El cansino proceso de transición dejó de ser tema central en estos días y el país se volcó a seguir hechos importantes en sí mismos, aunque todavía con un desenlace deseable, posible, de mediano plazo y algo incierto.
La cumbre del Mercosur realizada la semana pasada no fue como otras. Debía tan solo ser la última en que participaba Luis Lacalle Pou (que además pasaba la presidencia pro tempore al argentino Javier Milei). El presidente saliente presentaría a Yamandú Orsi como su sucesor, Lula y Milei se mirarían con recelo, cada uno repitiendo su consabido discurso.
Quizás la venida del presidente colombiano Gustavo Petro para entregar una condecoración a José “Pepe” Mujica en su chacra generó cierto ruido. Pero vino solo para eso (aunque tuvo un encuentro con Lacalle Pou) ya que ni bien cumplió su propósito, se fue antes que llegaran los presidentes regionales. Lula también aprovechó para condecorar a Mujica. El apuro por hacerlo fue llamativo.
Sin embargo, en poco tiempo se armó una batahola, para algunos algo inesperada y por cierto grata: se apareció en Montevideo la presidenta de la Unión Europea, Ursula von der Leyen. Su objetivo fue consolidar, desde el Ejecutivo de la Unión Europea y desde los Ejecutivos de los cuatro países del Mercosur, el tan conversado tratado de libre comercio entre ambas partes.
Como se recordará, en 2019 ese tratado estaba prácticamente pronto, pero luego se dio marcha atrás por reparos en políticas medioambientales y de cambio climático, a partir de unos enormes incendios en la selva amazónica brasileña.
El actual avance es más concreto, aunque falta la ratificación del Parlamento Europeo y de los parlamentos de cada país del Mercosur.
Francia, Austria, Países Bajos, Irlanda y Polonia se oponen al acuerdo aunque importa aclarar que la votación en el Parlamento Europeo no es por países sino por bloques partidarios.
Esto ocurre en el momento en que Uruguay cambia de partido en el gobierno, lo que no necesariamen-te es negativo: las negociaciones entre el Mercosur y la Unión duraron 25 años y quince de ellos se hicieron durante gobiernos frentistas. Pero se trata de un grupo político reacio a los acuerdos de libre comercio. Oddone llegó a decir que las conversaciones con China en estos cinco años fueron una pérdida de tiempo.
Eso llama la atención a los observadores extranjeros. Piensan que la postura antinorteamericana del Frente lo haría proclive a un acuerdo con China. Si bien esa postura es un ingrediente fuerte de su identidad (pese a que Vázquez con Bush y Mujica con Obama se llevaron bien) lo es más su intransigencia contra el libre comercio. Basta recordar cómo durante tiempo la Mesa Política del Frente no dio luz verde a los legisladores frentistas a votar un acuerdo con Chile, firmado por un presidente frentista como Vázquez y una presidenta socialista como Michele Bachelet. Cedió a las cansadas y el acuerdo se votó.
Si la presidenta de la Unión Europea hizo el gesto de venir a la cumbre del Mercosur es porque aunque países tan fuertes co-mo Francia se oponen, otros igualmente fuertes lo apoyan. Con la guerra de Ucrania, las pretensiones expansionistas de Putin y un probable enfriamiento con Trump, Europa necesita aliados. Pero no es fácil pedir solidaridad política y cerrarle sus fronteras en la cara a los países que se la dan. Por eso importa atender a los que tienen otra visión, Alemania entre ellos.
Europa mira a China como un competidor comercial y teme que de no abrirse, sea China quien ocupe esos espacios. Por eso, mientras se celebraba el anuncio, Lacalle insistía en la necesidad de lograr un acuerdo también con China. Ninguna posibilidad debe descartarse.
Previsible como siempre, el Pit- Cnt ya se opuso. Es una central sindical profundamente conservadora que dice defender los puestos de trabajo: pero solo los que hay, no los muchos más que podría haber en un país con acceso a más mercados y estimulado a generar nuevas fuentes de riqueza y de empleo.
Otro capítulo es el de los empresarios. Abrir el comercio es obligarlos a ser competitivos y salir del estrecho horizonte que ofrece un mercado reducido. Quedarse en el confort de seguir haciendo lo que ya saben hacer sin arriesgar, es constreñir las fuentes de trabajo y el ingreso de divisas. También los gobiernos, sean frentistas o coalicionistas, deberán afrontar el tema del “país caro”. Si finalmente rige un tratado abierto con la Unión Europea, ningún gobierno podrá hacerse el distraído.