Es muy difícil saber qué ocurrirá mañana en Venezuela. Todo el proceso electoral ha estado plagado de irregularidades y arbitrariedades de parte del dictador Maduro y sus seguidores. Si bien existe un convencimiento popular muy fuerte por la alternancia en el poder, también es cierto que no habrá ninguna garantía de que se respete la voluntad emana- da del sufragio, y por tanto la amenaza de un fraude masivo está muy vigente.
Empero, a pesar de esta coyuntura que deja incluso a Venezuela frente a la posibilidad de una desatada guerra civil, en la que el poder dictatorial la emprenda con más represión y asesinatos contra dirigentes y simpatizantes de la oposición democrática, importa mucho entender el enorme cambio internacional que significaría que, finalmente, pudiera darse una derrota de Maduro y una salida del poder de sus soportes autoritarios.
En efecto, ese cambio no solamente traería la esperanza de una recomposición política y social dentro de Venezuela, que es harto necesaria luego de más de una década de autoritarismo, corrupción y generación de miseria en su economía nacional, sino que también traería consigo una configuración completamente diferente del panorama regional sudamericano con consecuencias, incluso, mundiales.
En primer lugar, la democratización de Venezuela abriría un enorme campo de información sobre el pasado reciente con respecto al campo llamado progresista del continente. En la línea del reciente trabajo de Natalevich (“Petrodiplomacia. Valijas, negocios y otras historias del chavismo y Uruguay”), el asunto no solamente incumbe a nuestro país, sino que saldrán a la luz el seguramente muy amplio abanico de intervenciones, financiamientos, incidencias, articulaciones, alianzas y participaciones del chavismo con distintos grupos afines ideológica y políticamente durante veinte años en toda Sudamérica. La caída de la dictadura de Maduro, a través del peso de los votos venezolanos, abrirá así un tiempo nuevo en el que, seguramente, toda la conocida intervención brasilera-progresista en distintos países de la región a través de sus empresas inversoras en el exterior terminará siendo comparativamente algo mucho menos importante que las intrusiones chavistas.
En el mismo sentido, la caída de Maduro abriría un tiempo diferente en toda la ecuación del Caribe: finalmente, la dictadura cubana se quedaría sin su mayor soporte desde la caída de la Unión Soviética en 1991. ¿Cuánto tiempo puede resistir el comunismo en La Habana, que conduce a la isla bajo enorme represión e infame situación económica, sin el apoyo de Caracas? Si cae Cuba: ¿acaso no es un cambio radical para to-da la izquierda continental que si-gue venerando esa tiranía, por to- do lo que también saldrá a luz del pasado dictatorial de ese país, pero sobre todo por la nueva época de apertura, inversiones y prosperidad que la asentada comunidad latinoamericana podrá conducir allí desde Estados Unidos? Y sin el dictador en Caracas, ¿sobre qué alianzas progresistas- autoritarias podrá asirse el presidente Petro en Colombia, con su discurso anti- israelí y su filiación izquierdista radical?
En segundo lugar, el fin de la dictadura en Venezuela sería fundamental para el lugar que ocupa Sudamérica en la competencia de influencias mundiales de las grandes potencias. Sabido es, en efecto, que hace ya muchos años que la Caracas del chavismo hace el juego a Irán y a Rusia en Sudamérica. En realidad, tanto Teherán como Moscú se han aprovechado de una de las tantas tiranías que han asolado nuestro continente por tantos años, como es hoy la del chavismo, para contrariar la natural influencia estadounidense en las Américas, y de esta forma hacer entrar a Venezuela en el tablero geopolítico internacional al mismo nivel estratégico que Taiwán o Ucrania. La clave está en que, si Venezuela cambia de régimen, es muy probable que Caracas pase a ocupar un lugar completamente diferente en las lógicas de alianzas regionales, y con ello también se resienta la influencia de Teherán en Bolivia y la de Moscú en Nicaragua.
La expectativa por las elecciones venezolanas atañe pues al futuro de su democracia y de su prosperidad: son decenas de miles los venezolanos exiliados en nuestro país que lo saben y lo sufren, y nuestra solidaridad está con todos ellos. Pero también trae consigo la esperanza de un cambio geopolítico mayúsculo, si el valiente pueblo venezolano logra vencer el miedo y la arbitrariedad, y se decide a hacer triunfar mañana a la oposición democrática.