Con elecciones tan reñidas, el detalle de algunos resultados deja planteado un viejo debate muy importante en la tarea proselitista partidaria: ¿el ciudadano premia realmente con su voto al partido del gobierno que realiza una buena gestión, que se traduce en obras y mejoras en su barrio o localidad, o define su apoyo en función de otros criterios que terminan pesando más en su decisión?
Hay viejas teorías de ciencia política que señalan que los votantes se deciden por el candidato, por el partido y por los temas de la campaña. En función de esos tres principales factores y de sus propias preferencias, termina apoyando a tal o cual. Pero dentro de ese marco general, están quienes señalan que un gobierno que hace obras potentes puede convencer a ciudadanos que eran antes simpatizantes de otros partidos, de cambiar su voto en función de esa buena gestión y del cumplimiento de promesas realizadas.
Hay dos ejemplos muy importantes para Montevideo en estos años de gestión de la administración Lacalle Pou.
En primer lugar, el Hospital del Cerro: una fuerte reivindicación de ese barrio y una gran inversión pública, que fue inaugurada con protagonismo del gobierno nacional. En una zona que hace mucho tiempo es electoralmente muy proclive al Frente Amplio (FA), la Coalición Republicana (CR) y los blancos en particular decidieron realizar esa gran inversión, cumplir con un viejo anhelo, y seguramente apostar así a poder revertir resultados electorales históricos adversos.
En segundo lugar, se inauguró hace pocos meses en Casavalle el centro de referencia en políticas sociales “Aparicio Saravia”, con el objetivo de ser un polo de servicios de varias instituciones del Estado que facilitara la vida de los vecinos de ese barrio y zonas aledañas. Como con el caso del Hospital del Cerro, su inauguración fue ampliamente difundida. Hubo mucha esperanza de que iniciativas como esa ayudaran a reconocer que el gobierno de la CR estaba cumpliendo con una gestión de obras y acceso a servicios fundamentales. Y hacer que todo eso se tradujera de alguna manera en un apoyo mayor a los partidos que efectivamente se habían puesto al hombro la tarea y la habían cumplido con éxito, a pesar de no ser esos barrios bastiones electorales históricamente favorables a ellos.
Pero lo cierto es que los resultados del 27 de octubre fueron un balde de agua fría para los que confiaron en un crecimiento electoral fundado en obras concretas y mejoras reales. En 2019, en el Cerro el FA había recibido el 62% de los votos, y subió al 68% en 2024; los partidos de la CR bajaron en 5 años allí de 33% a 30%. Para Casavalle, el FA sacó 52% de los votos en 2019 y pasó al 59% del total en 2024; la CR bajó de 44% a 37% en cinco años.
Quien quiera hilar más fino podrá seguramente atribuir la baja de la CR a la estrepitosa caída de Cabildo Abierto y al hecho de que notoriamente su votación se retrajo también en los barrios populares de Montevideo, allí en donde en 2019 había competido directamente con el FA. Pero la clave es que esta explicación en realidad hace hincapié en factores diferentes y clásicos, como son los de la adhesión partidaria, el surgimiento de ciertos liderazgos (como el novedoso de Manini Ríos), e incluso la importancia de ciertos temas de campaña (como podía ser el de la inseguridad en 2019). Sin embargo, omite algo sustancial que es que, en los hechos, las enormes obras del Estado que llegaron para brindar una mejor calidad de vida a los vecinos de esos barrios de ninguna manera hicieron crecer el apoyo electoral en favor del oficialismo.
Seguramente con otros ejemplos relevantes en otras partes del país, en un período de gobierno en el que se realizaron tantas obras, se pueda ratificar lo que se concluye gracias a Casavalle y Cerro: en realidad, las obras no constituyen un argumento clave para la decisión de voto. Por el contrario, lo que sigue incidiendo sustancialmente es el perfil de las candidaturas; la adhesión partidaria, con su identidad y sus valores sociales preferidos; y por supuesto las perspectivas de futuro que se abren con los temas de campaña, es decir, los problemas que se plantean y que deben ser resueltos en el siguiente período de gobierno.
Negar la realidad nunca es buena consejera. Obviamente que un gobierno debe hacer obras porque ellas son un bien en sí mismo. Pero estos ejemplos dejan claro que para ganar elecciones se precisan otras cosas que pasan por el discurso, la cultura, y la identidad colectiva, y no sobreestimar el peso de la buena gestión de gobierno.