecho de que el FA carezca de mayoría en la cámara baja es una oportunidad para tejer acuerdos, que permitan a la Coalición defender sus conquistas más preciadas, como las reformas previsional y educativa, la austeridad en el manejo de los recursos públicos y la estabilidad económica. Esa fortaleza caería como un castillo de naipes si al FA le alcanzara con comprar el par de voluntades que le faltan, por la simpatía de un exalumno hacia su docente devenido en presidente de la República.
Visto desde el otro lado, también se daría una paradoja flagrante.
Porque si con alguien se ha ensañado el FA desde la oposición, ha sido justamente con Cabildo Abierto, sobre el que ha disparado sin descanso acusaciones de que eran la ultraderecha del país, el villano de la película. Ahora resulta que son más cercanos a Orsi que los propios socios colorados, blancos e independientes.
Es curioso que en todas las campañas hacia el balotaje, el Frente Amplio desempolva siempre sus afinidades con el batllismo y el wilsonismo, lo que increíblemente le sirve todavía ahora para pescar algún incauto. Pero que termine pactando con el sector que la izquierda misma define como la extrema derecha, el militarismo, etc., es algo que confirma la impresión de que para ellos, el fin justifica los medios.
Después nos engrupen con la comunicación polarizadora, eso de que luchan contra “la derecha”. Llamados a consolidar mayorías, no tienen mucho reparo en recurrir al extremo opuesto. Al populismo, cualquier monedita le sirve.