Laje les canta la justa

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El 24 de marzo pasado, algo cambió en Argentina. Por primera vez, un gobierno democrático emitió una comunicación estratégica en contra del relato izquierdista de la historia reciente.

La Casa Rosada aireó un mensaje de unos 20 minutos de duración, donde el polémico escritor Agustín Laje combatió con firmeza la banalización que se hace del estado de guerra que padeció su país, según el cual en esa fecha de 1976, los militares persiguieron a “jóvenes idealistas que luchaban por un mundo mejor”. Ni la represión comenzó ahí ni tuvo como enemigos a jóvenes idealistas. En relación a lo primero, Laje recuerda que Juan Domingo Perón y su sucesora María Estela Martínez, durante el último gobierno democrático predictadura, habían mandatado a las Fuerzas Armadas a aniquilar a la guerrilla, a lo que se sumó la acción terrorista de la tristemente célebre Triple A creada por López Rega, con su secuela de crímenes, secuestros y desapariciones.

Y en lo relativo al idealismo de los presuntos jóvenes, el escritor puntualizó el avance violentista de grupos como Montoneros y el ERP, quienes, al igual que lo que hicieron los Tupamaros en nuestro país, se alzaron en armas contra la institucionalidad democrática, soliviantados y entrenados por el castrismo cubano en su estrategia multinacional de agravamiento de la guerra fría.

Nacido en democracia, Laje manifiesta que investigó sobre el tema en rechazo a la visión hemipléjica que se le quiso imponer desde el liceo, por docentes que llegaron a plantearle que cambiara de institución si no estaba de acuerdo con semejante adoctrinamiento. El paralelismo con nuestro país es cristalino: acá hay hasta libros de texto para alumnos de secundaria que mienten impunemente, adelantando a 1968 el inicio de una dictadura que en realidad comenzó cinco años después.

Tradicionalmente la izquierda abomina de la llamada “teoría de los dos demonios”, que equipara el terror de los guerrilleros con el de los militares que los reprimieron. En sintonía con la prédica mileísta, Laje asigna el rol de tercer demonio a la “casta política” de la época, una apreciación atinada si se tienen en cuenta las furibundas contradicciones ideológicas del peronismo de entonces, pero que no es para nada extrapolable a nuestro país. Lo evidente es que la izquierda ha trabajado intensamente por instalar una teoría “del demonio único”, aquel que une en una melange incoherente a militares, partidos conservadores, empresariado e imperialismo, contra lo que ellos llaman demagógica y equívocamente “el pueblo”.

¿Por qué es importante el mensaje de la Casa Rosada?

Porque enfrenta con determinación el relato oficial de la cultura progre; aquella que en los sesenta y setenta atizó las contradicciones, sembró odio de clase en países que habían crecido con libertad y justicia social, cuestionó la institucionalidad democrática como un formalismo burgués y se alzó en armas contra ella.

Ha sido una cultura triunfante en vastos sectores de la población, en ancas del victimismo por la cruenta represión dictatorial posterior, la glorificación del Che Guevara y la más reciente de José Mujica, mitificado como “el presidente más pobre del mundo” por cierta frívola prensa extranjera. Pocos se detienen a pensar en la malversación histórica de ese relato, como la insólita contienda que se da en Argentina por la falsedad de la cifra de 30.000 desaparecidos. O la industria de oenegés compañeras creada por el kirchnerismo para desviar recursos públicos en la multiplicación de redes partidarias y programas de adoctrinamiento.

Lo curioso de todo esto es que Agustín Laje, ahora es presentado por los informativos de ambos lados del Plata como un “ultraderechista”. Esto en base a su prédica habitual contra la llamada “agenda de derechos” y otras cuestiones de carácter social.

Pero en lo que aquí dice no hay nada de ello. Quien lee con atención este mensaje no encuentra ningún tipo de justificación del terrorismo de Estado ni de dictadura alguna. Pero la táctica de la izquierda desenmascarada por él es colgarle al cuello esa etiqueta denigrante, como si se tratara de un nazi o un fascista.

Son armas espurias para pelear una batalla cultural que intuyen estar perdiendo.

Desde los partidos fundacionales deberíamos tomar esta operación comunicacional como ejemplo: es hora de que la verdad histórica emerja de los libros de Gatto, Lessa y Haberkorn y se popularice a través de los medios de comunicación masiva.

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