La salida de Miranda

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La salida de Javier Miranda de la presidencia del Frente Amplio es ciertamente un motivo de festejo para el sistema de partidos de nuestro país en su conjunto.

Esta afirmación admite varias interpretaciones, pero tiene de común denominador el unánime juicio de propios y ajenos de que su actuación fue mala por donde se la mire.

Aunque hoy cueste recordarlo, Javier Miranda irrumpió a la vida pública a partir de su participación en organizaciones de derechos humanos, buen talante y actitud positiva. Daba gusto verlo llevar adelante gestiones por temas complejos y delicados con buen humor, compromiso e inteligencia. La metamorfosis que sufrió producto del cargo que ejerció en los últimos años deja chico y apabullado al mismísimo Kafka.

Miranda se convirtió en uno de los máximos artífices para intentar generar una grieta en nuestro sistema político. Su agresividad creciente a lo largo de su período en el ejercicio de la presidencia del Frente Amplio fue un factor permanente de conflictos, llegando en los últimos tiempos al insulto liso y llano que imposibilita todo posible intercambio.

Por eso su salida es una buena noticia para la democracia uruguaya que requiere de líderes de otro talante, capaces de articular posiciones diversas en un ambiente de intercambio sano, más allá de que cada cual se mantenga en su posición original si lo entiende conveniente. La democracia es diálogo y Miranda militó incansablemente por minar todos los puentes entre gobierno y oposición. Si el daño se vio limitado se debió a que muchas veces fue desconocido por el presidente de la República, con justa razón, y por sus propios compañeros que demoraron mucho en echarlo.

Más allá de que Ricardo Ehrlich no parece una figura que encarne renovación y dinamismo -basta recordar su olvidable pasaje como intendente de Montevideo- es indudablemente un hombre sereno y componedor, de otra altura que la que desplegó Miranda. La salida del fango le hará bien al Frente Amplio y a todo el sistema partidario del Uruguay.

Pero hay otra interpretación de por qué la despedida de Miranda recoge festejos desde todos los ámbitos y es que desde el oficialismo se ve con buenos ojos la posibilidad de retomar un diálogo institucional con el partido Frente Amplio en términos de respeto que eran imposibles con un hombre que había perdido todos los puntos de referencia, pero también desde su propio partido su salida era ampliamente reclamada.

Como quedó en evidencia en la crónica realizada ayer en el diario titulada Javier Miranda se fue en medio de cuestionamientos internos; un diputado lo llamó "bandido" su salida fue celebrada por todos los sectores del partido opositor. Y es que el mal funcionamiento institucional, la creciente mala imagen de él mismo que permeaba al partido y el pésimo manejo político interno y de las propias finanzas del partido que están en un rojo con luces de neón, llevaron a que su gestión sea repudiada a lo largo y ancho de todo el archipiélago de sectores frentistas.

Ricardo Ehrlich es indudablemente un hombre sereno y componedor, de otra altura que la que desplegó Miranda. La salida del fango le hará bien al Frente Amplio y a todo el sistema partidario del Uruguay.

Lo cierto es que el presidente del Frente Amplio ya no representaba a nadie dentro de su partido. Con ideas geniales como darle otro cargo relevante a figuras de su misma especie como Rafael Michelini, el manejo del partido de la oposición fue objeto de burla más que de críticas en los últimos tiempos. Tuvo un respiro cuando se alcanzaron las firmas para la LUC (aunque reste la validación de la Corte Electoral), pero el mérito fue principalmente del Pit-Cnt que se puso la campaña al hombro ya que su socio político estaba de capa caída y con escasa actividad.

La incapacidad de lograr aprobar el documento sobre la autocrítica respecto de lo que fue la derrota electoral de 2019 a casi dos años de ese episodio da cuenta de una gran incapacidad general. Y si no se cuenta con un buen diagnóstico de las causas de la derrota difícilmente se alcancen mejores resultados en el futuro, lo que es malo para el Frente Amplio pero seguramente muy bueno para el país.

En definitiva, Javier Miranda deja atrás un triste recuerdo. Es un buen ejemplo de lo mal que le puede hacer la política a una persona, hasta transmutarla en un personaje negativo para todo el país. Se va con epítetos diversos pero nada halagadores de sus propios compañeros y, como correspondía a su oscuro legado, por la puerta de atrás, sin homenajes y bajo una censura unánime. Habla bien del Uruguay que estas figuras salgan de esta forma de la política. Ojalá sea el preámbulo de la recuperación de un diálogo democrático de mayor respeto y altura.

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