La sequía, la sed y las culpas

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Cuando usted lea este editorial, debería estar lloviendo. O al menos, eso anticipan los pronósticos más confiables. Otra cosa le anticipamos nosotros, antes que las hordas de “comunicadores” salgan con su mejor cara de circunstancia a informarlo: no será suficiente para paliar la sequía que afecta al país. Una sequía muy particular, ya que se ha ensañado con la zona de donde desde hace más de un siglo se toma el agua que abastece a la zona metropolitana. Los campos están verdes, los ríos corren saludables en todo el país. Salvo, donde más nos importa por estas fechas.

Esta anomalía climatológica ha generado dos efectos muy particulares, más allá de la natural preocupación por el suministro de agua. Por un lado, una ansiedad y frustración casi infantil en muchos analistas, académicos, y habitantes urbanos. Que no logran aceptar que en el 2023 podamos depender tanto de algo sobre lo que realmente no podemos hacer mucho, como es la naturaleza.

“¡Hagan algo!”, “¡no hay un plan!”, “¿cuándo va a llover?”, son los planteos al filo de la impertinencia que se escuchan todos los días en las charlas, en las redes, en los medios. Pero la realidad es que pese a todos los avances tecnológicos y de bienestar, seguimos siendo dependientes de los elementos naturales. Algo que un agricultor, ganadero o incluso operador turístico, tiene bien asumido. Pero que en el asfalto capitalino, incluso de un ciudad tan aldeana como Montevideo, para muchos es difícil de aceptar.

Otra cosa, los pronósticos meteorológicos, más allá de las 48 o 72 horas, son una rifa. La gente demanda respuestas que los pobres meteorólogos no están en condiciones de dar. De nuevo, porque con todos los avances tecnológicos, los modelos, los satélites, las razones de por qué pasan la mayoría de las cosas con el clima, siguen siendo un misterio. ¿Usted cree que se “timbearían” miles de millones de dólares en las bolsas en precios futuros de la soja, el maíz, el trigo, si alguien pudiera afirmar con un mínimo de certidumbre cómo estará el clima en los próximos tres meses? No.

Hay un segundo elemento, muy humano, que ha generado esta crisis líquida: la demanda de culpables.

Si usted escucha a gente que es parte de ese 40% de uruguayos que se siente cercana al Frente Amplio, la culpa la tiene el gobierno. Fue imprevisor, no hizo las obras que había que hacer, no atendió los reclamos de la oposición de hace meses, y lo único que hace es pedirle al cardenal Sturla que rece para que llueva.

Si usted escucha a gente que es parte de ese 40% de uruguayos que se siente en las antípodas del Frente Amplio, la culpa es de ese partido. Que gobernó 15 años, con las arcas llenas de dinero fresco extraído al contribuyente con la reforma tributaria, y que cuando debió invertir en una fuente alternativa de agua potable para la capital, prefirió gastárselo en el Antel Arena. ¡Pan y circo!

Y, por último, si usted escucha a Carolina Cosse... Bueno, en verdad no la va a escuchar. Porque salvo el momento “cringe” en el que se puso a llorar impostadamente ante medio país por un informe que no había sabido leer, siempre está de viaje. Bruselas, Londres, Bogotá... Todo en las últimas semanas de crisis severa.

¿Quién tiene la culpa, entonces? Bueno, la respuesta es incómoda. Porque la culpa de todo esto la tiene el votante, el ciudadano. La realidad es que los políticos trabajan en función de los estímulos que reciben de la ciudadanía. Y, pese a que era bien sabido desde al menos 15 años, que la situación de abastecimiento de agua de la capital era en extremo frágil, por nutrirse de una sola fuente, nadie nunca quiso invertir en eso. Simplemente, porque políticamente nadie ganaba un voto con esa inversión.

Y hay una evidencia muy notoria de esto. En el gobierno anterior hubo un choque, que ahora conocemos bien, entre el ministro Astori y la actual intendenta Cosse, sobre los fondos destinados al Antel Arena. Astori creía que ese dinero había que invertirlo en el tema del agua, Cosse creía que un estadio era prioridad. Hoy vemos que Astori es casi un cadáver político, y su sector casi ha desaparecido de la escena, mientras que Cosse ocupa el segundo cargo más importante del país, y apunta al primero con buenas chances. ¿Qué dice eso de los votantes, de los ciudadanos uruguayos? ¿Quién tiene la culpa entonces de lo que nos pasa?

Como dice nuestro editor de Rurales, Pablo Mestre, que de esto algo sabe, “siempre que secó, llovió”. Habrá que esperar, pues, armarse de paciencia, baldes y, el que la tenga, fe. Aunque a muchos opinólogos les rebele, los seres humanos seguimos dependiendo de cosas que no podemos controlar.

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